El aventurero agradecido

C.G.M. / VIGO

Hace ocho años, un grave accidente de tráfico estuvo a punto de costarle la vida al francés Florent Pincon, un apasionado del mar. Recuperado a medias de sus secuelas físicas -tiene diagnosticada una incapacidad del 80 por ciento-, el mundo se le quedó pequeño y comenzó a rondarle la cabeza la idea de echarse al mar en su velero "Ibis", un modelo de madera construido al estilo de la Bretaña francesa.

El pasado 7 de junio dejó atrás su Paimpol natal, a una esposa y a dos pequeños de 2 y 4 años, y se embarcó en una aventura con la que pretendía llegar a Cabo Verde y retornar, luego, a Francia por el Mediterráneo.

Navegando a 100 millas de la costa -"Lejos de tierra se piensa mejor", razona-, el primer episodio de su aventura duró apenas cuatro días. Frente a la costa de Camariñas, el mástil de su viejo velero de 50 años no aguantó más y se vio obligado a hacer parada en la villa del encaje. Allí se encontró la hospitalidad de las gentes marineras pero, también, la imposibilidad de reparar el palo en el club náutico local, del que no guarda un buen recuerdo.

Sin hablar nada de castellano -ahora se defiende más que correctamente-, Florent hizo un apaño de urgencia en el "Ibis" y decidió poner, en cuanto pudo, rumbo a Vigo con una "vela de fortuna", esperando hallar en esta ciudad los medios más apropiados para reparar su barco.

Sus conocimientos de vela y carpintería -en Paimpol trabaja en un astillero deportivo-, unidos a su carácter campechano -"Todo es cuestión de organización", dice-, le permitieron recortar en dos metros el palo y convertir una vela moderna, tipo Marconi, en una vela cangreja con la que poder continuar el viaje. Cosa que hará el domindo, tras las oportunas pruebas, aunque ya sólo bordeando la Península. "No lo hubiera conseguido sin Juan, Arturo, Pipo y todos los del Náutico de Vigo", explica agradecido.

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