Alrededor de 56.000 gallegos tienen dificultades para acceder a los medicamentos que pueden curarles. Al menos esa sería la cifra de personas que confirman una inaccesibilidad a los fármacos derivada de cuestiones económicas tal y como permite constatar el Ministerio de Sanidad. Las estadísticas del Ejecutivo central tomadas del Barómetro sanitario reflejan que un 2,42 por ciento de población adulta gallega –ciudadanos de 18 o más años– declara inaccesibilidad a los medicamentos por motivos económicos en los últimos 12 meses. Esos medicamentos, como indica el análisis, no son fármacos que los ciudadanos adquieran por su cuenta, sino que se corresponden con medicamentos que sus facultativos les recetan.
Con todo, Galicia es de las comunidades donde menos personas reconocen que no pueden costearse los fármacos que les recetan. Está de séptima por la cola en ese indicador, por detrás de Cantabria, Extremadura, País Vasco, Navarra, Baleares y La Rioja, que registran datos inferiores. En el extremo opuesto se ubicaría Canarias, donde aseguran que se ven afectados por este tipo de limitación un 5,65 por ciento de sus ciudadanos.
Asimismo, el dato gallego sitúa a Galicia por debajo de la media estatal, que llega al 3,08 por ciento de población que deja de comprar medicinas recetadas por cuestiones económicas, y el dato además implica un descenso con respecto al de 2019, en prepandemia, último dato disponible antes del de 2022. Entonces era un 2,77 por ciento de gallegos los que manifestaban en la encuesta del Barómetro sanitario que su bolsillo no les permitía asumir tratamientos recomendados por algún facultativo.
Los médicos gallegos consideran que este tipo de carencias pueden “llegar a ser un problema serio”. Así lo señala Jesús Sueiro, vocal de la Asociación Galega de Medicina Familiar e Comunitaria (Agamfec), que aglutina a la mayoría de los especialistas de Atención Primaria en la comunidad, para quien las “barreras económicas” constituyen una de las “dificultades” con las que se encuentran los profesionales sanitarios a la hora de lograr de sus pacientes la “adherencia” a los tratamientos, y que se sumarían a otras derivadas del “desinterés”.
Aunque considera que se trata de un fenómeno “más frecuente” en países donde los seguros son privados, caso de Estados Unidos, explica, también “aquí”, concede, esa cuestión puede derivar en un “problema”, sobre todo en aquellos fármacos más caros. Explica al respecto que aparecen “nuevos” medicamentos que acostumbran a ser “mucho más caros” que otros que se usaron siempre y que pueden ser “realmente beneficiosos”, pero que pueden suponer un problema para gente tiene que hacer una “aportación”.
Sueiro advierte además que las carencias para comprar fármacos pueden encontrarse incluso “camufladas”. Habrá gente, indica, que ni siquiera vaya al médico, mientras otras personas le cuentan ya a su facultativo que un fármaco les resulta “caro” y demandan otro más económico. “Pero hay una pérdida de cierto beneficio en el control de su enfermedad y eso puede tener consecuencias a la larga para su salud”, sostiene. “Nos referimos sobre todo a pacientes crónicos”, señala, porque, a diferencia de un proceso acotado en el tiempo, que exige medicación durante unos días, los crónicos tienen que consumir fármacos todos los meses. “Son enfermedades con tratamiento que es para toda la vida y supone un desembolso muy importante”, asegura.
Al respecto, recuerda que está muy estudiada la “influencia” de la pobreza sobre la enfermedad. Explica que las personas con menos recursos tienen “más” patologías. Uno de los casos, cita, es la obesidad, que “es una enfermedad propia de la pobreza” y muchas veces va asociada a la diabetes, una patología que precisaría medicamentos. Al final, concluye, hay un efecto cascada y “siempre incide en la misma gente”.