Ana Abad de Larriva / VIGO

Las dunas de la calle Martín Echegaray son de asfalto y una ligera brisa apaga cualquier vestigio de un mercurio de termómetro con vértigo. Pero a ella le recuerda al Sahara. "Porque no pasa nadie". Tal vez también por el calor sofocante que invade su pequeño local, posándose en las hojas de las plantas, y el humo de los cigarrillos que no puede dejar de succionar.

Rosa Adán se confiesa nerviosa. Desganada, se apoya en el mostrador de la joyería con la pesadez que imprimen en el cuerpo los tranquilizantes. Su grito de impotencia aún sigue resonando en la cabeza de su amiga. Un alarido que le subió por la garganta al ver que seis mil euros materializados en diez cadenas de oro volaban ante ella sin poder hacer más que tirar de la bandeja expositora.

Recuerda que volvía de tomar un café con una amiga. Eran las ocho y cuarto de la tarde del martes y estaba a punto de cerrar el negocio. "Joyería Nuevo Mundo" reza el toldo. El timbre que impide que la puerta del establecimiento se abra si Rosa no acciona un interruptor desde dentro no sirvió de nada porque se colaron detrás de ellas. "Pidieron ver las cadenas de oro, y ya empecé a tener miedo porque me recordaban a unos chicos que ya me habían intentado pagar con tarjetas robadas en otras ocasiones". Se toca la mano con la cara contraída de dolor y en el brazo izquierdo se distingue un moratón entre la claridad de la piel.

"Al primer tironazo no consiguieron quitarme la bandeja. El que estaba delante volvió a intentarlo y se la llevó. Me caí contra la mesa, golpeándome", explica.

Su amiga reaccionó más rápido, salió corriendo y se topó con unos agentes de la Policía Local, que consiguieron detener a uno de los asaltantes, desafortunadamente el que no llevaba el botín.

"Tenía una prepotencia, una entereza. Decía que no conocía al otro y me dieron ganas de pegarle un bofetón. Eran de lo mejorcito. Guapísimos, trajeados, arreglados". Las apariencias engañan. Suena el teléfono. Es su hermano. Le cuenta que han conseguido coger al otro con parte de las joyas robadas. "Estoy más tranquila. Ahora el juez tiene la sartén por el mango"

Hijos de papá y mamá

En este sector, las cosas pequeñas suceden muchas veces. Angustia. Sensación de que las cosas van a peor. "La Policía actuó bien y buscar una solución es difícil". No es la primera vez que Rosa vive su particular infierno. Los problemas de salud se unieron al robo de su cartera en Nochebuena, también dentro del establecimiento. "Me llevaron las tarjetas, el carné de conducir, doscientos euros en efectivo y recetas para mis medicamentos por valor de doscientos cuarenta euros". En otra ocasión impidió que un individuo se marchase con varios anillos de oro. "Los trabajos están muy mal y la gente tiene mucho vicio. Subir de pobre a rico es fácil, pero tener dinero y ver que tienes que apretar el cinto ...". Rosa no puede dejar de exclamar "¡Pobres padres!". Para ella no dejan de ser "hijos de papá y mamá".

Se queda callada. Tiene los ojos de un azul que se refleja en las vitrinas: "Mi hijo pequeño sólo tiene un par de zapatos y otro de deportivas. Porque quiere. No necesita más".