La Historia con mayúscula no puede olvidar las historias de quienes desde su puesto de trabajo, en el centro de estudio o en el movimiento vecinal fueron comprometidas y solidarias. En la de Carmen Segurana sintetizamos y al tiempo reconocemos las de otras muchas viguesas que dieron impulso a la lucha sindical, por las libertades democráticas o por el papel de la mujer en una sociedad que la invisibilizaba. Mujeres combativas que en muchos casos perdieron espacios personales en su vida, en la familia o en el trabajo, soportaron no pocos sufrimientos y fueron perdedoras para que ganaran los demás. Algo que la nueva sociedad y las nuevas relaciones de producción parecen estar aniquilando en favor de un individualismo atroz, de un sálvese quien pueda general que sólo va a perjudicar a los más débiles.

No es extraño que Segurana esté escribiendo sus memorias no sólo porque son muy ricas sino porque representan también el sufrimiento de los perdedores de una guerra civil y, al tiempo, la victoria sobre sí mismos, la superación de los poderosos obstáculos que sembraron su camino. Tantos años de lucha, en segundo plano los más de ellos, desde aquel 1968 en que llegó a Vigo, fueron de algún modo reconocidos con la nominación como Viguesa Distinguida a esta valenciana de origen. Pero nunca nadie pagará tanto sufrimiento ni tanta entrega como la de ella y otras viguesas. Estos días pasa, con 74 años bien llevados, sus vacaciones en su Valencia natal junto a su marido, Eduardo Fernández Pérez, otro luchador desde el sindicato CC OO desde los conflictivos 70, con mando en plaza largo tiempo y que ahora ha trasvasado su experiencia al movimiento vecinal, como presidente de la AA.VV. de Lavadores.

Carmen Segurana en 1972 con su hermana María Rosa, que vivió con nombre supuesto, su hermano Ricardo, aviador de la República, una tía y su hermana gemela Marisa. Cedida

Carmen nació en fecha tan aciaga como 1935, en medio de la cruenta guerra civil española, y su familia estuvo en el bando de los perdedores. Una hermana mayor, María Rosa, militante de Mulleres Antifascistas y del PC, hubo de huir tras la guerra y la dieron por desaparecida, aunque reapareciera con una nueva identidad que hubo de soportar hasta su muerte. Un hermano, aviador de la República, fue condenado a muerte y al final indultado acabando en un campo de concentración en Argelia del que volvió por fin a España años más tarde. Una cuarta hermana murió al poco de acabar la guerra, como sus padres. Carmen quedó, con otra hermana gemela, Marisa, prácticamente solas en aquellos tétricos años 40 de posguerra, con el agravante de pertenecer a familia de vencidos.

Es la hermana huída, María Rosa, ahora escondida tras la identidad de Lina Carvajal y con un cargo en la editorial Aguilar, quien ayuda a escondidas a la familia y quien, desaparecida prácticamente ésta, decide llevar a sus dos hermanas gemelas a Madrid donde son acogidas por otra familia comunista amiga en tiempos que pronunciar esa palabra era arriesgarse a lo peor. Recordando esa etapa, cuenta Carmen que "la primera ropa decente que tuvo mi hermana mayor fue de una de las "trece rosas", fusiladas en aquel tiempo y que hace poco fueron objeto de una película. La madre se la regaló y con esos vestidos pudo ir a la entrevista de trabajo de la editorial.

Pero nos perderíamos en detalles dignos de novela imposibles por falta de espacio si no damos un salto y hablamos de su llegada a Vigo en 1969, ya como militante del Movimiento Democrático de Mujeres, afín al PCE e infiltrado al principio en el Club de Amigos de la UNESCO madrileño, la única organización de corte democrático permitida tras la guerra. Aquí llegó para cuidar a su hermana Lina, enferma y residenciada en la ciudad olívica. Entra a trabajar en CENSA con la misión de organizar en esta importante empresa (entonces) el MDM, renunciando a trabajar sindicalmente por disciplina del PCE como bien pueden atestiguar hoy dirigentes de otrora como Carlos Barros o Carlos Núñez.

Recuerda Carmen que "siempre fui una mujer organizada y realicé tareas ingratas sin recibir recompensas, pero no me arrepiento de mi trabajo por la libertad y los derechos de la mujer, sus éxitos o fracasos". Desde su llegada a Vigo dibujó una trayectoria incesante que luego, despedida en 1972 de CENSA, pasó al ámbito sindical y la llevó a la secretaría en Galicia de la Federación de Actividades Diversas. Le tocó crear conciencia y defender los sectores más marginales del mundo del trabajo. Hoy, ya jubilada, puede escribir sus memorias sin miedo a quedarse sin argumento.