Por motivos de seguridad prefiere no desvelar su identidad. Trabajó durante un año y medio en distintos puntos del País Vasco y de Navarra, y ahora que está dirigiendo a escoltas regresa puntualmente en situaciones críticas como pueden ser las próximas elecciones municipales. "Ser escolta me gusta. Mucho más de lo que hago, pero lo primero es mi familia, aunque volvería, claro que volvería".

- ¿Cuál fue la situación más complicada que vivió en el País Vasco como escolta?

- Una de ellas ocurrió en el límite entre Navarra y el País Vasco hace unos 5 años. Protegía a una concejala y por despiste de ella, cuando estaba en una cafetería, dijo la palabra escolta. Allí había, 4 o 5 personas que no me gustaron, y empezaron a gritar diciendo que había que matar a todos los concejales y políticos.

Pagué la cuenta y traté de irme haciendo el menor ruido, pero sufrimos un ataque en toda regla. Utilizaron todos los medios que tenían a su alcance: botellas, vasos, sillas,...

Repelí el ataque como pude. A ella no le pasó nada, y yo sufrí varias heridas, pero pude guardarla en la gasolinera y pedí auxilio a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, pero estos señores aparecieron antes de que vinieran los agentes.

Me puse en la puerta. No desenfundé el arma pero les hice ver que estaba armado. Se dieron la vuelta y escaparon. Cogimos la matrícula, y fueron condenados.

- ¿Por qué lo dejó?

- Me salió una oportunidad de seguir haciendo lo que hacía y llevando una empresa. Sigo en el mismo mundo, pero estoy en mi casa, con mi familia y mis hijas, y tranquilo.

- ¿Quedan secuelas psicológicas?

- Yo diría que sí. Después de un año seguía mirando debajo del coche cuando sabía que no era necesario. Aún ahora se te va la cabeza y te pones debajo del coche, o ves uno que lleva un rato siguiéndote y das dos vueltas en una rotonda para saber por dónde va. Una serie de paranoias muy difíciles de evitar. Uno intenta vivir con ello.