El campus está desierto a la espera de alumnos, que apuran sus vacaciones antes del estreno de curso el próximo lunes, pero en los laboratorios la vida sigue a pesar del verano. Los investigadores con experimentos en marcha, los estudiantes enfrascados sin descanso en sus tesis y los profesores que prefieren trabajar sin distracciones son los escasos habitantes de las facultades durante el mes de agosto.

La bióloga coreana Sin-Yeon Kim ya está acostumbrada a los pasillos desiertos. Desde hace año y medio, los miles de ejemplares de espiñento -o pez espinoso- que utiliza en su experimento son casi como de la familia. "No he tenido vacaciones ni descansos desde que empecé. Tener animales en el laboratorio conlleva muchísima responsabilidad. Debes cuidar que todo esté sano, alimentarlos, limpiar las 240 peceras... He tenido momentos de crisis, pero ahora empiezo a tener menos trabajo y por las tardes incluso me puedo ir a la playa", celebra sin perder la sonrisa.

Son los inconvenientes de un trabajo que no siempre obtiene los frutos esperados, pero la investigación de Sin-Yeon avanza por buen camino. Analiza qué cambios genéticos provocan en esta especie de agua dulce las distintas temperaturas del agua, lo que será de gran utilidad en investigaciones sobre cambio climático. "Todos los investigadores hacemos lo mismo. Sufres un poco, pero los buenos resultados compensan", señala.

La viguesa Olalla Otero, que busca biomarcadores para cáncer colorrectal en suero, comparte esta filosofía. "La ciencia es diferente, no es como el resto de ámbitos que cierran en verano. Y mientras haces la tesis no puedes parar todo un mes. Es mucho tiempo y siempre hay cosas por hacer. Ahora mismo tengo un experimento en marcha y es habitual que tengas que preparar artículos para enviar a revistas. Pero se lleva bien".

"Trabajas con más tranquilidad y eres más eficiente porque al haber poca gente te distraes menos y no te vas a tomar café", reconoce entre risas. Aunque trabajar en agosto también tiene ciertos inconvenientes de logística: "Tienes que aprenderte truquitos porque solo abre el comedor de Minas y nuestra facultad cierra a las dos. Si te olvidas la tarjeta o no te funciona bien puedes quedarte en la calle al volver. Yo ya he tenido que llamar a alguien para que me abriese desde dentro. Y apenas hay autobuses, menos mal que subo en coche".

Hay quien se lleva la comida al laboratorio para optimizar el tiempo y también los que apuestan por compaginar las obligaciones con el carácter festivo propio de estas fechas: "El otro día un grupo de estudiantes de tesis hicieron una barbacoa aquí fuera".

Y compartiendo horas con aquello a los que no les queda más remedio que acudir al campus en agosto también se encuentran los que esperan con anhelo estas fechas. "Se trabaja de maravilla, no tienes reuniones ni distracciones y se avanza muchísimo, así que me puedo ir antes a casa", comenta el profesor Emilio Rolán, del grupo de Genética de Poblaciones y Citogenética.

Desde hace dos años, los profesores pueden repartir sus vacaciones y no tienen la obligación de cogerlas en agosto, lo que se ajusta mejor a los requisitos de la ciencia.

"Los sistemas naturales no entienden ni de verano ni de horarios. Toda la gente de mi laboratorio está trabajando ahora porque es la época más álgida, la de floración, y se encuentran en Venezuela, Puerto Rico o Canadá. Y los infografistas son otros pobres que no descansan y están metiendo horas a destajo para acabar varios vídeos de divulgación", señala Luis Navarro, responsable de Divulgare.

"A mí la investigación me gusta tanto como las vacaciones, el problema es la familia", añade entre risas. "Trabajo infinitamente mejor. Encuentro la calma que me falta el resto del año para pensar y poder desarrollar ideas", revela. Solo tiene un pega, que el curso arranque el día 1: "Los gestores deberían entender que no dejas la toalla y te vas a dar una clase de universidad. A mí cada hora me lleva entre 8 y 10 de preparación".