Portarla era un orgullo, perderla una vergüenza. Napoleón instauró la figura de un águila a todas las unidades de la flota que desplegó durante sus acciones bélicas por Europa. A esta pieza concedía tanta relevancia como a la bandera de su Imperio, y hasta ordenaba a los fieles soldados protegerla con su vida. De ahí que el enemigo, cuando quería resaltar una victoria sobre el Ejército de Bonaparte, aireaba una de esas insignes piezas para herir el orgullo del gobernante francés. Y esto mismo ocurrió en Vigo el 30 de mayo de 1808. Del botín ganado por los vigueses en la emboscada al navío Atlas salió el único águila imperial marina que queda en el mundo, expuesta en el Museo Naval de Madrid al lado de la sala dedicada a la batalla de Trafalgar.

De bronce dorado al oro molido, la figura mide 31 centímetros de alto, 27 de largo y 10 de fondo. El broncista Pierre Philippe Thomire la fundió de un original obra de Antoine Dyonysos Chaudet, el escultor personal de Napoleón, aunque en realidad "este artista copió la representación del águila con las alas desplegadas con el emblema de Júpiter", apunta el contralmirante José Ignacio González Aller en el catálogo del Museo Naval.

Respecto al estandarte, fue confeccionado por la Casa Picot en 1804 en seda adamascada. Originariamente era cuadrado de 105 centímetros por lado, y formado por tres bandas de color azul, blanca y roja en sentido vertical, además de una vaina. El que se expone en Madrid solo conserva la parte central, diseñada con una corona de laurel que rodea el óvalo azulado con la siguiente leyenda pintada en oro puro distribuida en cuatro líneas: "L'empereur / Des Français / Au Vaisseau / L'Atlas". También este estandarte está considerado como el "único ejemplar" de la Marina Imperial de Napoleón I que sobrevivió a la destrucción, el olvido o a los saqueos de la época.

Para enfatizar la importancia que daba Napoleón a estas piezas eligió para su entrega uno de los escenarios más emblemáticos de París: el Campo de Marte. En un solemne acto celebrado el 5 de diciembre de 1804, el propio emperador repartió el águila junto con el estandarte a los oficiales del navío entonces llamado l'Atlas, así como a los responsables de otros 36 buques y varias unidades del Ejército. A esta ceremonia asistió el embajador de España en París, el teniente general de la Armada Federico Gravina.

Según afirma Javier Noriega en su artículo "Las águilas Imperiales Francesas que procedían de la Mar", divulgado este miércoles en el blog Espejo de Navegantes, "en la actualidad se considera que podrían existir unas 130 águilas originales. Una de ellas, y la única de procedencia marina, es la que reposa en el museo Naval de Madrid". A este edificio llegó la pieza "viguesa" y el estandarte procedentes del arsenal general de Ferrol en 1847, 30 años después del desguace del Atlas en el puerto norteño.

En los últimos años de vida de este navío de 68 cañones reside el verdadero valor de la figura del ave. Como resume Noriega, "un barco español construido en Cartagena con un nombre (Atlante San José), que con el tiempo fue transferido a la Marina de guerra francesa que le cambió el nombre (l´Atlas), y al comienzo de la Guerra de la Independencia fue de nuevo apresado por los españoles".

El entonces francés Atlas ya conocía la Ría de Vigo antes de perder su preciada águila en mayo de 1808. Tres años antes había arribado formando parte de la escuadra franco-hispano. Pero cuando regresó a la bahía olívica ignoraba el levantamiento de la población en favor de Fernando VII. Así que nada más fondear saludó con los característicos cañonazos creyendo que la plaza estaba del lado de Bonaparte, y hasta dejaron que se aproximaran pequeñas embarcaciones. Un error mayúsculo. En esos pequeños botes viajaba una astuta milicia formada por 200 vigueses, en su mayoría marinos y pescadores con una embocada perfectamente planificada. De hecho, ejecutaron el abordaje con tal pericia y rapidez que los galos apenas ofrecieron resistencia. Y así fue como se apoderaron del barco y del botín con el águila y el estandarte incluidos. Unas piezas que sobrevivieron a la destrucción de todas ordenada por la restauración monárquica del Rey Borbón. Por esos son únicas.