A finales de los noventa, su tesina concluía que Samil perdía arena debido al paseo y, en la actualidad, es la investigadora principal de un estudio sobre la erosión de las playas de Port Stevens, un estuario situado al norte de Sydney que atrae el turismo y donde también se hace necesario el equilibrio entre la naturaleza y la presencia humana. Hace unos días que llegó a Vigo desde Australia con su bebé recién nacido para participar en un congreso en Lisboa y en el simposio internacional que organiza a final de mes la facultad de Ciencias del Mar.

-¿En qué consiste el proyecto que dirige?

-Port Stevens está a unos 230 kilómetros al norte de Sydney y es una de las zonas de mayor desarrollo turístico. Yo les llamo los “sidneleños” porque se van todos a esas playas como los madrileños en España (risas). Es un estuario muy parecido a la Ría de Vigo, aunque más pequeño y con menos presencia humana, también tiene un parque natural. El problema es que las playas del interior se están erosionando y nosotros estamos investigado adónde se va la arena, si al centro del estuario o a otras playas, para que los gestores tomen acciones. El proyecto, que finalizará en 2010, me motiva porque tiene una parte muy práctica, pero también otra de ciencia pura y que se podría aplicar después a otros lugares.

-¿Cómo rastrean los movimientos de la arena?

-Periódicamente, realizamos mediciones topográficas sobre el perfil de las playas y su volumen y comparamos los resultados de unas partes y otras. Además, dos o tres veces al año, llevamos a cabo campañas intensivas durante las que nos pasamos varios días en la playa con sensores para medir el oleaje y las corrientes. Estudiamos dos playas situadas a cada lado del estuario. Jimmy’s Beach, que mide unos seis kilómetros y se divide en varias como Panxón y Playa América; y Shoal Bay, de tres kilómetros. Para saber si están conectadas a través del estuario realizamos una batimetría, es decir, un mapa topográfico del fondo.

-¿Es preocupante la situación?

-Se pierde muchísima arena, sobre todo en las zonas donde las casas están más cercanas. Hay propietarios que ven cómo su jardín disminuye cada año. Las construcciones fijan las playas, que son algo vivo y sin límites. Esto genera problemas de gestión porque el Gobierno australiano plantea espigones para ordenar la zona, pero entonces se pierde playa y las propiedades pierden valor. En Port Stevens hay mucha presión residencial y se siguen comprando y vendiendo casas. Es un equilibrio delicado. Estamos hablando de residencias de millones de dólares. De hecho, en el proyecto de investigación está una asociación de usuarios de una playa.

-¿Es posible que la Ría de Vigo sufra este problema?

-Sí. Samil ya tiene sus problemas debido a los efectos del paseo que se construyó no ya encima, sino por delante de las dunas. En Port Stevens desemboca un río, que se convierte en una flecha de arena como en A Ladeira y además el oleaje es de sudeste y entra en el estuario. He llegado a ver olas de dos metros. Hay una carretera construida encima de las dunas y cuando la playa se mueve pasa por encima, de forma que queda llena de arena o inutilizada y hay que cortarla dejando a los vecinos sin accesos.

-¿Qué le parece la ley de costas gallega que prohíbe construir a menos de quinientos metros de la costa?

-Es muy buena idea, pero no sé si estoy de acuerdo en que le derriben la casa a alguien que el año anterior obtuvo una licencia para construirla. Tiene que haber un equilibrio. A mí me encantan las playas salvajes, pero ni todo debe ser hormigón ni sólo tiene que haber arenales a los que tardes tres horas en llegar después de atravesar un bosque. Las dunas, por ejemplo, se pueden preservar con caminos. En Portugal se ha protegido una zona de marismas con una especie de tren. Hubo que construir vías, pero su impacto es menor que el de diez mil coches.

-Hasta hace bien poco creíamos que las playas eran algo inalterable.

-El estudio de las playas comenzó durante la Segunda Guerra Mundial. EE UU formó grupos de científicos después de que el desembarco de Normandía muriesen más soldados ahogados que por el fuego enemigo. Esas playas son muy energéticas, con corrientes de retorno y bancos de arena, pero creyeron que eran como las de Florida. Hasta los años ochenta no se realizan las primeras clasificaciones. Andy Short, el jefe de mi grupo de investigación, fue uno de los pioneros. Y los efectos en las playas no se estudiaron hasta los noventa.

-Por lo que parece, las aberraciones urbanísticas no son exclusivas de los españoles.

-Existe el mismo problema en todos lados. En los años setenta se desconocían los efectos, pero lo triste es que hoy se sigan haciendo burradas a pie de costa. Porque una vez que alguien construye una casa legalmente en una zona, su ayuntamiento tiene la obligación de mantener los servicios. En Australia las administraciones equivalentes a los concellos compran las casas para incorporarlas al dominio público. Esta estrategia se ha llevado a cabo en Narrabeen, una zona de surfistas en Sydney muy erosionada. Compraban residencias y las destruían. El problema es su elevado coste y los responsables municipales ya han dicho que la última casa la van a alquilar o poner un restaurante en ella para obtener dinero con el que seguir comprando.

-Su conferencia en el simposio se titula “De Vigo a Australia: los pasos de una oceanógrafa”, ¿es un camino difícil?

-Hay muchos licenciados de la facultad de Vigo fuera de España y están muy bien considerados porque salen de la facultad con una buena preparación. Creo que hay un poco de leyenda negra en cuanto a la empleabilidad de la carrera, pero no es así. Y tanto los investigadores de Vigo como los que están en el extranjero son muy buenos.