El cielo quiso ser propicio con las honras dispuestas en honor del insigne hijo de Vigo, el Excmo. Sr. D. Casto Méndez Nuñez, héroe del Callao, según le apellida la historia, con motivo del traslado de sus restos, el 9 de junio de 1883, desde O Con al Panteón de Marinos Ilustres

Las autoridades civiles y militares tomaron posesión en los botes de la fragata Lealtad, dispuestos al efecto, falúas de Sanidad y Carabineros. Los botes, en líneas paralelas, marcharon en demanda del Con, en Moaña. Al mismo tiempo, de la escuadra inglesa, y especialmente de la capitana Minotaur, marchaban a vela y a vapor varias lanchas en la misma dirección.

El efecto que ofrecía la bahía era sorprendente, y, a disfrutar de él, unido a un sentimiento de cariño hacia el finado, hizo que todas las alturas y avenidas que desembocan al mar, así como muelles y malecón, se viesen llenos de apiñada muchedumbre.

Ya en el Con las Autoridades, fueron a la capilla donde estaban los restos de Méndez Nuñez, adornada con modestia, y el féretro custodiado por cuatro cabos decanos. El Notario de Cangas, Sr. Rodal, dio lectura al acta dando fe de ta exhumación y autenticidad de los restos, la cual firmaron alguna autoridades.

Terminada esta ceremonia, se embarcó el féretro, colocándolo en una falúa dispuesta al efecto, con enlutado túmulo en el centro, y a los ángulos, cuatro guardiamarinas sable en mano, custodiaban las venerables cenizas de Méndez Nuñez. Al empezar el regreso, la fragata Minotaur saludó al cañón al finado, y todas las fragatas enarbolaron el pabellón español a media asta, y lo mismo pusieron la bandera inglesa. La Lealtad tenia rendidas las vergas. Después, de minuto en minuto, la capitana inglesa disparaba un cañonazo seco, solo y que parecía dolorido en la soledad de los mares.

Entre tanto habían llegado al muelle de madera trescientos marineros ingleses, armados de carabina y sable, con cartuchera y polaina pequeña de cuero, que ofrecían una perspectiva agradable; allí había bajado también la fuerza de Reus, que guarnecía la plaza, un piquete de artillería, el clero parroquial, el Ayuntamiento en pleno, comisiones de las sociedades y otras personas más que se incorporaron luego a la comitiva general.

El primer bote que llegó al muelle de madera era el que conducía los restos de Méndez Núñez e inmediatamente se formó la comitiva en tierra. Las casas del tránsito, por la calles Ramal, Príncipe, Antequera, Plaza y Triunfo, ostentaban caprichosas colgaduras. Todas con lazos negros en señal de luto,

El cortejo fúnebre ocupaba una extensión de ochocientos metros. No iba ninguna música, pero se entonaba un miserere por la orquesta del Sr. Pinedo de trecho en trecho. La escolta inglesa marchaba a cuatro en fondo y las armas en la mano. Seguían después las fuerzas de la fragata Lealtad, de Reus y artillería.

El tránsito fue lucidísimo y la caja, al llegar a la iglesia, iba cubierta de coronas a cual más rica y hermosa. Al entrar el féretro en la iglesia se le hizo una descarga por la escolta de fuerzas españolas, luego otra a mitad de la misa, y la última al salir para el muelle.

La comitiva regresó al muelle de piedra, donde se embarcaron los restos de Méndez Nuñez, saludados por La Minotaur con trece cañonazos, para llevarlos a bordo de La Lealtad por el orden que habían traído los botes. Al llegar a bordo lo hizo la fragata española con los cañonazos de ordenanza y el castillo del Castro. Eran las tres de la tarde.

En La Lealtad se había levantado un catafalco para el féretro, que había gustado mucho. Tal fue el acto fúnebre con que el pueblo de Vigo quiso honrar a uno de sus esclarecidos hijos.