El profesor Clemente colaboró con la Xunta en un proyecto para tratar a jóvenes con “síndrome del emperador” que estaban internos en centros de menores. Los resultados fueron “esperanzadores”, pero el trabajo no ha tenido continuidad y, a día de hoy, no existe ningún recurso público específico para este problema de conducta.

-¿Estamos ante un problema achacable a la sociedad actual?

-Evidentemente es un mal de nuestra época. Las familias tienen pocos hijos, por lo que están muy mimados y además hay más posibilidades económicas. Les hemos dado absolutamente de todo y hemos criado a pequeños emperadores. Pero en el caso de la menor de Vigo fugada podría haber algo más serio como un problema de personalidad o disociado y que origina un comportamiento psicopático. Hace poco que un menor se fugó del coche que lo llevaba a un centro de menores y quizá haya copiado la idea.

-Su familia atribuye esta conducta a las malas compañías, ¿hasta qué punto pueden influir?

-Existe un descontrol de los padres sobre los modelos de sus hijos, que son los que difunden los medios de comunicación. Los menores de las series de televisión hacen lo que les da la gana y actúan como adultos. Ésa esa la influencia de la calle. Los medios son lo único que une a todos los jóvenes.

-¿Se manifiesta a menudo el “síndrome del emperador” unido a otros problemas?

-En la mayoría de los casos se manifiesta solo. Son chicos problemáticos con un comportamiento que saca de quicio a los padres. Suelen amenazar a la madre, a los hermanos o a los abuelos, normalmente no lo hacen con el padre porque éste puede responder con violencia. Saben muy bien en contra de quien ir para conseguir lo que quieren, pero tienen un límite. Hay un deseo de manipulación, no un trastorno de personalidad como podría tener la chica de Vigo.

-Insultan y pegan a sus familiares, ¿no sienten nada por ellos?

-Es lo que diferenciaría un trastorno psicopático de un problema de conducta. Los niños con “síndrome del emperador” empañan sus sentimientos para conseguir lo que quieren, pero tienen un límite. Aunque siempre están en el filo de la navaja. Los que sufren otro tipo de problemas no sienten absolutamente nada. No tienen capacidad de empatía.

-¿Cuál es el perfil del niño-tirano?

-Normalmente son hijos únicos o los más pequeños, como también ocurre en el caso del que hablamos. Al ser la menor de cuatro hermanos posiblemente haya sido también la más mimada. Se trata de menores que no quieren estudiar, la tasa de fracaso escolar es muy elevada, pero tampoco trabajar. Buscan la satisfacción inmediata, sin esfuerzo.

-¿Responden también sus familias a un prototipo?

-La mayoría proceden de familias de clase media o media-alta. Los padres más permisivos suelen ser también los que tienen mayores posibilidades económicas. En las clases bajas este síndrome no se produce porque controlan al menor. Puede ser un delincuente, pero respeta a su familia. El problema del niño con “síndrome del emperador” es que le da absolutamente igual. El típico ejemplo sería Pocholo. Hace lo que quiere y punto. Son niños grandes que no quieren obligaciones y dicen ser víctimas de la sociedad.

-¿Hay señales de alarma?

-Los síntomas son muy progresivos y el síndrome suele surgir en la preadolescencia, a los 13 años. Se ponen “gallitos” y los padres ya no los pueden controlar. Y si la pareja tiene desavenencias es terrible, porque se aprovechan de esa circunstancia y pueden ponerlos en contra.

-Los padres de estos menores sufren graves agresiones físicas y psicológicas.

-Normalmente empiezan por las psicológicas, de ahí que sea bueno saber cortar y poner límites. Se les consiente y se hacen pactos con ellos del tipo: “Te dejo venir borracho, pero al menos baja alguna vez la basura”. Con esto le demuestras que su estrategia es eficaz.

-Los centros de menores tampoco parecen el mejor destino.

-Las administraciones no ofertan alternativas ni centros adecuados. Los padres acuden a los servicios sociales, pero allí no saben qué hacer con ellos y están en absoluta indefensión hasta que la fiscalía de menores ordena ingresarlos en los centros cuando ya han cometido algún delito. Allí los tratamientos son inespecíficos. Los padres tiran la toalla, pero también hay que hacer terapia con ellos para fortalecerlos y que no renuncien a serlo.

-¿Y qué pasará con esta generación de niños-tiranos cuando sean mayores?

-En Japón se les llama otakus, son el 60% de la población menor de 40 años y se niegan a trabajar. Hemos pasado de una época terrible para la infancia, de prohibiciones y castigo físico, al extremo: la absoluta protección. La sociedad es cíclica y ya se plantean medidas como bajar la edad penal o meter a los chavales en la cárcel. Pero sería bueno no llegar a los extremos, sino buscar un modelo de sociedad que proteja a los menores, pero también a padres y educadores.

-Muchos padres de hoy aspiran a ser los colegas de sus hijos.

-No se puede ser su colega, porque cuando quieras actuar como un padre no te dejará. Hay que asumir las obligaciones de padre y hacérselo saber a él. No se exigen requisitos a los futuros progenitores y debería haber escuelas para ellos. Si un niño está en la guardería o con los abuelos todo el día no tendrá respeto por sus padres. Eso no es la conciliación laboral.