"No uso bastón ni lentes". Es una de las primeras cosas que Divina Josefa Rodríguez relata, orgullosa y con unos ojos que irradian alegría, cuando se le pregunta qué tal está con los cien años que está a punto de cumplir. Nacida en La Habana el 12 de noviembre de 1912, esta hija de padres gallegos volvió con su familia a España -sus padres y sus hermanos Rosa y José Felipe- en 1932. "Vivíamos en Santiago, de donde era mi padre, pero allí llovía tanto, había tanta niebla, que mis hermanos y yo le pedimos ir a otro sitio. Y vinimos a Vigo dos años después de regresar", recuerda con una sonrisa que le ilumina la cara.

Con una memoria envidiable, rememora que conoció a su marido, Domingo Cristóbal González, "en los paseos que dábamos por la calle Príncipe y las Avenidas". "Es que de aquellas no había discotecas y la única manera de conocer a los chicos era ir en invierno por Príncipe y en verano por las Avenidas, donde había hasta una orquesta", explica. Y con él se casó, en la parroquia de Santiago de Vigo, en el año 1940, poco después de que acabara la Guerra Civil. Ofició la ceremonia un tío suyo, hermano de su padre, que era canónigo en Santiago de Compostela.

Ocho años más tarde, marcharon a Brasil, donde su marido tenía que arreglar unos asuntos familiares. "Al final nos quedamos cinco años y cuando ya nos íbamos a volver, me dijo mi esposo de ir a conocer Argentina. ¡Y nos quedamos otros 26!", señala con su eterna sonrisa. Evoca que en Brasil conoció electrodomésticos como la nevera o el aspirador. "Allí me compré el frigorífico que hoy aún está en mi cocina. Es increíble que aún funcione, ¿verdad?".

Fiel a sus costumbres y a su peinado - "llevo toda la vida con el mismo"- regresaron a Vigo en 1974. "Hablé con mi marido y le dije que yo me quería morir en España. Él se echó a reír e hicimos las maletas", apunta. Desgraciadamente, su esposo falleció en 1979 y desde entonces, viuda y sin hijos, vive sola pero con sobrinos y sobrino-nietos siempre pendientes de ella.

"Yo me arreglo muy bien, me levanto sobre las ocho, ocho y cuarto, me arreglo, desayuno y luego viene una mujer que me ayuda dos horas al día, salimos, hacemos la compra o me acompaña al médico", detalla. "Me hago mi comida, lo dejo todo bien fregado y luego me voy una hora de reloj a la cama para descansar las piernas como me recomendó mi doctora, que es encantadora", continúa.

No ve demasiado la televisión. "Solo los noticiosos -le queda aún mucho vocabulario de la emigración- y algunas películas que ponen ahora de cuando iba yo al cine con mi marido y que me gustan mucho porque conozco a los actores", explica. El resto del tiempo lo ocupa en leer. "Me encanta. Ahora estoy leyendo "El Evangelio secreto de la Virgen María", de Santiago Martín, que me regaló el padre Miguel", el párroco de San Francisco. También escucha la radio a la hora de comer "para tener una persona que me hable".

Sobre el secreto de su maravillosa longevidad, no tiene la menor duda. "Yo creo que he llegado a esta edad por mi carácter alegre y comunicativo. La gente no se entera si me pasa algo malo, nunca doy un grito ni una mala palabra, como mi marido, que era educadísimo", sentencia con su inseparable sonrisa.

Ahora espera al lunes con cierta incertidumbre. "Yo no voy a celebrar nada, van a venir mis sobrinos, me van a llevar a misa por la tarde a la parroquia de San Francisco porque yo soy muy católica y no sé nada más, no sé si me han preparado algo o no", concluye.