Hubo épocas en las que Julio, que prefiere quedar en el anonimato, no podía empezar el día sin tomar una copa. Con 49 años su salud está "destrozada", como él mismo reconoce. Es una de las cerca de 800 personas que acudieron en 2015 al centro de Asvidal para recibir tratamiento por alcoholismo, un 8% más respecto al año anterior.

Julio comenzó a beber en la adolescencia. Al preguntarle por qué cree que empezó, enumera su biografía familiar: "Si te digo que mi abuelo murió de cirrosis y que mi padre también bebía... soy el siguiente eslabón", dice lapidario, como si no viera alternativa. Su vida se detuvo por culpa de la enfermedad y desde entonces ha intentado dejar la bebida varias veces.

"Se quedan como jóvenes sin preparación, ni trabajo y cuando se dan cuenta son personas adultas que han tenido una década de enfermedad adictiva y están sin recursos", relata Carmen Guimeráns, psicóloga en el centro. El año pasado acudieron a tratamiento 100 pacientes que eran menores de 35 años, 20 de ellos no superaban los 25 años.

Guimeráns indica que el perfil del dependiente ha ido cambiando, y considera que la crisis económica ha sido un factor decisivo en muchos de los casos de los últimos años: "Antes eran personas de cualquier ámbito que solían aparentar normalidad, tenían su trabajo... ahora es raro el que tiene un empleo y los jóvenes apenas tienen formación". Guimeráns hace un llamamiento para incidir sobre la detección precoz de esta enfermedad y crear una alarma sociedad acorde con la gravedad de esta problemática.

Julio tampoco tiene trabajo. Lucha cada día para no "cometer un error" cuando va al supermercado, cuando sale a la calle o pasa por un bar. "Tienes que estar alerta", se repite. Para apoyar su lucha acude a tratamiento, donde le dan "un motivo" para seguir adelante.