Tres generaciones han pasado desde entonces y el comercio mantiene aún abiertas sus puertas, a pesar de que la gente ya no afile tanto sus cuchillos ni arregle sus paraguas sino que tienda a comprar otros nuevos cuando no se comportan como deben. No había esta sociedad del desperdicio, del consume y tira, cuando Isaac Dimínguez vino de Santos, a donde había ido tras emigrar de su Ourense natal.

Hacía siete años que habían nacido Ramón Piñeiro y Xosé María Álvarez Blázquez, los mismos que el primer tranvía había pasado en pruebas por la Porta do Sol de un Vigo que tenía a su llegada unos 50.000 habitantes. La ciudad que en 1922 halló Isaac y su mujer, Clotilde, cuando abrieron su tienda tenía, no obstante, una enorme actividad social, abundaban los periódicos y semanarios, las asociaciones y las organizaciones de carácter político o sindical, y el sonido de los canteros y los carros de bueyes cargados de piedra indicaba la continuidad en la construcción de nuestros más edificios emblemáticos .

No se debe olvidar que entonces daba a esta plaza el Ayuntamiento con todos sus empleados, lo que le aseguraba un movimiento especial. Haciendo esquina con la cuchillería, donde ahora está la jamonería Jaqueivi, dicen que había un estanco. En 1930 ocuparía su lugar hasta 1958 el bar Castor, donde Isaac tomaría de vez en cuando un vinito aunque muy de vez en cuando porque tenía mentalidad muy ahorrativa como buen emigrante. Pegado, el comercio de tejidos La Ocasión, la joyería Gerardo y, desde pocos años antes, la tienda de ultramarinos El Arco de Quirós.

Una buena época

Isaac se frotaba las manos porque la suya era de las pocas cuchillerías y paraguerías existentes en Vigo, lo que le daba una numerosa clientela que acudía a comprar o afilar sus cuchillos, navajas de afeitar o adquirir útiles de peluquería como tijeras, suavizadores... Y lo de los paraguas marchaba viento en popa porque entonces esos parapetos de lluvias eran para toda la vida, si era posible.

Pero pasaron muchos años y quiso retirarse, así que instó a volver para tomar las riendas del negocio a a uno de sus hijos, Julio Domínguez, que se había ido a Sao Paulo con su mujer, Esperanza Quereizaeta. Y así fue. Tras siete años en Brasil llegó el matrimonio en 1960, iniciando una segunda etapa que también fue fructífera. Ya no estaba al lado el bar Castor sino O Condado Pequeno, aquel de Primitiva y Manuela con su sobrino, Manoliño.

Sentada ayer en una mesa del Jaqueivi, lo contaba Esperanza, cuyo marido acaba de fallecer este año. Vendían mucho, desde machetes de cortar caña a puñales, navajas o cuchillos. "Por las calles -comentaba- se oía el silbato de no pocos afiladores y paragüeros pero la gente sabía que, si lo que deseaban era afilar bien y no que les hicieran una "desfeita", tenían que venir a nosotros. Nos pasábamos también el día abriendo y cerrando paraguas o arreglándolos, hasta el punto de que mi marido tenía que quedarse fuera de horas porque no llegaba el tiempo".

Hasta 1976 la Cuchillería de Julio D. Cachaldora tendría al Ayuntamento por vecino, perdiéndolo ese año, en que se inauguraron sus nuevas instalaciones sobre el antiguo Castillo de San Sebastián, siendo alcalde García Picher. Treinta y ocho años estuvo allí con su mujer tras suceder a su padre, tomando en 1998 el relevo su hija, Blanca Domínguez Quereizaeta. La tercera generación. Reconoce Blanca que está ahí porque no tiene otra cosa mejor y le tiene afecto al negocio familiar pero que, aunque aún viene gente a comprar, ya no se oye como antes el motor de afilar y pulir.