"Se pone en conocimiento del público que desde ayer se efectúan pruebas diariamente en la nueva fábrica de la Falperra". Así proclamaba el desaparecido periódico El Pueblo Gallego el inicio de la actividad en la Panificadora, el 26 de octubre de 1924. Ese día se puso en funcionamiento el que durante décadas sería el mayor obrador de España y arrancó la brillante carrera empresarial de Antonio Valcarce García, el rey del pan. "Los famosos bollitos japoneses de tipo individual, producto de estas pruebas, se expenden en los despachos de la compañía, al precio de cinco céntimos", continuaba el anuncio.

Valcarce, su cuñado Ángel Reboreda y otros tres socios habían fundado en 1920 la Compañía Viguesa de Panificación, integrada por los despachos de pan de cada uno. "La Espiga de Oro", situada en el barrio de Casablanca y propiedad del primero, era la mayor panadería de Vigo: elaboraba 1500 kilos diarios frente a los mil de "La Madrileña", que regentaba su familiar.

Pero la ambición de Valcarce le llevo a más, mucho más: ansiaba el monopolio del pan. Tenía en mente la "fabricación en serie" para abastecer a toda la ciudad y "sustituir a una parte de los fabricantes artesanales", tal como recoge María Jesús Facal Rodríguez en un perfil sobre el dueño de la Panificadora publicado en la recopilación "Empresarios de Galicia". Con este objetivo, en 1921 viaja a Alemania para conocer los métodos de producción automatizada de pan. Allí contrata a los ingenieros Otto Werner y Jorge Buchl, de la casa Werner Uhd Pfleiderer, para desarrollar las instalaciones mecánicas de una gran fábrica. Ese año también adquiere una finca de 7.000 metros cuadrados en la calle Falperra -en aquella época a las afueras de la ciudad- y encarga a Manuel Gómez Román, arquitecto municipal por entonces, un gran recinto industrial en el que alojar su futuro imperio.

Aquella mañana, hace 90 años, la flota de automóviles de la Panificadora transportaba los primeros bollitos "japoneses" de prueba a los modernos despachos de Príncipe, Puerta del Sol, Urzáiz, La Espiga de Oro, la Plaza de la Iglesia y La Madrileña. Días después, en noviembre, se inauguraba oficialmente la que fue durante décadas la mayor y más moderna fábrica de pan de España, capaz de producir un mínimo de 50 toneladas de pan diarias.

Los elementos mecánicos más punteros de la factoría eran 3 amasadoras; dos hornos automáticos, más otro fijo y otro extraíble; cuatro cintas transportadoras; y dos ascensores eléctricos. Además, los suelos eran impermeables y disponía de cuartos para los empleados con duchas de agua caliente y fría, lavabos y retretes. En 1931, los cuatro silos metálicos fueron sustituidos por otros tantos de hormigón -de 22 metros de altura- coronados por un mirador cuya cota alcanza los 82 metros sobre el nivel del mar. Más tarde, en el año 51 se levantaron los otros seis. Además, en esa década se añadieron nuevas instalaciones como las viviendas para empleados y la enfermería ya en los 60.

Haz click para ver la galería

En poco tiempo Valcarce construyó un trust en el que las panaderías de Vigo sustituyeron su producto artesanal por el elaborado en su factoría. Desaparecieron los viejos tenderetes callejeros; el rey del pan impuso lujosos quioscos de diseño hechos con madera y cristal.

Con gran vista en los negocios, el dueño de la Panificadora buscaba alimentar a los vigueses de todas las clases con un producto de calidad y barato. Así anunciaba en FARO DE VIGO las bondades de sus panecillos individuales: "¡Japoneses! ¡Japoneses! ¡Japoneses! Todos: ricos, medianos y pobres pueden comer pan de lujo a precio de pan corriente" y alardeaba de la "primera y única fábrica de pan automática instalada en España".

La Panificadora aspiraba a captar tanto a clientes particulares como restaurantes, hoteles, escuelas o instituciones públicas. Supo adaptarse a las distintas pautas de consumo, elaborando pan de tamaño familiar, integral, con leche o sin gluten.

Durante la Guerra Civil, la fábrica abasteció al ejército alzado y a comienzos de los años cuarenta acaparaba 30.000 cartillas de racionamiento, tal como indica un anuncio en FARO el 5 de marzo de 1943. En esta época también proveía a la "ETEA, al cuartel de Barreiros, al campamento de Figueirido y a los prisioneros de guerra confinados en Camposancos y en el monasterio de Oia (...), a la Sociedad de Armadores, a la flota pesquera de Bouzas, así como numerosos colegios", apunta la profesora Facal.

El ocaso de la gran factoría viguesa comenzó en los 60 a causa del descenso del consumo de pan debido a la diversificación de la dieta, el fin del racionamiento, el precio fijo de la barra de pan y la obsolescencia de la maquinaria. Valcarce, que ya superaba los 70 años, se opuso a la modernización de la fábrica y su traslado a la periferia viguesa. En febrero de 1978 muere el rey del pan, dejando tras sí un imperio en situación crítica. Sus herederos no logran alcanzar un acuerdo sobre cómo enfrentarse al endeudamiento que ahoga a la Panificadora, que cerrará en 1980.

Una joya patrimonial en decadencia

Pese a las miles de voces que claman su por su rehabilitación, la Panificadora muere de abandono. Los lectores de Farodevigo.es la eligieron recientemente como el legado patrimonial de la ciudad más importante a preservar.

Sin embargo, y pese las decenas de iniciativas que promueven su recuperación, se halla en un callejón sin salida: el Concello manifestó en varias ocasiones su deseo de expropiar el inmueble sus actuales propietarios, pero supone un desembolso demasiado elevado. Por otra parte, las dueñas - las inmobiliarias Promociones Montelouro e Invoga SA- se encuentran inmersas en distintos litigios judiciales.

En los últimos años, un incendio provocó importantes daños en el interior de las instalaciones: el 24 de junio de 2006 los bomberos tardaron 4 horas en sofocar un fuego provocado en los edificios bajos del inmueble.

En octubre de 2010 FARO accedió a su interior para comprobar el deplorable estado en el abandono ha sumido a esta joya del patrimonio industrial vigués y gallego.

Haz click para ver la galería