El hallazgo de una oceanógrafa viguesa obliga a la comunidad científica internacional a replantearse sus predicciones sobre la evolución del cambio climático. Débora Iglesias acaba de publicar en la revista "Science" un estudio que revela, en contra de las teorías hasta ahora vigentes, que el fitoplancton no contribuirá a anular las emisiones de CO2, sino que jugará un "papel neutral" agravando la disminución de la capacidad de absorción del mar.

"Todos los modelos matemáticos deben ser reevaluados porque asumían un escenario equivocado. Hemos obtenido la primera evidencia de que el océano no funciona cómo se creía", explica. También confiesa que tardó "unas semanas" en digerir el alcance de los resultados obtenidos desde el Centro Nacional de Oceanografía de la Universidad de Southampton, donde dirige un grupo de trece personas, y que ha vivido "uno de los momentos más emocionantes" de su carrera.

Además ha compartido protagonismo en la prestigiosa y selectiva "Science" con su madre, Rosa Seoane, quien ilustra el artículo con uno de los cuadros que ha pintado inspirándose en los cocolitóforos, las algas marinas unicelulares que investiga Débora. "Yo le enviaba a Vigo las fotografías del microscopio electrónico y ella hizo la serie Coccolife. Tengo uno de sus cuadros colgado en la oficina y otro en mi casa de Winchester", reconoce orgullosa.

Los cocolitóforos, un grupo "bastante joven" que habita en la Tierra desde hace 250.000 años, tienen una importancia clave en el efecto invernadero ya que "controlan el reciclaje y los niveles de CO2 en la atmósfera".

Estos organismos absorben dióxido de carbono cuando realizan la fotosíntesis, pero también lo liberan en la producción de placas de carbonato cálcico (calcificación) que expulsan después sobre la columna de agua formando "blooms". Estas mareas "de cientos de miles de kilómetros cuadrados" pueden verse por satélite a lo largo de todo el planeta y acaban depositadas en el fondo del sedimento marino donde conforman la mayor reserva de carbono de la Tierra.

"Los cocolitóforos son una bomba biológica, porque reciclan el CO2 y lo envían al fondo de los océanos, donde se queda para siempre", añade.

Equilibrio

En 2000 un equipo de expertos intentó predecir los efectos de la acidificación del mar -el dióxido que genera la actividad humana se disuelve en el agua reduciendo su PH- sobre los cocolitóforos y concluyó que la calcificación disminuiría frente a un aumento de la absorción de carbono por fotosíntesis contribuyendo así a rebajar el efecto invernadero.

Sin embargo, el grupo de Iglesias demuestra que la calcificación podría duplicarse a finales de este siglo y que se producirá "un equilibro" entre ésta y la fotosíntesis por lo que "el efecto neto será neutral". Justifica la disparidad de resultados en que el primer grupo introdujo ácido en el agua donde se cultivaban los cocolitóforos, mientras que ellos utilizaron aire con distintas concentraciones de CO2, lo que "reproduce de manera más natural las condiciones futuras".

Tras los experimentos ha llegado el turno del trabajo de campo. Iglesias ya recabó datos el pasado verano en blooms al sur de Islandia y que verán la luz en breve, pero su labor debe continuar. "Si los cocolitóforos tienen problemas para sobrevivir, como ocurrirá con otros organismos que calcifican como los corales, se originaría un problema tremendo porque al océano le costaría retener CO2 y además afectaría al resto de la cadena alimenticia. El impacto será global por eso hay que estudiar cómo se adaptarán".