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Una década recuperando el corazón de Vigo

El moderno Casco Vello

El Consorcio cumple diez años trabajando en la rehabilitación de la zona antigua de la ciudad - Más de un centenar de nuevos vecinos y comercios ayudan a construir un barrio familiar que pretende terminar con el peso de años de decadencia

Las caras del cambio | Ángela Domínguez (segunda por la izquierda) posa junto a al equipo de Picadillo, un restaurante integrado en el Casco Vello desde hace seis años y desde el que ha experimentado el boom de la hostelería.

A las tres de la tarde y bajo una fina lluvia una señora despeinada, con mandilón de cocina a cuadros y zapatillas de casa fuma un cigarro en la plaza Calatrava. Una pareja joven pasea con unas botellas de vino de su propia cosecha en la mano. Llega el olor del pan recién hecho de un obrador. A unos pasos de allí, el ladrido de un taladro retumba en la estrecha calle Ferrería. Los operarios preparan los edificios que el Consorcio del Casco Vello dedicará a viviendas y locales comerciales. El proceso de recuperación de la zona se inició hace 10 años, una década en la que el barrio se ha transformado con la rehabilitación de 43 edificios y 120 vecinos nuevos que conviven con los últimos autóctonos.

A Paco Valverdú siempre lo pillan con las manos en la masa. Y con harina hasta en las gafas. Este trabajador social reconvertido a panadero lleva desde mayo cociendo pan a fuego lento en el obrador Pan de Trastrigo. Hasta aquí llegó junto a su socio en mayo, cuando buscaba un local comercial en el que establecer su "negocio de barrio". Como él, otros emprendedores y familias han ido colonizando el corazón de la ciudad, abandonado durante décadas.

Valverdú está encantado con el local, pero reconoce que hace unos años no se le hubiese ocurrido ni siquiera pasar por la zona. "Era una parte oscura, el lado negro de la ciudad", describe. Todavía quedan sombras de aquel barrio. Unas chicas que esperan a la puerta abierta de una casa. Un hombre desaliñado que arrastra su cuerpo y casi su alma por las cuestas de la parte alta. "Es una convivencia extraña, pero respetuosa, quien vive aquí sabe donde está cada cosa", puntualiza.

Cómo era el barrio lo sabe muy bien Francisco Araújo, dueño del café Uf. Lleva detrás de la misma barra más de tres décadas y desde ella ha visto cómo las "madres contra la droga" protestaban en los bares, como la prostitución se comía las esquinas, como los edificios cedían a la vejez sin paliativos. "Era una zona inhóspita, superdeprimida, no había ni iluminación", apunta con el mismo ritmo pausado que marca la música del local. Araújo resalta la pasividad con la que se vivían aquellos años, como si "el desarrollo salvaje no se cuestionase". Y entonces llegó un punto en el que parecía que no había marcha atrás. "La gente ya no quería pasar por aquí", recuerda el hostelero.

Francisco Izquierdo y Enma Solo eran de esos, ignoraban conscientemente el Casco Vello. "Alguna de vez, cuando era más joven, iba por la parte de abajo a tomar algo, pero por aquí no mucho", reconoce Izquierdo. Los treinteañeros se mudaron hace dos años a una de las viviendas que oferta el Consorcio. "Si teníamos alguna duda se nos quitó al ver la casa", coinciden ambos. Aquí viven junto a su hijo Xoan, de dos años. El vecindario rejuvenecen a la velocidad que lo hacen las casas. "Somos casi todo gente joven, y hay muchos niños pequeños", cuenta Solo.

No muy lejos de allí vive Carolina Gutiérrez con el pequeño Hugo, de nueve meses, y su marido. Desde su ventana han visto mutar tanto la fachada como el interior del barrio. "Es sorprendente lo rápido que cambia, esos edificios no estaban ahí cuando llegamos hace tres años y hay más vecinos, turistas y negocios", enfatiza Gutiérrez. El Consorcio no ha frenado su trabajo, tiene siete pisos disponibles para adjudicar, además de otros inmuebles todavía sin proyecto.

En cada puertita ha surgido un nuevo local comercial. Ofertas de ocio, servicios o gastronomía que diversifican la zona. José Carlos Ortega regenta un espacio de dedicado al vino, Aveleira Viños, "fruto de un humilde pero profundo respeto" a los caldos, como reza en su pared. Abrió el pasado junio bajo la condición de "negocio de barrio" que el Consorcio exige para establecer locales comerciales en la zona alta. El Casco Vello simboliza para Ortega lo que para la mayoría de sus habitantes, "el referente de la ciudad, donde nació Vigo", por eso considera indispensable mantener su esencia, pero reconoce la necesidad de seguir potenciándolo: "Confío en que el cambio vaya a más, que continúen con las reformas".

A esa esperanza se aferran también las familias. Gutiérrez confiesa que siente algo de temor al pensar que la evolución puede echar el freno. "Pero yo creo que no, que cada vez irá a más, aunque todavía quedan algunos puntos que solucionar y por eso necesita una implicación mayor de todas las administraciones". Los cambios se perciben ahora más lentos, comentan los residentes, pero el Consorcio ha adquirido ya seis edificios más, uno de cuales será cedido a Down Vigo para que puedan hacer uso de sus instalaciones. En estos años la entidad ha transferido 10 inmuebles a otras instituciones como la Xunta, el Concello o la Universidad viguesa.

En casa de los Izquierdo Solo son "muy optimistas" y están convencidos de que la nueva vida del vecindario seguirá renovándose. El concepto de las familias en cuanto a la zona y a la ciudad ha cambiado, valoran vivir en el centro como no lo habían hecho antes. "Ahora esta es nuestra casa", sentencia Izquierdo. Su experiencia se suma a la de muchos jóvenes vigueses que ni siquiera conocen el pasado que esconden las reformas y que se acercan al Casco Vello sin prejuicios garantizando su buena salud.

Vigo "de Arriba" y "de Abajo"

"Lo único que tienen en común las dos zonas del Casco Vello es la piedra", afirma el dueño de Aveleira Viños. Arriba, las familias; abajo, el ocio. El corazón de la ciudad está dividido en dos y ni los unos ni los otros están contentos al cien por cien con lo que se encuentran al salir de la calle. Residentes y hosteleros buscan un equilibrio en el que todos tengan espacio.

"La zona es muy tranquila, estamos al lado del centro, hay mucha luz y se ve el mar desde casi todos los puntos", resalta Izquierdo. "Pero falta un poco de iniciativa privada, algo de hostelería que dé más vida", añade. La escasez de bares y lugares de ocio nocturno de la zona alta son un atractivo para las familias que buscan silencio. Pero ellos también demandan servicios que cumplan sus necesidades y que atraigan a más viandantes.

Abajo en cambio, la algarabía de los bares y restaurantes abarrotan las plazas hasta altas horas de la mañana provocando el malestar de los vecinos. Ángela Domínguez es la dueña del acogedor Picadillo, un local al que hay que acudir pronto si se quiere coger una mesa para comer. Señala que fue hace dos años cuando la parte baja comenzó a crecer de manera desmesurada. "Todavía hay gente que llega y se sorprende, te cuentan que había antes aquí o que llevaban 15 años sin venir". Domínguez ve indispensable la hostelería para mantener la vitalidad, pero considera que "hace falta el pequeño comercio, tiendas que oferten cosas diferentes a las grandes superficies y que creen barrio".

"Hay que preguntarse qué ciudad queremos tener, una que viva de la hostelería o una en la que vivan familias", reflexiona el dueño del Café Uf. Su experiencia le dice que jugársela todo al ocio no es buena idea. "Ya vimos como otras zonas de la ciudad se quemaban después de muchos años en los que la gente joven iba allí".

Los residentes coinciden. Lo que quieren es una convivencia armónica entre la vida de barrio y la del ocio. Negocios que atraigan gente, pero que respeten los horarios. No es la única tarea pendiente, pero por ahora parece uno de los acometidos más urgentes para que acabe de germinar la idea de barrio sostenible que todos persiguen. "El Casco Vella es el alma de la ciudad, hay que cuidarlo y potenciarlo para que no se pierda", valoran.

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