Más de 16.000 adolescentes gallegos consumen hipnosedantes con o sin receta

El 20% de estudiantes de 14 a 18 años recurrió a tranquilizantes alguna vez en la vida | Expertos avisan de “carencias” emocionales y de resiliencia que el COVID solo exacerbó

Más de 16.000 adolescentes gallegos consumen hipnosedantes con o sin receta.

Más de 16.000 adolescentes gallegos consumen hipnosedantes con o sin receta. / Marta G. Brea/FDV

Carmen Villar

Carmen Villar

Cuando se habla de drogas, a muchos les vienen a la cabeza sustancias ilegales como el cannabis o la cocaína, pero la realidad es que son mayoría las de curso legal, como el alcohol y el tabaco. También lo es la tercera sustancia psicoactiva más consumida en España: los hipnosedantes, una denominación donde el Plan Nacional sobre Drogas encaja tranquilizantes, sedantes y somníferos. Y no solo los mayores recurren a este tipo de pastillas para tranquilizarse, relajarse o dormir, llegando a marcar la venta de ansiolíticos el máximo de la década en Galicia en 2021, sino que también los estudiantes adolescentes, de ESO a FP o a Bachillerato, conocen estas sustancias y, de hecho, unos 16.000 jóvenes gallegos con edades entre los 14 y los 18 años las han consumido el último año, con receta o sin ella. Expertos como el profesor de la Universidade de Santiago Antonio Rial Boubeta consideran que ese consumo delata un problema estructural y apunta a “carencias emocionales” y de resiliencia que el COVID exacerbó.

En concreto, la última encuesta entre estudiantes de enseñanzas secundarias en España (ESTUDES, en 2021) eleva la prevalencia del consumo a un 14,2 por ciento entre el alumnado gallego si se analiza la ingesta en el último año, pero la cifra sube ya a uno de cada cinco si se incluye a quienes los han tomado alguna vez en la vida, lo que supondría unos 22.000, redondeando las cifras a jóvenes en esas edades. No son datos que difieran especialmente de los estatales, aunque estén ligeramente por encima en el análisis del uso en el último año. Además, tal y como ocurre en adultos y en general en todo el Estado, las chicas recurren en mayor medida, un 60% más (17,6% frente a 10,9% en Galicia) a estos medicamentos, que incluyen las benzodiacepinas.

Las cifras de consumidores de hipnosedantes han ido a más, como aseguró el Ministerio de Sanidad al presentar la encuesta realizada en 2021, en los albores de la pospandemia. Precisamente desde que el coronavirus irrumpió en escena se han agravado los problemas de salud mental. En los últimos meses se habla de psicólogos que cierran sus agendas con semanas de antelación y las autoridades también han actualizado los protocolos, incluidos los dirigidos a la prevención del riesgo suicida en jóvenes en centros escolares. Sin embargo, para expertos en adicciones como el profesor de la Universidade de Santiago Antonio Rial Boubeta hay que ir más allá del COVID para analizar un problema que considera “estructural”. El coronavirus, sostiene, puede haber exacerbado las situaciones, pero el caldo de cultivo estaba ahí y tiene que ver no solo con que los chicos pongan “el listón de la felicidad” en cuestiones “tan artificiales” como las redes sociales, donde un “like” importa mucho, un listón que, resalta, es “inalcanzable”, sino que además sean “menos resilientes”: “No les hemos dado las herramientas para resolver la frustración de lo que es no alcanzar las metas”. Boubeta insiste en que el COVID no tiene la “culpa” de uqe las consultas de psiquiatría infanto-juvenil estén llenas, sino que fue, en todo caso, “un detonante”. Compara la situación con un modelo hidráulico donde el nivel va subiendo hasta desbordar.

“Hay problemas estructurales”, añade, “que también tienen que ver con la tecnología, pero sobre todo es el modelo aspiracional de la sociedad”, recalca. Apunta todavía otro factor estructural: que las familias necesitan tiempo y que no se les pone fácil la conciliación. Asimismo, estudios como el que coordinó para Unicef, con cerca de 50.000 adolescentes de toda España, revelan cómo “el peaje emocional, las dificultades” de los jóvenes, “tienen mucho que ver con el modelo familiar y de convivencia”. La peor situación se daría en los hogares “desestructurados” y en particular en aquellos casos de custodia compartida.

“Esta generación es mucho menos feliz que las precedentes teniéndolo todo”

Antonio Rial Boubeta - Profesor y experto en adicciones

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“No damos a los hijos herramientas para resolver la frustración”

Hace menos de dos semanas la Fundación Barrié presentó el estudio de mayor envergadura realizado en Galicia para analizar las Tecnologías de la Relación, la Información y la Comunicación entre adolescentes. Su director, Antonio Rial Boubeta, experto en adicciones en jóvenes, recuerda que revela que el 12,7% de los adolescentes gallegos tiene ideas suicidas recurrentes y casi uno de cada cinco, síntomas de depresión, cifras muy similares a las del 14,2% y del 19,5% de uso de hipnosedantes detectado por el Plan Nacional de Drogas en Galicia. “Hay una correlación directa”, advierte, entre ambos números.

–¿Cómo se deben leer los datos?

–Si hay carencias a nivel emocional es más probable que se desarrolle una adicción. En particular, el consumo de hipnosedantes no es nuevo, sino estructural, está enquistado. Hay que entender qué hay detrás de las adicciones: como hay una dificultad de afrontar el día a día y hay un sufrimiento emocional, uno se refugia ahí y ese dolor y ese sufrimiento mental de algún modo se palía con esos ansiolíticos y eso a su vez genera una dependencia.

–¿Qué lleva a un adolescente a utilizar estos fármacos?   

–La adolescencia es un período especialmente crítico donde hay que resolver conflictos en la identidad y desarrollar estrategias de afrontamiento. Cuando uno fracasa y no tiene herramientas, es más fácil caer en una adicción. Y la sociedad actual en vez de ayudarlos con esas estrategias y dotarlos de esas herramientas, lo que hace es parchear con sustancias, sean esas sustancias, entre comillas, un ansiolítico, un videojuego, una red social, un canal de YouTube o un móvil. Uno acude a esos otros espacios para suplir las carencias a nivel emocional y cada vez tenemos más chicos que tienen una peor salud mental. Y cometemos un error cuando nos escudamos en disculpas de que esto es por el COVID o es por la tecnología. O no. El COVID tal vez lo empeoró algo, lo exacerbó, lo potenció, lo mismo que la tecnología, pero es un problema estructural de salud mental y de educación emocional de nuestros hijos. Estamos ante una generación que es mucho menos feliz que las precedentes, para la que, teniéndolo todo, el peaje emocional es mucho mayor.

–Si lo tienen todo, ¿qué falta?

–Materialmente tienen más cosas, pero está el listón de la felicidad en algo tan artificial como pueden ser las redes sociales. Estamos imponiendo la obligación de ser felices a nuestros hijos y no les estamos dando las herramientas para de algún modo resolver la frustración de no alcanzar las metas día a día. Tenemos una generación menos resiliente.

–¿Por qué ocurre?

–Primero, el listón es inalcanzable, porque las redes sociales pintan un panorama idílico, utópico, perverso y falso. Si la meta es inalcanzable, la probabilidad de frustrarse es mayor. Por otro lado, tenemos una educación que hiperprotege; no dejamos que nuestro hijo vaya solo al colegio a los 12 años, pero dos de cada tres duermen con el móvil y están expuestos a muchas cosas que les exigen a nivel personal y emocional muchísimo. Pero no les conferimos esas herramientas, esas habilidades de la vida.

–¿Qué se puede hacer?   

–La educación emocional y la salud mental van de la mano, son una. Tenemos que ocuparnos en educar emocionalmente a los niños y a las familias. Un niño de 7 u 8 años ya tiene dificultades enormes para resolver su frustración y regularse emocionalmente porque le damos todo y resolvemos todo. Tenemos individuos menos inteligentes desde el punto de vista emocional, menos capacitados para resolver su problema. Hay que hacer que los niños se críen, se formen como personas en un contexto emocionalmente estable y consistente y en el momento en que aparecen las dificultades, en este momento de redes sociales les obligamos a buscar la felicidad por doquier y es inalcanzable, hacerles ver que es así y armarlos para ser resilientes y desarrollar estrategias de afrontamiento. Los progenitores en eso estamos muy atrasados pese a vivir en el mundo de los coach.

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