Los habitantes del acuario del Museo del Mar esperan ansiosos hoy a sus cuidadores después de una larga jornada de domingo luciéndose ante los visitantes y en ayunas. Pero no se alarmen, los biólogos que se ocupan de los ejemplares aseguran que este descanso es necesario para evitar la sobrealimentación. Y es que algunos, como el único pez rubio del recinto, ya han tenido que ponerse a dieta. "Son pozos sin fondo", ratifica Laura Pérez, responsable junto a Rubén Pino de este pequeño ecosistema a imagen de la Ría.

Muy pocos vigueses han podido contemplar desde su apertura en diciembre de 2007 las labores de alimentación en el tanque y la mayoría de este reducido grupo de privilegiados son escolares que "alucinan" con las inmersiones de los dos biólogos.

El menú diario para las veintiséis especies marinas que conviven en los 130.000 litros de agua del acuario se compone de pescado congelado como calamar, mejillón, merluza o langostino. En total, los biólogos reparten entre un kilo y kilo y medio de comida, una cantidad que se calcula a partir del peso de todos los ejemplares.

En el caso de las anémonas, los biólogos deben utilizar jeringuillas para facilitarles "como a los bebés" nauplio de artemia, un tipo de crustáceo microscópico en su fase más temprana.

Pero el inquilino más delicado en cuanto a su dieta es un sanmartiño que lleva muy poco tiempo en exhibición y, que a pesar de su voracidad en el medio natural, se muestra "tímido" ante sus compañeros. "Cada dos o tres días tenemos que aislarlo en una jaula para que coma y soltarlo después. Pero muy pocos acuarios han conseguido que se alimenten de pescado congelado, los tiene separados y les dan besuguitos", destaca Pino.

Difícil equilibrio

Otras especies como el pulpo, la nécora y las almejas viven permanentemente en urnas de metacrilato para no ser devoradas o, por el contrario, convertir en aperitivo a sus vecinos. "Tenemos infinidad de especies y es muy difícil conseguir un equilibrio. Hay acuarios que tienen muchos ejemplares de la misma especie, pero aquí lo importante es la biodiversidad", subrayan los biólogos.

La clave del funcionamiento de este ecosistema se encuentra en la planta inferior, que acoge un aljibe y varios sistemas de filtración, esterilización y enfriamiento para mantener el agua entre los 15 y los 16 grados, cristalina y en condiciones de habitabilidad. También dispone de una conexión a la Ría para tomar agua del mar cuando se limpian los filtros y de tanques para mantener en cuarentena a las nuevas adquisiciones antes de subirlas al acuario.

Entre los habitantes más veteranos figuran la langosta, que ya ha mudado de caparazón en tres ocasiones y que obligó a los biólogos a retirar las estrellas de mar porque las incluía habitualmente en su menú, y las siete rayas cedidas por el acuario de Lisboa que se han convertido en las grandes estrellas y se llevan la atención de los visitantes.

Los mejillones ya se han cambiado en dos ocasiones, pero los biólogos están sorprendidos de su resistencia ya que la filtración del agua necesaria para mantenerla clara les resta alimentos. "Nos decían que los colocásemos de decoración, ya que en muchos acuarios los invertebrados son ficticios", recuerda el director, Pablo Carrera.

En su afán por conseguir un acuario representativo de los hábitats de la Ría, planean introducir más invertebrados como los espirógrafos y plantas fanerógamas. Ése será el siguiente reto.