Cuando viene el lobo

En Galicia, la caza se apaga. El relevo generacional es casi simbólico. Pero «Xuventudes pola caza», un colectivo de gallegos entre 18 y 30 años es la excepción. Siguen fieles a una práctica que muchos de su generación ni entienden ni comparten. ¿Cómo viven esa decisión? ¿Y el estigma creciente que pesa sobre ellos?

Integrantes de «Xuventudes pola caza» como Tamara Fernández (izq.), con Pedro José Martínez (fundador), Alejandro Álvarez y Sergio Suárez (ropa de camuflaje), en el tecor Terra Cha.

Integrantes de «Xuventudes pola caza» como Tamara Fernández (izq.), con Pedro José Martínez (fundador), Alejandro Álvarez y Sergio Suárez (ropa de camuflaje), en el tecor Terra Cha. / fdv

Elena Ocampo

Elena Ocampo

Vigo

Seis y media de la madrugada. Los centros comerciales cuyos cines y zonas de ‘skate’ entrarán en ebullición a mediodía aún duermen la resaca de las sesiones golfas. A pocos kilómetros de la ciudad, la respiración de otro grupo de jóvenes exhala vaho. El resorte de una afición pegada al monte los hizo saltar de la cama. Pertrechados con chalecos, munición y rodeados de podencos, grifones y sabuesos. Preparados. Naturaleza, amigos y —también— «un chute de adrenalina» cuando el rastreo levanta un jabalí, les esperan.

En un contexto donde la caza está vista como una actividad del pasado, un reducto envejecido y cada vez más criticado por el mundo urbano y los animalistas, surgen voces jóvenes para romper con el estereotipo. Sergio, Tamara, Diego y Álvaro, cuatro cazadores gallegos de 25, 23, 32 y 20 años respectivamente, representan la excepción dentro de un colectivo de mayores. Lejos de los clichés, defienden una visión moderna de la caza: una que habla de conservación, gestión y conexión con el territorio. Las últimas polémicas sobre la ¿sobrepoblación? de jabalíes en Galicia o la protección y, finalmente desprotección del lobo, —ya apto para cacerías— ponen en el punto de mira al colectivo.

Inversión en el monte

«Lo de ir al monte a matar es solo el 2% de lo que hacemos”, asegura Diego Pallas de 32 años y Fornelos de Montes, con tono tranquilo pero firme. El resto del tiempo lo dedican a tareas que pocos asocian con la caza: censos de fauna, mantenimiento de hábitats y repoblaciones. «Muchos no saben que los tecores (sociedades de caza) en Galicia invierten desde 15.000 euros al año a 50.000 en el monte, especialmente para recuperar especies como la perdiz o el conejo», apunta Sergio Suárez, de 25 años, pero que ha estado vinculado ya a la directiva de una de estas entidades.

Una salida formativa del grupo de cazadores con el Centro de formación e experimentación agroforestal (CFEA) de Lourizán.

Una salida formativa del grupo de cazadores con el Centro de formación e experimentación agroforestal (CFEA) de Lourizán. / fdv

Álvaro Viqueira Castro, de Ordes y 20 años, compagina sus estudios en Educación Primaria con su pasión por el campo: «Mis compañeros alucinan cuando les cuento que no solo disparamos. Cuidamos el monte, lo conocemos como nadie». La propia Tamara Fernández, de A Fonsagrada, Lugo, y 23 años, reconoce: «De pequeña, la caza no me de no me gustaba nada, pero con los años me fui dando cuenta de que no es como la pintan y... hay que vivirlo para entenderlo». Eso sí, los cuatro coinciden en que faltan jóvenes. «Somos minoría, pero también una generación más formada, crítica y consciente», explica Pallas.

La iniciativa «Xuventudes pola Caza», un proyecto dentro de la Federación Galega de Caza busca acercar la actividad a los jóvenes desde una perspectiva diferente.

Uno de los temas que los enfrenta al discurso dominante es el del jabalí. «Hay zonas con daños en cultivos, pero no siempre hay sobrepoblación. Si alguien ve cuatro jabalíes por la ciudad y denuncie, ¿ya se declara emergencia?», valora Diego. Mientras, Sergio defiende las batidas como medida disuasoria puntual, pero no como una solución sistemática, ya que puede afectar a la cría y al equilibrio natural. En el monte, no ven tantos, sostienen.

La expansión del lobo por Galicia ha reabierto un debate tan viejo como el monte: ¿hasta qué punto es compatible su presencia con la ganadería rural? Aunque los cuatro reconocen el valor ecológico del lobo y rechazan su caza indiscriminada, coinciden en que su gestión debe tener en cuenta la realidad de quien vive en el territorio. Ellos sí han visto daños.

«No es lo mismo ver un lobo en un documental que encontrarlo en el camino a casa», ilustra Álvaro, que ha vivido de cerca ataques a ganado en su entorno. Para él, lo grave no es solo la pérdida de animales, sino el desgaste emocional que genera en los ganaderos. «Cuando crías un ternero durante meses y una noche aparece muerto, no es solo dinero: es rabia y miedo a que vuelva a pasar». Sergio, que ha colaborado en estudios sobre fauna, insiste en que no se puede aplicar una política única para todo el territorio. «El problema no es el lobo, es la falta de gestión. Si en una zona hay repetidos ataques, se debe actuar de forma puntual sobre ese esa manada. No cazar por cazar, sino evitar daños sin criminalizar a toda la especie».

Otra de las acciones formativas de "Xuventudes pola caza".

Otra de las acciones formativas de "Xuventudes pola caza". / fdv

«Coexistencia y diálogo»

Diego añade una capa más al debate: «La protección total del lobo ha generado un efecto paradójico. Ahora hay más lobos, que se acercan más a las casas. Pero quien defiende al lobo desde una ciudad no ve eso. Necesitamos políticas que escuchen al ganadero y al ecólogo». La solución para estos jóvenes pasa por «coexistencia , con control y diálogo». Y advierten: «Si no se le da voz al que vive en el monte, esa distancia entre el campo y la ciudad será cada vez mayor».

Ellos reconocen que viven «a contracorriente», pero sin complejos. En las redes sociales reciben críticas duras, quizás «de quien no ha puesto un pie en el monte», sentencia Sergio. Para ellos, la caza no es violencia, sino una forma de vida. Una que, aunque envejecida, se empeñan en perpetuar desde dentro.

Nicolás Pérez con uno de  sus perros en una batida.

Nicolás Pérez con uno de sus perros en una batida.

«Es mi forma de conectar con la naturaleza»

Con solo 18 años, Nicolás Pérez Durán es probablemente uno de los cazadores más jóvenes de Galicia. Vive en A Lama (Pontevedra), estudia segundo de Bachillerato y sueña con ser ingeniero forestal para trabajar cerca de su gran pasión: el monte. «Desde que pude andar, mi padre ya me llevaba al monte. Esperaba toda la semana para que llegara ese día y salir con él y con los perros».

Nicolás representa una excepción dentro de su generación. «Soy el más pequeño de mi cuadrilla, pero me animan mucho. Están deseando que los jóvenes continuemos esta forma de vida», asegura. Últimamente, incluso lleva a algún amigo a cazar. Para él, lo más valioso no es abatir piezas, sino «el conjunto de cosas que la rodean: ir al monte con amigos, entrenar a los perros, las comidas, el reencuentro». En su casa, además, la carne de caza es habitual en la mesa. Frente a quienes critican su afición, defiende: «No se trata de matar por matar. Entrenamos todo el año a los perros y aprovechamos lo que cazamos».Consciente de las dificultades que atraviesa el sector, Nicolás reconoce que «la caza en Galicia no vive su mejor momento». En su zona, la población de jabalí disminuye y los cazadores se autoimponen cupos para proteger las especies. «Aquí cada vez hay menos jabalíes», lamenta. No obstante, valora medidas como la extensión del periodo de caza, siempre que respondan a necesidades reales de control. La sociedad de caza de A Lama trabaja en la caza menor, especialmente conejo y perdiz.

«El conejo está afectado por una enfermedad vírica. En zonas donde no se repuebla ni se caza, prácticamente ha desaparecido», explica. Sabe que su afición no es mayoritaria entre los jóvenes. «En mi clase soy el único que caza. Y en la ciudad se ve distinto», admite. Por eso, en redes sociales intentan mostrar la caza «con respeto» y explicar «por qué lo hacemos». Uno de los principales mitos que combate es el supuesto maltrato a los canes de caza. «Se dice que si un perro no vale lo matamos. Son nuestros compañeros de caza y los cuidamos mejor que nadie. La ley de bienestar animal es muy clara, y quien haga lo contrario se enfrenta a la cárcel», recalca.También defiende que cazar y respetar a los animales no es incompatible. «El respeto está en darles una muerte rápida, en no cazar en zonas con poca población, en hacer una caza más seleccionada», argumenta. Nicolás tiene claro que seguirá practicando su pasión mientras sea legal: «La caza es mi vida. Si se comunica bien, si se explica lo que hacemos, creo que podrá mantenerse, aunque volver a las cifras de décadas atrás será muy difícil. La gente ya no vive tanto en el rural». Cazador desde los 16 años, cree que facilitar el acceso de los jóvenes sería clave para el relevo generacional. «Aquí pagamos 100 euros para la caza menor y 200 para la mayor. Si quieres empezar, no es barato», concluye.

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