"Por más que te cuenten, es imposible imaginar lo que te encuentras allí". Con estas palabras, la traumatóloga María Otero resume su experiencia en Kampala, la capital de Uganda, de donde regresó a principios de marzo después de estar cerca de un mes operando a través de la ONG Cirujanos del Mundo. Junto a ella viajaron tres enfermeras que también trabajan en la Clínica Fátima de Vigo. Selina Álvarez-Meira, Juani González y María del Carmen García, que compartieron su experiencia con la podóloga gallega residente en Madrid, Olaia Guerreiro.

Insiste en que "fue mucho más duro de lo que esperaba" pero, pese a todo, reconoce que "lo echo de menos desde que llegué y ya tengo muchas ganas de volver". Y se nota en el brillo de sus ojos y en la expresión de su cara cuando recuerda que "fue impresionante lo que vimos, la falta total de medios que hay y cómo se sacan adelante las cosas". Relata que "hacíamos ocho o diez operaciones al día, era muy cansado, pero no sé que tiene África que engancha, es adictiva. Además, te cambia a nivel personal, te da una medida real de las cosas y te das cuenta de que, realmente, hace falta muy poco para ser feliz".

Ejercieron sus profesiones en dos hospitales, el de Mengo y el de Mulago. "El de Mengo, que era privado, fue el primero que conocimos. Eran dos barracones, uno para hombres y otro para mujeres, con las camas en filas, como si fuera un hospital de guerra y un quirófano con poquísimos medios, muy pobre", explica. "Pero el de Mulago, que es el más grande de Uganda y uno de los mayores de África era muchísimo peor, no había ni un respirador, ni medicamentos, ni material quirúrgico, la asepsia en el quirófano era mínima..., alucinante".

Pero no sólo faltan medios materiales, sino también humanos. "Allí una enfermera gana 50 dólares al mes y un especialista, 500 dólares. Pero es que el coste de la vida es alto, similar al que aquí. Por eso, en cuanto pueden, se marchan de su país", lamenta María.

Además de las operaciones, también pasaron consulta, pero en el Orfanato de Katalemua, en las afueras de Kampala. La traumatóloga señala que "el orfanato no es lo mismo que aquí. Allí es un espacio donde van los niños con su madre o su padre después de las operaciones para pasar la convalecencia". Y apunta: "En una de los edificios duermen y en el otro se hacen las sillas de ruedas, las prótesis,...".

Pese a reconocer que "se hace duro estar lejos de la familia, sobre todo de mi hija", insiste en que "es una experiencia vital que es difícil describir con palabras". Pero también fue una vivencia médica. "No ves tonterías, la gente que va al médico va porque tiene problemas muy graves y como saben que allí operan sin tener que pagar, llegan desde todos los rincones de de Uganda". Reconoce también que "te desesperas al ver cosas terribles, verdaderas tragedias, pero tienes que mantener la mente lo más fría que puedas para tirar y seguir adelante porque si te encariñas, no puedes hacer nada".

Y aún así, rezuma con cierto sentimiento de culpabilidad "porque creo que podría haber hecho más y sé que hace falta mucha más ayuda, no sólo médica, sino de todo tipo". "Estás allí, diciéndote que tienes que operar y ya está y que en unos días vuelves, pero resulta que un niño que no puede caminar te sonríe... y entonces piensas: ¡Pero qué egoísta soy!".