Duda de su nombre, de sus apellidos e incluso de su edad. Por más vueltas que le da, las cuentas no le salen. Describe su vida como un puzle al que le faltan piezas. Habla con voz temblorosa y agita sus manos incesantemente. Está convencido de que su identidad es falsa. Para el Estado se llama Pablo Fernández Sánchez y nació el 6 de junio de 1956 en Cuevas del Sil (León). Pero en su memoria no existe otra ciudad que no sea Vigo. Cuando se mira al espejo ve a un hombre sexagenario, y no al cincuentón que refleja su Documento Nacional de Identidad. "Estoy convencido de que tengo más años", dice.

Pablo fue adoptado por un matrimonio afín al régimen franquista en los años 50, aunque desconoce la fecha exacta. Desde muy pequeño la palabra secuestro retumba en su cabeza. La oyó en más de una ocasión en el seno de su familia adoptiva. Su procedencia continúa siendo una incógnita para él. En su casa estaba prohibido hablar de ello. "Nunca me quisieron decir nada. El secretismo estaba instaurado. Incluso ahora evaden el tema", lamenta.

Hace diez años inició una investigación por su cuenta para descubrir su "identidad perdida". Las pesquisas le llevaron a Ourense. Creía que había localizado a su madre biológica, pero allí nadie le conocía. Su esperanza se desvaneció.

El auto del juez Baltasar Garzón en el que considera que el franquismo "pudo haber propiciado la pérdida de identidad de miles de niños" le ha devuelto la esperanza. "Siempre creí que había sido secuestrado. En mi casa lo escuché en varias ocasiones. Llevo mucho tiempo queriendo saber quién soy, de dónde vengo, quién es mi verdadera familia y porqué me separaron de ella", relata. Sus fuerzas están agotadas. No tiene medios para seguir él sólo. Su ansia por conocer la verdad de su vida le han llevado a contratar a un detective privado. Hace unos días que llamó a la puerta de la empresa viguesa Indetec. Recibieron el caso con los brazos abiertos. "Es la primera vez que nos solicitan una investigación de este tipo. Nos parece interesante, aunque no será fácil", confiesa Enrique Domínguez, director de la empresa de investigadores.

Adopción

Sus recuerdos de la infancia comienzan en Vigo. "Sé que estuve en una casa de acogida en la Pardaíña, donde actualmente está el Colegio Amor de Dios. No sé ni cuánto tiempo ni qué edad tenía, y tampoco cómo ni por qué llegué allí. Los malos tratos que sufrí y la sensación de que había sido vendido como Jesucristo es todo lo que recuerdo", explica. "Al poco tiempo me sacó de allí una pareja. Eran afines al régimen franquista y tenían muy buena relación con altos cargos del Ejército. Mi padre adoptivo era el secretario del comandante Daniel Bello. No tenían hijos y a mí me trataron como si no existiera. Incluso mi madrastra me miraba con mala cara y me rechazaba. Siempre pensé -y ésa era la sensación que me transmitieron- que había sido una adopción impuesta por algún superior", sostiene.

Sus padres adoptivos apenas lo tutelaron. "Viví más con otros familiares que con ellos. Estuve de casa en casa hasta que me independicé, a los 27 años", recuerda.

Hablaban a escondidas

"Cuando era pequeño escuché en casa y en varias ocasiones que había sido raptado. Yo nunca dije nada. Era una familia muy recta y omitían tratar el tema. Pero yo tenía un oído muy fino. Incluso varias veces mi padre dijo que había hecho una barbaridad refiriéndose a mí. Se lamentaba de algo, pero nunca me quiso decir de qué. Hablaba a escondidas con mi madrastra y de ahí comenzaron mis sospechas. Cada vez tengo más claro que fui raptado, que no soy la persona que refleja mi DNI", afirma.

Cuando supuestamente cumplió 14 años su padrastro lo llevó a firmar la carta de adopción. "Le pregunté quiénes eran mis padres; qué había pasado con ellos. Entonces me miró fijamente a los ojos y no me contestó. Se quedó callado y continuamos andando. Nunca me quisieron decir nada. No lo entiendo. Sólo se tiene esa postura si algo se ha hecho mal. Y creo que ése es mi caso. No sé si el franquismo tendrá algo que ver. Pero la investigación abierta por el juez Garzón describe mi caso a la perfección. Creo que alguien robó mi identidad. Que me arrebataron a mi familia, mi vida", dice convencido de ello.

En sus pesquisas, hace diez años, un certificado literal de inscripción de tutela le llevó a Ourense. En el documento él era Pablo Torres y Vivar, y no Fernández Sánchez, que son los apellidos de su familia adoptiva. Maura Vivar fijaba en el escrito como su madre. "Creí que el puzle estaba ya completo. Pensé que había localizado a mis padres", recuerda.

Logró encontrar a Maura en la ciudad de las Burgas, pero no sacó nada en claro. "Era una señora muy mayor, indigente e invidente. Era imposible mantener una conversación con ella. Parecía no recordar nada y no conocerme. Luego conseguí localizar a sus hijos. Ninguno sabía quién era. Les sonaba que su madre había tenido un niño pequeño, pero que había fallecido. No podía ser yo. Incluso no me parezco en nada a ellos. Pensé que había dado con mi familia, pero fracasé", lamenta.

"No busco herencias"

Pablo Sánchez confiesa que su único objetivo es saber quién es. "Cualquiera podría pensar que busco una herencia o sacar tajada con esto. No, todo lo contrario. Siempre he dudado de mi identidad; me invade la duda de quién soy día sí y día también. Mi pareja y mi hija insisten en qué da igual; que no siga buscando, me dicen; pero yo no puedo evitarlo. Creo que cualquiera que desconociera su vida, su familia y desconfiara de su verdadero nombre haría lo mismo. Por eso no quiero desistir. Espero que la investigación me ayude", confía.