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La huida sin fin de Abdoulaye remató tras once días en una patera al borde de la muerte: ahora empieza de cero en Santiago

Este joven de Malí escapó de su casa tras ver cómo asesinaban a su familia. Buscando el mar llegó a Mauritania, donde fue esclavizado meses. Su huida sin fin remató tras once días en una patera, al borde de la muerte. Pese a su sádica Ilíada, no se rindió. Pudo empezar de cero en Santiago.

Abdoulaye en la estación de autobuses de Santiago.

Abdoulaye en la estación de autobuses de Santiago. / Xoán Álvarez

Vigo

Abdoulaye aparece en esta entrevista caminando entre todos los pasajeros de la estación de autobuses de Santiago. Nos cita en la cafetería, que está cerca de su casa. No viste diferente a un chico de su edad, de 26 años, y tiene un semblante tranquilo, aunque pronto descubriremos que por dentro alberga una carga posiblemente insoportable para cualquier persona.

El joven es uno de los cientos de refugiados de Malí que llegaron a Galicia el pasado verano. Su travesía fue un camino en la oscuridad, guiado únicamente por una fuerza inexplicable que no le abandonó: ni cuando mataron a su familia, ni cuando lo esclavizaron, ni cuando pasó once días al borde de la muerte en una patera.

«Mi país está en guerra desde que lo recuerdo, no hay ningún tipo de esperanza», empieza el refugiado. Desde 2020 esta república africana está dirigida por una junta militar, que dio un golpe de Estado y se alió con grupos terroristas. Actualmente no hay partidos políticos, ni elecciones a la vista. Además, la violencia arbitraria contra civiles, los controles aleatorios o la falta de bienes como el combustible, están a la orden del día.

Su familia fue un ejemplo trágico de la hostilidad. Una noche, mientras Abdoulaye dormía, un grupo terrorista entró en su casa y comenzó a disparar indiscriminadamente. El objetivo era robar todo lo que encontraran y marcharse. Su madre, su padre y su hermana pequeña cayeron. A él no lo vieron, por lo que se libró de las balas. Después del saqueo, prendieron fuego a la vivienda y escapó con lo puesto, corriendo. En algún punto de su fuga llegó a una carretera donde pudo hacer autostop y subirse a un coche que lo llevó a Mauritania. Malí es un país interior, por lo que moverse hacia el oeste, hacia el mar, parecía la opción más sensata para abandonar en algún momento el continente.

«Una vez allí, un hombre me vio y me ofreció mejorar mi vida: me dijo que trabajaría en su casa para él. Pero al final nunca me pagó nada», cuenta. Pasó dos meses a sus órdenes, recibiendo apenas un poco de comida. Mauritania se considera el último país del mundo en abolir la esclavitud, en 1981, pero en realidad lo hizo solo sobre el papel. Todavía hay miles de personas que viven retenidas, como empleados domésticos.

Su siguiente paso fue la huida definitiva: «No me pagaban nada y no me trataban bien, así que escapé corriendo una noche. Me mezclé como polizón en una patera», cuenta. Fue con lo puesto, sin provisiones ni ropa de abrigo. No sabía que le esperaban once días a bordo de un barco inestable, en el que la muerte era una posibilidad más que conocida. «Mucha gente de mi edad no sale del país por miedo al mar, muchos no sabemos nadar», apunta. Se montaron cerca de 100 personas en un cayuco de alrededor de 20 metros de eslora. El frío nocturno les dejaba paralizados cada jornada y el salitre les provocaba cortes en la piel. «Había oleaje, te mojabas. Ante la desesperación había quien incluso bebía agua del mar. Tuvimos problemas de motor, pero la Cruz Roja nos rescató cuando un barco dio el aviso, a la altura de Portugal», recuerda. Al llegar a Canarias, a Las Palmas, lo ingresaron en un hospital durante dos semanas. Su cuerpo estuvo cerca de colapsar.

Tras recuperarse lo llevaron a un centro de refugiados temporalmente, después pasó a otro en Madrid y finalmente se asentó en Santiago. Hasta entonces el joven vivía una constante ruta de escape: «Mientras pensaba en muchas cosas, pensaba en mi familia y en que no tenía esperanza, pero también en vivir una nueva vida, en empezar otra vez», indica.

En Galicia estuvo en la ONG Rescate. No es ajeno a ciertas opiniones reaccionarias sobre la migración que llega por mar, pero asegura que le da igual y aconseja mirar siempre al frente. Aprendió a hablar español y se formó. Ahora tiene un empleo en el Polígono del Tambre y comparte piso con otros tres jóvenes refugiados. Tiene una vida social plena y sueña con ser electricista, el oficio que había aprendido en Malí.

Más de 700 refugiados lograron empleo el último año

Más de 700 personas solicitantes de Protección Internacional lograron insertarse laboralmente en Galicia en el último año a través de la ONG Rescate. Lo hicieron en puestos de difícil cobertura. La mayoría, un 32%, logró un empleo en la construcción.

También destaca la hostelería, donde se empleó a un 16%. A estos le sigue el sector primario, en el que un 14% de los migrantes que fueron tutelados por Rescate acabaron trabajando en explotaciones agrarias. Por otra parte, en la industria metalúrgica, hubo un 11%.

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