El 16 de septiembre de 1955, Francisco Franco obró un "milagro". Ese día, el dictador inauguraba la Residencia Almirante Vierna, orgullo del Seguro Obligatorio, gigante de 18 plantas que dominaba el horizonte de Vigo y se convertía en el segundo edificio más alto de España. Durante la visita, el Caudillo entró en una de las habitaciones, para interesarse por la salud de los "productores" enfermos. El Generalísimo se acercó a una cama y se dirigió a su ocupante: "Tiene usted muy buen aspecto; le deseo una pronta recuperación". Seguidamente, se obró el prodigio. En cuanto la comitiva abandonó el cuarto, el paciente se levantó de la cama, se despojó del pijama, se vistió de calle y salió por la puerta tan sano como había entrado.

La anécdota la recuerdan aún algunos de los antiguos trabajadores del hospital, que vivieron aquella jornada inaugural de hace cincuenta años. Aunque el 16 de septiembre de 1955 había ingresados en la residencia 64 pacientes, algunos cargos de Madrid estimaron conveniente incrementar esta cifra con un surtido de enfermos imaginarios. Ver un hospital lleno agradaría al Caudillo y justificaría la inversión realizada. Así que, si bien no hay documentos que certifiquen este montaje, se dice que se trajeron a indigentes e, incluso, a algún obrero de la constructora para vestirlos con pijama y encamarlos.

El "milagro" de Franco no fue la única anécdota de aquella jornada de hace 50 años que conmocionó a la ciudad de Vigo. Ya desde primera mañana, los vigueses leían en FARO la noticia de la visita y el comunicado de la Delegación Provincial de Sindicatos: "¡Productores! ¡Interrumpid vuestras tareas y exteriorizad la vibración de vuestro entusiasmo!" En la página contigua, la Delegación Provincial de Trabajo llamaba a paralizar la ciudad: "Rogamos al comercio que cierre sus puertas y a la industria que deje salir a sus empleados".

Como resultado de estas arengas, una muchedumbre se congregó ante la gran escalinata de acceso a la residencia, y aún por Pizarro y la plaza de España, para dar vítores al Caudillo.

Aparece Su Excelencia

Eran las cinco de la tarde cuando Su Excelencia el Jefe de Estado aparecía ante la puerta del hospital en un automóvil , acompañado por su mujer, Carmen Polo. Le esperaba un comité de bienvenida en el que no faltaba nadie, desde el gobernador al obispo, pasando por la Corporación en pleno, todo el cuerpo consular, y los altos mandos militares y civiles. De en medio de tan honorable muchedumbre, se aparecieron dos enfermeras, que entregaron ramos de flores a Carmen Polo y a la viuda del Almirante Vierna, en cuya memoria se bautizaba a la residencia.

Cuenta el periodista Francisco Armesto Faginas, en su obra "Da Residencia ao Hospital Xeral", que el ramo de la esposa del dictador tenía media docena de flores más que el otro, como era costumbre. "A veces -añade el autor- entre las flores había escondida alguna joya, como discreto regalo".

Una compañía del Regimiento de Infantería Murcia número 42, con bandera, banda de música y escuadra de gastadores, rindió los honores militares al Generalísimo, antes de que éste comenzase a saludar a los invitados al acto.

Seguidamente, inició la visita, en la que pidió ser llevado hasta la planta 16, para contemplar las vistas. Como a ninguno de los presentes se le escapó, Franco llevaba en la mano una gorra de marino, que no se puso, pero de la que no se desprendió en ningún momento. Vestía además de paisano, con un traje gris y el complemento parecía totalmente extemporáneo. Pero en el franquismo todos los gestos tenían un sentido. Y el dictador llevaba su gorra marinera para que nadie olvidase el tema sobre el que debían hablarle: el atún de 320 kilos de peso que la semana anterior había pescado en la costa coruñesa o que, según fuentes más avispadas, le fue colocado en los anzuelos por submarinistas.

El hombre contra el atún

Cuando Franco subió a la planta 16 preguntó al arquitecto Marcide, autor del proyecto del edificio, por los efectos del viento en una construcción tan alta. Y, sin más preámbulos, alguno de entre los presentes le hizo la observación apetecida: "Enhorabuena, Excelencia, por el formidable atún que pescó el otro día". A partir de aquí, el Caudillo se entregó a una larga charla de su lucha contra el temible Leviatán, en la que a punto estuvo de perder la vida, ante las feroces acometidas del pez, que pusieron al "Azor" a punto de zozobrar.

Rematada la disertación, y hechas las adulaciones habituales, Franco y su séquito hicieron un recorrido por los quirófanos, la maternidad y varias habitaciones, en las que saludaba a los enfermos, reales o simulados.

El diario escribe al día siguiente que el dictador queda encantado: "Su Excelencia el Jefe de Estado, Caudillo Franco, al escuchar las informaciones que le eran facilitadas sobre los servicios y posibilidades amplísimas que este sanatorio ofrece, no ocultó la satisfacción que todo ello le producía", cuenta el cronista.

Tras la inauguración, el dictador giró una visita al puerto, y a las instalaciones de la empresa MAR, entonces líder de la pesca en Vigo. Hacia la caída de la tarde, regresó hacia Pontevedra, con su coche despedido por las entusiastas aclamaciones de los ciudadanos.

Al día siguiente, FARO DE VIGO titulaba a toda plana: "Nuestra provincia vibró ayer de entusiasmo ante la presencia de Sus Excelencias el Jefe de Estado y su esposa". El editorial del diario homenajeaba "al gobernante que ha hecho entrega de su vida, su saber, su prudencia y su energía a la obra ingente de servir a una comunidad gozosamente identificada con su genial Caudillo".

"Las gentes pontevedresas han sabido ser todo vibración cordial, todo tierno aplauso y vítor jubiloso", proseguía FARO. "Por esta sensibilización tan honda, tan clamorosamente expresada, de lo mejor de su espíritu y de sus sentimientos, el Jefe de Estado pudo saber -a su paso fugaz entre nosotros- no sólo cuánta hondura de Fe y de Patriotismo le ofrenda esta provincia, sino también la amorosa gratitud que su presencia cobra siempre de este pueblo fidelísimo y consecuente en su esperanza".

Entre tan encendidas palabras, tan sólo faltó que el periodista pidiese la canonización en vida del Caudillo, tras el "milagro" obrado unas horas atrás al sanar a un enfermo con su sola palabra.

Hoy el Hospital Xeral, el "Pirulí", la Residencia, cumple cincuenta años. Es mucho tiempo. Pero, en muchos aspectos, aquel 16 de septiembre de 1955 en que fue inaugurado parece estar ya muchos siglos atrás.