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Falsos mitos sobre el sexo: ni tener la regla ni la primera vez son anticonceptivos

Un mayor acceso a la información de los jóvenes no implica más conocimiento

Quérote +: "La educación sexual abarca todas las esferas vitales"

Coordinador Aseia: "El gran mito es creer que la sexualidad se reduce a los genitales, a la reproducción o a los riesgos"

Una obra teatral centrada en la sexualidad

Una obra teatral centrada en la sexualidad / FdV

Elena Ocampo

Elena Ocampo

Aunque crecen hiperconectados, muchos adolescentes aún arrastran falsas creencias sobre el sexo y la reproducción. Profesionales de la salud sexual y reproductiva escuchan a diario preguntas como si es posible contraer una infección de transmisión sexual durante una masturbación —probable si hay intercambio de fluidos— o que una chica no puede quedarse embarazada en su primera relación sexual, una idea errónea: sí puede ocurrir si hay penetración vaginal sin protección.

Persisten también mitos como que tener relaciones durante la menstruación evita el embarazo, o que hacer «el pino», levantar las piernas o colocar un cojín bajo la cadera tras el sexo aumenta las posibilidades de concebir. La educación sexual global, que aborda el bienestar emocional, sigue siendo una asignatura necesaria.

Desde los centros Quérote+, servicios públicos de orientación afectivo-sexual y emocional para la juventud gallega, insisten en que la responsabilidad de la educación sexual es un asunto colectivo. “Es fundamental que la sociedad comprenda que la educación sexual no es exclusivamente una cuestión de prevención de situaciones no deseadas, como embarazos no planificados o infecciones de transmisión sexual, sino que abarca todas las esferas vitales, desde la comprensión de quiénes somos, cómo nos relacionamos, cómo sentimos y cómo nos expresamos”, destacan.

Educación sexual, al currículo escolar

Subrayan además que uno de los principales retos es lograr que la educación sexual integral forme parte del currículo escolar y se aborde desde edades tempranas por personas con formación específica.

Acompañar a la juventud, añaden, implica empatía y comprender su mirada sobre el mundo, para poder ofrecer una atención que dé respuestas útiles a sus necesidades.

“Es cierto que los adolescentes, como también los adultos, tienen acceso a una enorme cantidad de información a través de internet. Pero información no es sinónimo de conocimiento”, apunta Ricardo Fandiño, psicólogo y coordinador xeral de ASEIA (Asociación para la Salud Emocional en la Infancia y la Adolescencia).

“El conocimiento implica capacidad de análisis, comprensión contextual y pensamiento crítico, y eso no se adquiere únicamente navegando en la red. Aquí es donde las personas adultas —y en particular quienes trabajamos en ámbitos educativos, sanitarios o psicosociales— tenemos una responsabilidad esencial: acompañar, orientar y dar sentido”.

Para Fandiño, centrar el debate únicamente en si los adolescentes conocen o no ciertos datos sobre sexualidad conduce a un reduccionismo. “El gran mito persistente hoy no es solo pensar que no saben, sino creer que la sexualidad se reduce a los genitales, a la reproducción o a los riesgos. La mayoría de mensajes que reciben —también en los entornos educativos y sanitarios— siguen anclados en una visión biológica, heterocentrada y preventiva”, explica.

El psicólogo advierte de que, aunque siguen existiendo falsas creencias sobre el embarazo o las infecciones, lo más preocupante es la falta de espacios donde hablar de otros aspectos igual de relevantes: el deseo, el consentimiento, el placer, los vínculos afectivos, la diversidad de cuerpos y de formas de relación.

“Más que insistir solo en los mitos clásicos, deberíamos preguntarnos qué tipo de educación sexual estamos ofreciendo”, plantea.

En su opinión, la educación sexual no puede limitarse a una asignatura de salud pública ni a una lista de advertencias. “Tiene que convertirse en un proyecto cultural y relacional, que ayude a los jóvenes a pensar su cuerpo, su identidad, sus emociones y sus vínculos con los demás. Y esto no solo falta en los institutos: también está ausente en muchas facultades donde se forman docentes, educadores o profesionales del ámbito social”.

En definitiva, concluye Fandiño, más que desconocimiento lo que persiste es un vacío educativo: “Hablamos poco y tarde de aquello que, sin embargo, da forma a la vida afectiva y subjetiva de los jóvenes. Y ahí está el verdadero reto”.

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