Un trabajo para los migrantes, el mejor regalo de Navidad
Bassirou y Bass, dos de los migrantes senegaleses refugiados en Mondariz-Balneario, comenzarán el año con un trabajo en una empresa de construcción de Ponteareas. Es el sueño por el que arriesgaron su vida y la única oportunidad que tienen Samba, Birane, Alfa, Pouy, Diap y Abdou para conseguir quedarse en España
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y de eso saben mucho Bassirou y Bassirou, dos de los refugiados senegaleses que llegaron a Mondariz-Balneario a finales de agosto y que además de compartir nombre, comparten la ilusión de haber encontrado un trabajo en Ponteareas. «Es un sueño cumplido», dice Bassirou, que desde hace dos semanas trabaja en una empresa de construcción, donde puede poner en práctica sus conocimientos de fontanero, profesión que ya ejercía en Senegal, país que tuvo que abandonar porque «allí no podía ayudar más a mi familia». Su compañero, Bass, ha seguido sus pasos, y ha comenzado como albañil en la misma empresa el pasado 26 de diciembre; sin duda, el mejor regalo de Navidad que podría esperar.
«Mucha gente cree que son personas en vacío, pero nada más lejos de realidad; son personas muy formadas», explica Montse Groba, una de las trabajadoras sociales de Ponteareas que los ayuda a aprender el idioma, el principal obstáculo para su integración. Junto a ellos, acuden a clase de español en los Servicios Sociales de la villa del Corpus Samba, Birane, Alfa, Diap, Pouy y Abdou. Los ocho arriesgaron su vida y llegaron a Tenerife la pasada primavera, luego de una travesía de nueve días en patera en la que al quinto se acabó la comida y el agua.
El flujo migratorio que registró este año las Islas Canarias obligó al Gobierno a intervenir y reubicar a cientos de migrantes. En concreto, estos fueron trasladados primero a Mérida y luego a Mondariz-Balneario, villa vecina a Ponteareas. «Cuando llegué a Tenerife escuchaba hablar a los de Cruz Roja y pensaba que nunca podría entenderlos», recuerda Abdou, cuyo mérito es mayor, pues también ha tenido que aprender a leer y a escribir. «Todo el mundo me decía hola, hola, y yo pensaba, ¿qué será hola?”, se ríe ahora.
Además de ir a clases de español, Bassirou, Samba, Bassirou, Birane, Alfa, Diap, Pouy y Abdou también pertenecen a un grupo que sale a correr por la montaña. Fue de esta manera como Bassirou y Bass conocieron a las personas que les ayudaron a encontrar trabajo. «Gente buena», repiten. «Para correr no hace falta hablar y no importa ni el color ni el país de procedencia», cuenta Pouy, apuntando que «cuando corro en grupo me siento parte de algo».
Y así, corriendo, empezaron a integrarse en la comunidad. Además de un puesto de trabajo, personas de ese grupo que sale a correr por la montaña les cedió una vivienda en Ponteareas donde residen algunos de ellos. Gracias a empadronarse en Ponteareas tuvieron acceso a este programa de integración de los Servicios Sociales de la villa, a donde, desde hace dos meses, acuden diariamente a clases de español con Mayara Estevam, Lucía Álvarez, Montese Groba, Yasmina Martins, Silvia Morales y Paula Barbosa.
«Para nosotras también es un reto porque no hablamos su idioma», explican las trabajadoras sociales, apuntando que entre ellos hablan wólof y pulaar, dos idiomas de Senegal. «Creamos grupos de conversación, trabajamos con imágenes y machacamos mucho la repetición», cuentan, indicando que «personalizamos en base a sus profesiones», y es que, la búsqueda de un trabajo es la prioridad, pues es la única oportunidad que tienen para quedase en España.
En este sentido, cabe destacar que actualmente a todos ellos les ha sido denegada la petición de asilo político que les concedió el Gobierno de España, ya que Senegal no está inmerso en un conflicto bélico, como ocurre con Mali, a cuyos inmigrantes refugiados en Mondariz-Balneario si les ha sido renovada esta petición de protección internacional. En el caso de los senegaleses, el motivo por el que han abandonado su país responde a las limitadas oportunidades económicas que les ofrece. «Trabajamos mucho, pero nos pagan poco, o no nos pagan», lamenta Bassirou.
Al haberles sido rechazada la petición de asilo, han presentado alegaciones. El tiempo que tarde el Ministerio de Asuntos Exteriores en notificarles nuevamente la denegación de asilo es el que tienen para encontrar trabajo, pues solo con un contrato podrán solicitar un permiso de residencia por arraigo laboral.
Saben que están en el tiempo de descuento, pero, como Bassirou y Bass, no pierden la esperanza y cuentan con la ayuda de las trabajadoras sociales de Ponteareas, que piden romper con los perjuicios entorno a este colectivo. «Son buenos alumnos, vecinos y deportistas», insiste Mayara Estevan, mientras que Montse Groba hace un llamamiento a las empresas que necesitan mano de obra y no encuentran.
Abdou y Birane son marineros, Pouy ha trabajado como camarero y estudia varios idiomas, Diap es albañil y Alfa trabajó en Senegal como pintor, pescador y comercial. «Son buenos perfiles; otros colectivos vienen con exigencias, pero ellos todo lo contrario, nunca vienen con una mala cara, solo con ganas de aprender y no esperan nada a cambio», recalcan las trabajadoras sociales, las cuales, además del idioma, les enseñan las costumbres españolas y hasta les organizaron una fiesta para que pudieran relacionarse con otras personas. En ella cataron 'Color esperanza', el tema de Diego Torres que anima a las personas a creer en lo imposible, a pesar de las dificultades que, como ellos, han tenido que sortear por el camino.
«No duermo tranquilo por las noches si no hablo con mi madre y me dice que está bien»
La decisión de venir a España no ha sido nada fácil para estos ocho jóvenes senegaleses, y no solo porque lo hicieron a sabiendas de que podrían perder la vida en el intento, sino también porque tuvieron que dejar atrás a sus familias. Ellas son, a la vez, el motivo por el que emprendieron el viaje. Ayudar, ayudar y ayudar es la palabra que más repiten cuando hablan de ellas, junto a echar de menos. «Hablo tres veces al día con mi madre; es lo mejor de mi vida», dice Abdou, que solo tiene 21 años y lleva desde los 15 trabajando para llevar dinero a casa.
En este sentido, el teléfono móvil es el único nexo de unión con sus familias. «Gracias al teléfono puedo hablar con ella y saber cómo está», apunta Samba, explicando que «no duermo tranquilo por las noches si no hablo con mi madre y me dice que está bien; quiero ayudarla a comprar una casa». De la misma manera, los ocho responden lo mismo cuando les preguntamos en qué gastan los únicos 50 euros que recibieron al mes del Gobierno durante el asilo: «Se los mando a mi familia. 50 euros es poco, pero es más que nada».
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