Si en las aulas el COVID forzó la digitalización y llegó para quedarse, en el ámbito de sanitario la pandemia dejó un reguero de consultas en salud mental. La falta de interacción social, los temores por la nueva enfermedad, los ERTEs... múltiples situaciones y factores dispararon la demanda de atención psicológica y ese impulso aún no ha remitido del todo porque además el coronavirus ha servido, como explica el psicólogo clínico y presidente de la sección de Psicoloxía e Saúde del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia, Xacobe Abel Fernández, para que muchos pacientes “salieran del armario” de la dolencia mental y se empiece a desdibujar el “estigma” asociado a esas patologías.
Los psicólogos siguen muy solicitados, aunque, según las versiones, no como después de la pandemia, cuando los problemas de salud mental se dispararon y la espera de meses llegó a la privada. Pese a todo, algunos de estos profesionales sostienen que vieron sus agendas colmadas en verano –un período en el que dicen que la salud mental “suele dejarse de lado” por las circunstancias– y que escasean huecos para primeras consultas en sus calendarios a un mes vista.
La psicóloga viguesa Victoria Romero, por ejemplo, explica que incluso en temporada estival tuvieron espera y el motivo “más frecuente” para que alguien llame a su puerta es la ansiedad, un fenómeno “totalmente disparado”, señala, desde la pandemia, pero no solo, avisa, porque haya más casos –que “los hay”, apunta–, sino porque lo vivido “le sirvió a la gente para darse cuenta de lo importante que es la salud mental y acude con más facilidad a los profesionales que antes”. “Hay menos estigma, está más normalizado”, incide esta sanitaria, que comenta que han tenido que “reforzar” y “alargar” el horario de atención, incluyendo las mañanas de los sábados, para “adaptarse” a la disponibilidad de sus pacientes.
Pero el período estival marca un paréntesis antes del inicio del curso escolar, que para muchos supone también un momento de iniciación simbólico para lanzarse a los cambios. Consuelo Vilasánchez, otra psicóloga que ejerce en Vigo y que asegura que no se puede quejar de no tener las agendas lo bastante llenas –“a veces”, incide, hasta el punto de “tener que derivar”–, explica que la gente suele tomarse el verano como una pausa, para “retomar” en septiembre todo lo que tiene que ver con salud mental, trabajo o ir al gimnasio. No obstante, desde la pandemia acusa el aumento de la demanda y este año ha llamado a su puerta más gente.
Muchos casos de ansiedad y estrés
Lo que tienen en común ambas especialistas es que sobre todo ven casos de ansiedad y estrés y los hay que no pueden esperar, apunta Vilasánchez. “Hay personas muy estresadas por el trabajo y las relaciones. El tipo de sociedad que tenemos lleva a que la gente tenga más ansiedad que hace años porque todo tiene que ser rápido, inmediato, y eso eleva la ansiedad”, afirma.
Pero los adultos también buscan ayuda por trastornos obsesivo compulsivos o por depresión con tendencias suicidas. “El número de suicidios ha aumentado y también se ve a más personas con este tipo de pensamientos”, concede Vilasánchez. No son los únicos. En su despacho facilitan terapias de pareja y percibe “mucha gente joven con relaciones de pareja tóxicas, no funcionales”. No se trata, incide, de que la toxicidad crezca, sino de que “se trabaja más” con esos conceptos y de que hay más información. “La gente es más consciente y busca ayuda”, sostiene. Las redes sociales, donde muchos conocen a su pareja, tienen su parte de culpa, indica.
Rosa María Abril, otra psicóloga con consulta en Vigo, confirma el “repunte” vivido tras la pandemia y asegura que el efecto “se sigue manteniendo”. Están “influyendo” en ello, comparte con sus colegas, “las campañas de normalización de la atención psicológica”, que sea “menos tabú y menos estimagtización”, que se busque más ayuda, incluso, se la recomiendan a amigos. Lo que cambió es el perfil. Tras la pandemia, menudearon los jóvenes, que acusaban problemas derivados de la falta de interacción, y ahora el grueso vuelven a conformarlo adultos y a aparecer de nuevo un perfil de adicciones a sustancias que había cedido. “Lo llevo bien, hay carga, pero no hay urgencia de tener que atender ya y puede programarse”, explica.
Ana María Ruíz, psicóloga y coordinadora del Grupo de intervención psicológica en emergencias del Colexio Oficial de Psicólogos de Galicia, indica que tras el COVID hubo “un aumento llamativo” en las consultas, un “repunte”, y se toparon con “muchísima gente demandando atención problemas ansiedad o trastornos obsesivos compulsivos más acentuados”. “Ahora sigue estando alta”, indica en alusión a la demanda, “pero un poco menos que en la pospandemia inmediata”. Xacobe Abel Fernández apunta que “la sensación” es que cuando un paciente busca ayuda en la privada “también se ve con limitaciones y esperas” debido a agendas llenas.
“En la pública la atención ambulatoria normal sigue con listas de espera de hasta once meses”
El sistema sanitario público gallego ha conseguido atenciones muy rápidas en prevención de suicidios, por ejemplo, pero una consulta con el especialista puede demorarse meses. Lo cuenta Xacobe Abel Fernández, presidente de la sección de Psicoloxía e Saúde del Colexio Oficial de Psicólogos de Galicia, quien señala que ahora son unos profesionales más visibles y se acude más a ellos.
–¿Cómo están las consultas de salud mental en el sistema sanitario público gallego?
–Hay que diferenciar entre programas. La Xunta puso en marcha un programa de prevención de suicidios que puede dar una atención bastante inmediata. Por otro lado, hay un programa en atención primaria, no en todas las áreas, en el que el psicólogo clínico está en el centro de salud como parte del equipo básico, que está logrando atender en el plazo de un mes. Pero la atención ambulatoria habitual, desde las unidades de salud mental, sigue con unas listas de espera muy largas. Estamos hablando de que, dependiendo del profesional, una primera consulta puede salir en febrero, marzo o abril e incluso mayo del año que viene. Llegué a ver junio; entre siete y once meses.
–¿A qué atribuyen la demanda de este tipo de atención?
–Uno de los mayores efectos del COVID a nivel social fue visualizar la salud mental. Eso significó que se empezó a hablar de ansiedad, de depresión y de otros problemas y eso permitió, cómo diría, salir del armario a muchas personas, que se autocalificasen con problemas de salud mental. Así, por un lado, está menos estigmatizado; ahora se muestra, se habla. Es un fenómeno bastante global alimentado por las redes sociales, en las que incluso influencers airean o se autodenominan con etiquetas dando lugar a un fenómeno de autoetiquetación, autodiagnóstico, en el que no tener un diagnóstico de salud mental casi es lo extraño.
–Suena inquietante...
–Es preocupante porque el abuso de etiquetas hace, por un lado, que acaben vacías y, por otro, aumenta la presión para emitir un diagnóstico en determinada dirección y en salud mental no tenemos la posibilidad de hacer una analítica o una radiografía que nos dé al cien por cien seguridad de que una cosa está clara. Entonces, en esa incertidumbre con la que trabajamos, el autodiagnóstico empieza ser una problemática cada vez mayor. Además, el COVID también visualizó que existían los profesionales de salud mental en la pública y eso hizo que mucha gente que arrastraba problemas los reivindicara y buscase atención provocando la demanda que existe. Eso sí fue precipitado por la pandemia, pero creo que podríamos estar en la misma situación si no la hubiera habido, a lo mejor cinco años después.
–¿Perciben ustedes un incremento de solicitudes de atención en algún colectivo específico?
–Notamos un incremento muy importante en la población infanto-juvenil. Pese a que hay menos niñas y niños van al psicólogo mucho más.
–¿Y qué detectan?
–Una de las cosas que notaron más las compañeras de infantil fue el aumento de trastornos de conducta alimentaria. La imagen en los 90 era una cuestión importantísima y se hizo una crítica social a tallas y modelos y eso permitió a nivel social reducir el riesgo de anorexia y bulimia. Con la pandemia hubo una preocupación por la salud, la dieta y el ejercicio y en ese marco lo que antes parecía más contenido se desbocó y tenemos a muchos adolescentes con una preocupación insana por el peso y el ejercicio.
–¿Cuántos profesionales de psicología clínica más harían falta en la pública?
–No tengo esa cifra, pero podría asegurar que el doble no sobraría. En ese sentido, estamos también en un sistema medicalizador, que busca que la salud mental se trate desde un punto de vista médico y la posibilidad de que a alguien que acude a la sanidad pública por un problema que puede ser abordado con psicoterapia le den medicación es muy alta porque la estructura del sistema privilegia que haya más psiquiatría que psicología clínica.