Por increíble que parezca, prosiguen los antivigueses su campaña para boicotear el pacto por la ciudad que quieren firmar los dos partidos mayoritarios. Intentaron primero amedrentar al líder local del PP, para pasar luego a presionar directamente al presidente de la Xunta, amenazándole con vender el acuerdo como una afrenta a su persona. Y en esa están. En meterle miedo en el cuerpo.

A los vigueses estas estrategias de trasnochados conspiradores de mesa camilla y brasero les traen al pairo. A estas alturas, lo que de verdad les interesa es saber si el PP gallego, o sea, la Xunta, aguantará las presiones del lobby antivigués y, llegado el caso, si los populares olívicos sabrán mantenerse firmes ante Santiago o volverán a defraudar a la ciudad.

Los vigueses reparan estos días en dos cuestiones más. La primera, en que el lobby que defiende los intereses de A Coruña, en su campaña por cargarse el pacto, emponzoña intentando enfrentar a unos con otros, dándole igual quienes sean: al alcalde con la plataforma por la sanidad pública, a los populares locales con los gallegos, a socialistas con populares, al Bloque con ambos...

No importan los contendientes. Todo vale para la guerra. Lo que les importa es que haya pelea. Para romper el pacto y para así luego poder seguir con la patraña de que Vigo es una ciudad imposible. La segunda cuestión en que reparan los vigueses es en que andan mareando la perdiz con que si el pacto beneficia a éste o aquél político, incapaces de ver, cegados como están por su animadversión a Vigo, que lo único en verdad importante es si beneficia o no a la ciudad. Y ahí es dónde tienen perdida la batalla.

Porque si en algo hay unanimidad en la ciudad es en que, efectivamente, el pacto es bueno para Vigo.