Desde su puesta en marcha en 1999 como responsable de la política ambiental de la universidad viguesa, la OMA ha puesto en marcha los mecanismos de recogida de residuos e impulsado la sensibilización del personal.

"Al principio, se hicieron cursos de formación intensivos y fuertes campañas y hoy todo el mundo está concienciado y conoce los procedimientos. Antes te traían una botella de agua con los desechos y hoy los propios investigadores y técnicos reciclan envases para ahorrarnos la compra", destaca Sergio Ramos. Un ejemplo de esta cadena de reciclaje es la plataforma de intercambio de reactivos químicos a través de la que el personal cede sus remanentes.

La última recogida semestral tuvo lugar el pasado marzo y se alcanzaron los 14.850 kilos de residuos peligros, siendo las facultades de Ciencias y Química y el centro Cacti los que más aportaron. Los sólidos contaminados -materiales, filtros o guantes- sumaron más de la mitad de los desechos -51%-, seguidos de las disoluciones acuosas -14,4%- y disolventes no halogenados como metanol o acetona -11,5%-.

"La complejidad de una universidad es que los residuos son muy heterogéneos y muy variables cada año según el tipo de experimentos que se realicen", añade Ramos.

Durante el último año, la OMA ha participado en el proyecto europeo EcoRAEE, cuyo objetivo es mejorar las normativas sobre gestión de aparatos electrónicos. Su aportación, a través del Gruvi, fue determinar la viabilidad de reutilizar equipos y aumentar su vida útil en función del coste y el impacto ambiental. Expertos de las áreas de Derecho y Economía de la Universidad trabajan ahora en la definición de regulaciones.