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Curas con acento combaten la soledad

La baja natalidad y la falta de vocación obligan a la Iglesia a pedir sacerdotes a obispados extranjeros para cubrir todo el trabajo

El padre Justo abre las puertas a todos en la Parroquia de Chapela. / MARTA G. BREA

“Estamos ante un invierno demográfico y espiritual, dentro de la Iglesia. Nuestra llegada supone en Galicia un apoyo de personal”, explica con su suave acento caribeño el padre Justo Rosendo Paiva quien desde hace más de 3 años trabaja con la comunidad local en la Parroquia San Fausto de Chapela (Redondela).

Caraqueño de nacimiento, el padre Justo asegura que ha tenido una excelente acogida, en gran parte porque “los gallegos también son parte de Caracas, uno no siente la distancia de modo significativo estando aquí”. Sin embargo, le ha llamado especialmente la atención la soledad que detecta en nuestra ciudad y que afecta a personas mayores y adolescentes por igual, aunque por distintas razones. “La tecnología mal llevada solo genera una soledad que nos hace daño”, dice refiriéndose a los más jóvenes a quienes identifica como “nobles y auténticos” pero en los que también observa la gran capacidad de dispersión que tienen con los teléfonos en la mano. Lo sabe bien porque tiene bajo su responsabilidad a un grupo de chicas y chicos de catequesis que se preparan para recibir el sacramento de la confirmación. Chavales entre 13 y 17 años con los que dialoga y a los que escucha atentamente.

No es la única tarea que tiene encomendada, como él mismo dice “el servicio parroquial es muy amplio, no se trata solo de dar misa”. No hay día de la semana en el que no tenga trabajo, al padre Justo también le ha sido asignada la misión de ofrecer apoyo en la capilla del Hospital Meixoeiro, donde la capellanía la ostenta un sacerdote que ya es muy mayor. Reconoce que el hospital implica un desafío diferente porque es donde las personas se enfrentan a la enfermedad y a la muerte. Esto crea un clima especialmente sensible en el que lo principal es encontrar consuelo ante los miedos y la ansiedad. Se trata de un entorno donde las necesidades espirituales afloran en quien menos se lo espera, cuenta. Por supuesto, “hay un rezo por los enfermos cada día, es lo más importante. Se celebra misa y se ofrece el sacramento de la extremaunción a quién lo solicita. Pero además, los sacerdotes que tenemos encomendado un destino como este dedicamos mucho tiempo a hablar con las familias. Hay mucho dolor, las personas necesitan ser escuchadas, tienen situaciones personales verdaderamente complicadas” tanto si son ellos mismos los enfermos como si se trata del duro papel del acompañante.

“Los ancianos sienten que están en el descuento, hay que capear la soledad”

Padre Justo Rosendo - Diocesano venezolano

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Cerca del hospital hay tres residencias dedicadas a la asistencia de ancianos y personas con discapacidad. El padre Justo también se encarga de asistirles en lo que respecta a la fe católica y, como pasa con los jóvenes, extiende sus labores a la atención personal. “Esto va más allá de la acción civil, hay muchos ancianos solos y ellos solo quieren hablar” por eso intenta acompañarles “capear la soledad es tarea complicada, por eso procuro interesarme siempre” para que sepan que está cerca de ellos. “Las personas que han sido creyentes toda su vida y alcanzan una edad avanzada poseen una fe madura. Sienten que están en el descuento y cuando uno está en el final de su vida tiene necesidades espirituales”. Don Justo también ha notado que además de mucho cariño, gran parte de las personas mayores a las que asiste necesitan una charla más allá de la clásica confesión, eso sí, dentro de la más escrupulosa intimidad, como un secreto, “necesitan un confidente con quien hablar”, asegura.

“A cierto nivel de bienestar, la gente se encarcela en sí misma”

Padre Justo Rosendo - Diocesano venezolano

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El padre Justo no es ajeno a la realidad actual del mundo, ser egoísta “es la tendencia del ser humano, por eso el amor es sacrificio, la verdadera felicidad solo se consigue con alguien que nos haga feliz, no con algo, y la que dura siempre solo es la de Dios”. Comparando Galicia y otros lugares del menos favorecidos cree que en ellos “la gente tiene más facilidad para sentir la comunidad porque no hay comodidades. A cierto nivel de bienestar la gente se encarcela en sí misma”. Y reflexiona sobre la vulnerabilidad que supone para una sociedad la desinformación, “los ciudadanos deben lograr una madurez de juicio crítico”.

No es la primera vez que vive en España. Tras abandonar la carrera de Economía a la mitad y hacerse cura, dejando atrás a su padre viudo, sus adoradas tías y sus tres hermanos menores a quienes le une un lazo fortísimo, se vino a Navarra a iniciar su licenciatura en Teología Bíblica, “estuve desde el 96 al 98, me costó muchísimo porque tenía que estudiar en griego y hebreo también”. Sabe de primera mano lo que significa dejar todo lo que es importante, “alguien que vive al servicio de los demás no solo deja a su familia, que es durísimo, se despoja de uno mismo, de la capacidad de autogobernanza y se compromete a ser pobre y obedecer, por eso es tan difícil”.

“La diversidad es riqueza, una oportunidad para seguir creciendo”

Padre Abel - Claretiano argentino

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La falta de sacerdotes es un problema generalizado en toda la Iglesia española. La baja natalidad disminuye las oportunidades de nuevas vocaciones, que merman de forma exponencial en la sociedad moderna cada día más laica. El padre Justo forma parte del equipo de curas extranjeros que han llegado a Galicia para apoyar a los sacerdotes locales, ya ancianos y muchos de ellos enfermos. El clero se puede jubilar, al menos sobre el papel, pero la falta de sangre nueva en los seminarios ha obligado a muchas diócesis a procurar que sus sacerdotes alarguen hasta el final de sus vidas su tarea. Al mismo tiempo que han intensificado los ‘programas de intercambio’ entre obispados españoles y de otros países, para reforzar las parroquias.

Sin salir de Vigo, otros tres sacerdotes nacidos y ordenados en el extranjero se esfuerzan por atender a la comunidad local. Se trata del padre Abel, misionero claretiano procedente de Colombia y hoy en la parroquia viguesa Inmaculado Corazón de María a donde llegó en 2017, pero ya acumula dos décadas en España. Su misión principal son los niños. Tiene a su cargo el servicio en cuatro colegios de Vigo. “Me sorprende ver cómo poco a poco entre ellos van surgiendo más y más iniciativas de todo tipo” y recalca que “la diversidad es riqueza y complejidad, una oportunidad para seguir creciendo”.

“Veo a mis feligreses cada día respondiendo a los desafíos que se nos presentan”

Padre Edgardo - Dominico argentino

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La parroquia del Santísimo Cristo de la Victoria cuenta desde hace dos años con el padre Edgardo, fraile dominico de origen argentino que ayuda a los frailes y las monjas dominicas en las labores parroquiales y asiste a familias y enfermos en el Hospital Povisa . “Me he sentido muy bien acogido, en Argentina hay mucha emigración gallega” dice, “aunque tenemos sensibilidades diferentes”. También ha compartido mucho con otros misioneros españoles en Uruguay y Argentina y “no se ha hecho extraño” vivir aquí.

“Las personas de la parroquia son muy cercanas, es gente muy trabajadora, les veo respondiendo cada día a los desafíos de la vida y la realidad que se nos presenta”, observa este sacerdote que también está en contacto continuo con los religiosos procedentes de otros lugares del mundo, como África y Asia, a través de la CONFER Tui-Vigo de la que es parte de la junta.

Otro venezolano apoya a la comunidad desde hace una década en la Parroquia María Madre del Buen Pastor. Es el padre Garik José Corveira. Este sacerdote de madre gallega y padre asturiano, reconoce que “en Galicia la dispersión de los pueblos en el rural supone un reto para poder llegar a todo el mundo”.

El padre Justo en la Parroquia de Chapela MARTA G. BREA

Sin niños, ni vocaciones

En el resto de provincias gallegas la situación es similar. Son los curas extranjeros los que han tomado el testigo de la labor parroquial aportando frescura y nuevos horizontes a las comunidades que atienden. Un enriquecimiento cultural que, en la mayoría de los casos, cierra el círculo de la emigración, al renovarse los lazos entre Galicia y Latinoamérica, de forma especial.

En la Diócesis de Ourense, prestan su apoyo dos sacerdotes venezolanos (Oímbra y Vilardevós) y uno boliviano (Entrimo). Junto a otros muchos nacidos fuera pero ordenados en España. Además, este obispado cuenta con un seminario especializado en formación de misioneros orientado a la ordenación de curas extranjeros, el Seminario Redemptoris Mater. Una vez que terminan sus estudios, salen de misiones para volver unos años después y ponerse al servicio del Obispado de Ourense. El caso de la Diócesis de Lugo, que cuenta con otros tres padres de Venezuela, y de la de Santiago es similar. Esta última también tiene el apoyo de sacerdotes de origen africano, de Costa de Marfil. Al igual que el padre José Katanga, de origen angoleño, presta sus servicios destinado en Lalín. 

Jóvenes argentinos hablan con el padre Alberto, de Migraciones. / ALBA VILLAR

Un mexicano para atender a retornados y nuevos migrantes

La necesidad de migrantes no es solo una cuestión de la Iglesia católica. Falta mano de obra y nuevos nacimientos en muchos territorios. Galicia, tradicionalmente tierra de emigrantes, lleva años recibiendo el flujo de vuelta que cierra el ciclo de la migración. Con cada vez más africanos, especialmente por el vínculo de los pesqueros de altura gallegos con los puertos de África, y una remesa continua de latinoamericanos, cerca de la mitad de ellos con padres o abuelos de origen gallego, la necesidad de atender a los recién llegados se hacía notable en Pontevedra.

Es por eso que la Diócesis de Tui-Vigo decidió crear la Delegación de Migraciones, “un organismo al servicio de la Iglesia para acoger, proteger e integrar en nuestra sociedad civil y eclesial” a los recién llegados. Al frente está el padre José Alberto Montes, mexicano de padres gallegos que comprende perfectamente lo que significa cambiar radicalmente de vida. Así lo hizo cuando abandonó Ingeniería Industrial por el sacerdocio en su DF natal. Alegre, directo y activo, así es el padre José Alberto, al que no le falta ni el tiempo ni la sonrisa para atender a la gente que le reclama, incluido este periódico. Ejerce su labor desde la Iglesia de Santa Marta, cerca de Balaídos. Allí recibe a los migrantes e inicia un procedimiento vital para quienes llegan. “Lo primero es escuchar sus necesidades, no es lo mismo atender a una familia que a una persona que está sola. Después se busca alojamiento con la ayuda de Cáritas Diocesana”. No es solo cuestión de techo y comida, quien llega necesita orientación y protección jurídica, poner en orden sus ‘papeles’, “en esta delegación no solo se orienta también se acompaña, a muchos la burocracia o el idioma les excede”, explica.

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