La jornada del pasado viernes se convirtió en una auténtica prueba de fuego para los pilotos a nivel nacional y, particularmente en Vigo. Niebla densa y fuerte viento -hasta 84 km/h en el campus- complicaron la jornada. Pero la coincidencia de estos dos factores no impide en la mayoría de ocasiones que los aviones puedan tomar tierra. Pero si el viento es en forma de cizalladura, un fenómeno que se caracteriza por la existencia de importantes variaciones de la intensidad y la dirección de las ráfagas en las diferentes capas de la atmósfera durante la aproximación a pista, la situación no solo se complica, sino que dificulta la estabilidad del avión y obliga a abortar la maniobra, como ocurrió con hasta cinco aeronaves.

Para un aterrizaje seguro, los aviones deben estar estabilizados a aproximadamente 300 metros sobre tierra. A partir de ahí, cualquier cambio brusco en la intensidad o dirección del viento durante la aproximación convierte la maniobra en arriesgada. Y esto es precisamente lo que ocurrió el viernes. La existencia de variaciones importantes en las capas bajas pude causar una disminución o un aumento súbito de la sustentación del avión complicando su gobierno. De ahí que varias aeronaves intentaran tomar tierra y finalmente abortaran. Por supuesto, no es un fenómeno exclusivo de Vigo. En Lavacolla, por ejemplo, tampoco pudieron aterrizar los aviones de Barcelona y Madrid que tuvieron que regresar hacia Barajas.