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El juicio de Angrois se aleja de todo morbo

La jueza pone coto a las preguntas de los abogados sobre el estado de las víctimas y los vagones tras el descarrilamiento: "No insistan, a todos nos consta el calibre del accidente"

El siniestro ferroviario de Angrois, ocurrido en julio de 2013, dejó 80 muertos y 145 heridos. // X. ÁLVAREZ

– "Usted intervino en las labores de ayuda y rescate. ¿Cómo era la situación? ¿Caótica? ¿Cómo?"

Esta pregunta se realizó esta semana en el "macrojuicio" por el descarrilamiento de Angrois del 24 de julio de 2013. La formula Francisco José Losada González, uno de los muchos abogados que ejercen la acusación particular en representación de las víctimas que dejó el accidente ferroviario. Se la hace a uno de los primeros policías nacionales que llegó al escenario del siniestro, uno de los que después acompañarían al malherido maquinista, Francisco José Garzón, al hospital.

–"Era un accidente... Un vagón se había salido de la vía y había subido por la ladera. El resto estaban volcados. Las catenarias todavía tenían corriente. Aún había poca gente. De hecho, accedí a un vagón para sacar a gente y a la salida me sorprendió ya el volumen de..."

El agente recuerda con estas palabras aquellos primeros y confusos momentos. Un tren Alvia procedente de Ourense con casi 230 personas a bordo acababa de descarrilar a escasos kilómetros de la estación de Santiago de Compostela, en la curva de A Grandeira.

–"Usted accede a un vagón para sacar a gente. Las personas que había dentro, la situación... ¿Estaban en shock, estaban muy mal?"

El letrado le sigue interrogando, ahora por el estado de las víctimas que estaban en el interior del tren.

– "Eeee... Prefiero..."

La escueta y esquiva contestación del policía no puede ser más elocuente sobre lo que se encontró en aquel vagón. No puede ni quiere verbalizarlo. De hecho el abogado no le hace más preguntas. Toma la palabra otro de los letrados acusadores, Javier González Martín, que agradece al testigo la ayuda que prestó aquella aciaga víspera de festivo y arranca preguntándole sobre lo que se acaba de evidenciar, que transcurridos nueve años, aún “sigue afectado” por su intervención policial en Angrois. Pero la jueza le interrumpe. “Letrado, esas no son preguntas”, le advierte. “Obviamente”, concreta Elena Fernández Currás, “todos conocemos el calibre del accidente”. Y esta no ha sido su única intervención en este sentido. Porque, en lo que va de juicio, la magistrada ha puesto coto a las preguntas que buscan una descripción detallada sobre los terribles daños personales y materiales del accidente. Porque no hacen falta calificativos, avisa, sobre algo que está más que “acreditado” y que es una “obviedad” a la vista del balance: 80 muertos y 145 heridos.

Para la jueza, estos y otros “datos objetivos” del descarrilamiento ya son lo suficientemente elocuentes. Lo dijo en la sesión del martes, durante la intervención de este policía, y volvió a incidir en ello en la del miércoles, mientras declaraba Celso Castor González, el vigilante de seguridad que viajaba en aquel Alvia. De nuevo la acusación particular preguntó a este testigo sobre los primeros momentos tras el accidente. “Era como en una guerra, un campo de batalla”, contestó.

Pero hasta ahí. La magistrada volvió a interrumpir la toma de declaración. “Letrados, no insistan tanto en ese tipo de preguntas porque nos consta a todos. Hay reportajes fotográficos y es fácil representarse, con los datos de lesionados y fallecidos, cuál podría ser la situación...”, dijo Fernández Currás. Un abogado le replicó que las preguntas eran pertinentes para cuantificar una de las partidas económicas que reclaman como indemnización para las víctimas. Pero la jueza le indicó que no era necesario acreditar el dolor y sufrimiento vivido en Angrois. Porque es algo evidente: “Estábamos también en shock los que nos encontrábamos en nuestra casa y nos enteramos a los pocos minutos; yo vivo a escasos kilómetros del lugar del accidente y fue consciente del mismo.” Para la magistrada, en definitiva, “es una obviedad” la conmoción sufrida principalmente por “los accidentados” pero también por los policías, médicos o vecinos que ayudaron. “Por todo el mundo”, resumió.

¿Crónica de un siniestro anunciado?

Entre las cuestiones que parecen haber quedado claras en estas primeras jornadas de juicio que se celebra en Santiago de Compostela, una es que el riesgo de la curva de A Grandeira no era ningún secreto. Esta semana compareció ante la magistrada un testigo clave, José Ramón Iglesias Mazaira, el jefe de maquinistas de Ourense y formador de conductores que en diciembre de 2011 –un año y medio antes del accidente– envió a sus superiores de Renfe un escrito en el que avisaba del peligro que suponía ese concreto punto de la línea ferroviaria entre Ourense y Santiago. De nada sirvió. No se adoptaron medidas. La seguridad no se reforzó, desgraciadamente, hasta ocurrido el trágico accidente de julio de 2013.

El riesgo de la curva provenía de que, para adentrarse en ella, los maquinistas debían realizar un brusco descenso de velocidad, de 200 a 80 km/h, sin que hubiera ninguna señal que se lo recordase ni balizas que corrigiesen cualquier error humano. Un día antes que Mazaira en el juicio declaró Javier Illanes, el maquinista que llevó el Alvia accidentado desde Medina del Campo (Valladolid) hasta Ourense y que siguió en el tren como viajero hasta Santiago. Ante esa curva, describió tajante, él y cualquier otro conductor a los mandos de un tren estaban “totalmente desprotegidos”. “Si no hubo un accidente antes fue porque Dios no quiso”, añadió en el extenso y duro interrogatorio al que fue sometido este testigo en la gran sala de vistas de la Cidade da Cultura.

En esta fase del juicio en la que están compareciendo testigos también declaró José Luis Carreira, empleado de Adif. El tramo en el que ocurrió el descarrilamiento, relató, “podía estar mejor señalizado”. Él mismo escuchó a varios maquinistas, de forma previa al siniestro, hablar sobre el riesgo de ese punto. Esta cuestión también fue puesta de manifiesto por Celso Castor González, el vigilante de seguridad que viajaba junto al interventor en el Alvia accidentado. En los “corrillos” de conductores, desveló, comentaban que la curva de A Grandeira “era bastante peligrosa”.

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