Fue una fase eruptiva de la historia local, años de acelerada sucesión de acontecimientos que a Víctor de las Heras le tocó vivir al galope biográfico de su cámara. Aquella década de los 80 que llamaron La Movida fue un período contradictorio y mágico en el que una incansable euforia creativa se mezclaba con un descarado espíritu lúdico pero también con sucesos políticos o económicos de envergadura. De esos años en Vigo este fotoman eligió los que van de 1983 a 1987 para nutrir visualmente un libro que publicará Xerais con textos de dos periodistas que los vivieron de día, y de noche los sobrevivieron.

Provocar la memoria pero, sobre todo, la emoción. Ese es el objetivo con que De las Heras eligió unas 200 fotos, entre las que incluirá unas cuantas de su hermano Miguel, fallecido como muchos de su generación por las cornadas de esos años, tras retratar para la prensa una parte de ellos. Dividido el libro en tres bloques, el primero será un cóctel de política, deporte, sociedad... que quiere plasmar la vida en general; el segundo, las movilizaciones sociales que dejaron huella en los mismos; el tercero, las imágenes de esa movida que, teniendo a la música como eje, delatan la irrupción del punk, la modernización de la industria musical, la eclosión de los fanzines, el despegue vertical de la moda gallega, el placer por la estética o la apropiación política del movimiento, entre otras cuestiones.

De las Heras llegó tarde a la fotografía –su mundo era el del diseño o la publicidad en prensa– pero cuando lo hizo saltó sin paracaídas a los abismos del deseo fotográfico. Quienes trabajamos en esos mismos escaparates o trincheras de los ochenta pero con la pluma le veíamos aquellos años como un mercenario de la cámara, un tipo que la llevaba en bandolera como una prótesis imprescindible para salir a la calle y captar, obsesionado, lo que pasaba en ella. Vidilla no faltaba porque en ese cuatrienio no solo hubo dos elecciones municipales (que ganó Soto), dos ascensos del Celta, el derribo del Scalextric o, yendo a la anécdota brillosa, una provocadora Cicciolina paseándose por sus calles con los pechos al aire a bordo de un camión.

También fue un tiempo de movilizaciones en que la reconversión naval llenó la calle de gritos, manifestaciones, hogueras y episodios de violencia; en que las feministas empezaron a hacer cuentas con el pasado franquista y llegaron a su máxima expresión organizativa y reivindicativa con una agitación quizás ya nunca superada; en que la campaña anti-OTAN dejó uno de los últimos ecos de disensión con el poder, antes de que la indiferencia general y la atonía crítica se apoderaran de los ciudadanos; en que hasta los tiernos estudiantes de Bachillerato se pusieron erectos por un bono bus e hicieron prácticas de guerrilla urbana (light).

Fregados

En todos esos fregados estuvo la cámara de Víctor de las Heras y de todo ello se dará fe en este libro, si algún desastre inesperado no impide su salida. Añádase que este fotógrafo siempre fue un pelín anarquista, un pico libertario, un pelo antisistema, y quiso meterse con su prótesis en el meollo de vidas marginales. Así fue que vivió en esos años dos semanas entre yonkis en el centro de toxicómanos Alborada, en tiempos en que los monos se curaban a pelo, a base de infusiones. Y eso está en su álbum fotográfico. O consiguió, en la tolerancia de esos años, entrar en la cárcel de Vigo, invadida por el Sida, y plasmar unas fotos con tufo a penal tercermundista. Como después en la de mujeres de Pontevedra.

Nueva York y Vigo

Y están las imágenes de La Movida, claro, que quizás sean el eje nuclear del libro. Vitín no se perdió un concierto bueno desde aquel del 83 en que debutó Golpes Bajos, poco antes de que la Chamorro, en su programa televisivo, empezara a decir sabiendo que mentía que la movida pasaba por Nueva York y Vigo. Eran tiempos en que en el bajo de El Manco ensayaban Golpes Bajos; en que Mara Costas, la peluquera de la movida, dejaba el de su casa en Peinador para que ensayaran los de Aerolíneas; en que la moda gallega surgía con fuerza de la nada y organizaba sus internacionales desfiles Luada mientras francotiradores del diseño como Cosme Schwartz que iban por libre mostraban su línea alternativa al mercado; en que Javier Moreda, con el respaldo familiar sacó la lujosa revista Tintiman y este periódico se permitió el lujo de publicar un semanal Pharo the Be GO que marcó huella y un suplemento de moda, Pasarela, inédito en la historia del periodismo diario. Y muchos daban brillo a la noche de fiesta en fiesta, de esnifada en esnifada.

Aquellas noches... La noche fue un escenario crucial de La Movida, habitada por una tribu de modernos bien maqueados que se desplazaban frenéticamente de bar en bar, de concierto en concierto por todos los templos de la modernidad. Las noches acababan de día y a veces los días empezaban con la noche en una peregrinación entre copas, bandas, fanzines...

El despertar

Pero, junto al espíritu lúdico, el espacio de negocio. La Movida coincidió con el despertar de la moda en Galicia, de la lucha por la consolidación de Galicia como marca en el terreno indumentario. Años de locura aquellos 80 para los que trabajaron en el frente de esa nueva batalla que se abría para esta tierra con Vigo como eje y la moda como objeto de conquista. Era como la sucesión de ondas que se propagan cuando una piedra cae al agua: desde los talleres de confección hasta los actos que se generaban en la calle al calor de la moda, los premios que se daban aquí y allá, la asistencia a desfiles, la atención a periodistas venidos de todas partes a auscultar el fenómeno …

Todo un paisaje lúdico y creativo, pero también, con la reconversión, duro y destructivo.

Esa memoria de emociones quiere Vitín que recoja su libro de Xerais. Que está en preparación y saldrá, se supone, en breve.