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Susana Garrido | Madre de Carolina Besada, víctima del Alvia con 18 años

“Perder un hijo duele infinitamente; si la causa es el Alvia, es una tortura añadida”

“Al responsable le diría que su ambición política subió a Carolina a ese tren”

La trabajadora social viguesa Susana Garrido, en Ourense, donde trabaja. | // FERNANDO CASANOVA

Cuando la vida de Carolina Besada se apagó en un vagón del Alvia, no fue solo su destino el que se truncó. La pérdida de la joven, que murió con 18 años, ha marcado los últimos años de su familia, que formaban sus padres y cuatro hermanos, y que entonces vivían en Ourense. “Va por ti, mi niña”, tituló su madre, Susana Garrido, una carta dedicada a su hija y publicada en FARO pocos días después del accidente. Ahora, esta trabajadora social viguesa rompe nueve años de silencio. Habla del juicio y de lo que no se lleva ante los tribunales: el dolor de una ausencia.

–¿Cómo se vive el silencio de una pérdida a destiempo durante nueve años?

–Perder un hijo duele infinitamente más de lo que yo pensaba. Y, que la causa sea algo con tanta repercusión como el accidente del Alvia, es una tortura añadida.

–La responsabilidad de las partes implicadas se juzga estos días en Santiago.

–Llevo casi 30 años trabajando para una administración pública. Sé que las decisiones importantes llegan hasta arriba. Son ellos los que marcan las directrices. No tengo ninguna duda de que los políticos sabían que esa línea no estaba funcionando bien. Desactivaron el sistema de frenado para que no se supiera que causaba retrasos y no quedase en entredicho la famosa alta velocidad. Luego, cuando se produce una tragedia, sálvese quien pueda. No tengo dudas.

–Y si tuviese delante a alguien que cree que pudo tener responsabilidad, ¿que le diría?

–Le diría que su ambición política subió a mi hija a ese tren. Más allá de las causas del accidente, si los ciudadanos hubiéramos sabido que ese tren no tenía sistemas de seguridad, no viajaríamos. Carolina nos planteó la posibilidad aquel día de ir a Santiago en coche con unos amigos. Nosotros, fíjate que irónico, le dijimos: “no, preferimos que vengas en tren, que es más seguro”. Lo hicimos desde la ignorancia y el engaño. Luego, te das cuenta de que le dijiste a tu hija que subiera a un tren que era muchísimo más peligroso que ir en coche con unos amigos.

–Su hija Marta, que se convirtió aquellos dos duros días de búsqueda en un símbolo en redes sociales, ¿cómo lo ha vivido?

–Las redes son muy perversas. Como sabemos, el anonimato hace que las personas amargadas den rienda suelta a lo que llevan dentro. Se llegaron a burlar de mí, a increparme, a insultarme. Yo hablé con Marta para prevenirla y me contó que también le había pasado.

–¿Por qué?

–Me insultaron por haberme metido con el desfile de autoridades que, en un momento duro para mí, se portaron de una forma deleznable.

–¿Ha vuelto a usar en alguna ocasión a la alta velocidad?

–Sí. Hice el esfuerzo de subirme en un tren de alta velocidad porque no quería que mis hijos tengan ningún trauma, ni bloqueos. Hice varios viajes. También cogí el de Ourense a Santiago y, viendo las velocidades que alcanzan, imaginarte que puede haber un tramo o una curva en la que, si el maquinista no frena, te estrellas, es escalofriante.

–¿Qué sintió al pasar por esa curva?

–Que era algo que tenía que hacer.

–¿Aún recuerda como le notificaron la noticia?

–-Yo me enteré 19 horas después del accidente de que mi hija había muerto por una persona conocida. Y ni siquiera por las autoridades, ni por ninguna comunicación oficial, ni una llamada de teléfono. Alguien conocido tenía contacto con uno de los forenses y fue quien tuvo la deferencia de decírnoslo.

–Estos días en el juicio, el exdirector de Seguridad en la circulación de Adif, Andrés Cortabitarte, descargó toda la responsabilidad del fatídico accidente del Alvia en el maquinista.

–Eso lo hicieron desde el principio, hasta que se supo que todos los sistemas de seguridad se habían desconectado. Creo que, durante mucho tiempo, estuvieron llenándose la boca con la llegada de la alta velocidad, que lo llevaban como un estandarte y deduzco que nadie quiso reconocer que no estaba funcionando. Ahí empezaron a pasarse la pelota unos a otros. Las esferas políticas, que están siempre al tanto, no tengo ninguna duda de que también lo estaban de esto y de que trataron de taparlo, hasta que explotó. Se dedicaron a echar balones fuera… Tanto él como el maquinista son cabezas de turco.

–El maquinista, Francisco José Garzón, durante su declaración pidió perdón a las víctimas.

–Ninguna persona en su sano juicio hubiera cometido ese error fatal conscientemente. A lo mejor no tenía el entrenamiento adecuado, puede que tampoco tuviera la información debida. Me cuesta pensar que una persona con ese grado de responsabilidad a sus espaldas tuviera ese despiste. Si tú eres consciente de que se puede producir una tragedia, estás muy centrado en lo que tienes que hacer. No sé lo que falló, pero algo no cuadra…

–Sin embargo, Cortabitarte no pido perdón.

–No, al igual que Ana Pastor y todos los demás. No piden perdón, porque hacerlo en las instancias políticas implica asumir una culpa o una responsabilidad. Y eso, en este país no se hace. No se admite un error. Se intenta tapar y se busca alguien que pueda pagar esa culpa. Jamás se pide perdón.

–¿Se les ha indemnizado?

–Sí, creo que fue la aseguradora. Cobramos dinero. Inicialmente nos dieron 60.000 euros. Después, y con lo que cobraron los abogados, no recuerdo cuál fue la cantidad exacta final.

–Además de la cuantía económica, sus otros tres hijos, ¿han tenido asistencia psicológica?

–Tengo recuerdos muy borrosos de toda esa época. Nosotros, por nuestra cuenta, fuimos a terapia. Mis hijos, los dos pequeños, siguen yendo al psicólogo. Yo fui también durante bastante tiempo y estoy medicada. Tuvimos que buscar ayuda, pero no puedo decir que no nos la ofrecieran. Ahora el pequeño tiene 16, la segunda tiene 18 y Marta tiene 27. Perdón, 25. Quien tiene 27 es... Carolina. (Llora).

–¿Cómo es ahora su vida familiar?

–Tenemos un régimen de visitas y ahora mismo, las dos niñas mayores están en Bilbao. Marta estudió Medicina en Santiago y está haciendo la residencia. La otra niña quiere estudiar Dirección cinematográfica. Cuando ocurrió el accidente, los pequeños sabían que algo había pasado; también nos vieron a nosotros destrozados. Y claro, algo así… Uno de ellos tiene problemas psicológicos y está a tratamiento. Yo creo que fue una época de su vida muy importante en la que nosotros tampoco pudimos estar todo lo presentes que deberíamos. Y ellos, a veces por no hacernos daño, tampoco nos decían cómo se sentían. Pero creo que lo pasaron muy mal.

–Carolina era la mayor, ¿se llevaban bien?

–Con Carolina el último año teníamos una relación súper bonita y me contaba todas sus cosas. Las fotos que tenía en casa, siguen. Ni quité, ni puse. Son las que estaban. Sus cosas están en el canapé de su cama. A mí, que no me gusta acumular, y siempre regalo la ropa que no usamos, con las cosas de ella todavía no soy capaz. Las tengo allí guardadas. Supongo que cada uno lleva el dolor a su manera. A mí, lo que me funciona es hablar de ella como parte de nuestra familia. Si sale alguna anécdota con los niños, le comento libremente lo que pasaba con Carol. Cuando me preguntan, siempre digo que tengo cuatro hijos, porque no me sale decir que tengo tres.

–¿Cómo se vio afectada en su empleo?

–Mi trabajo [trabajadora social] es lo que siempre he querido hacer. Me encanta. Pero es un trabajo emocionalmente muy exigente. Las personas buscan una mezcla de empatía y efectividad. Y, en momentos bajos, es complicado. Erróneamente, yo creí que me iba ayudar volver a trabajar pronto. Me incorporé en agosto tras el accidente, pensando que mi trabajo que me gustaba tanto, me iba a ayudar. Y también, tener la mente centrada en los demás. Me equivoqué completamente. Luego, caí como un saco de patatas. No podía, no era capaz. Uno de los primeros días vino un paciente al que yo conocía a contarme que se acababa de morir su padre, hecho polvo porque no se había podido despedir de él… Fue durísimo. La pandemia, luego, supuso un trabajo muy intenso, sobre un agotamiento muy extenso que ya tenía. Y el pasado mes de enero, decidí cambiar.

–¿Usted sí pudo despedirse de su hija?

–Unos días antes del accidente tuve una pesadilla horrible, en la que soñé que Carolina se moría. Cuando me despedí de ella, ya que aún me duraba esa sensación, le di un abrazo enorme, como si realmente me estuviera despidiendo. En cierto modo, me alegré de haber tenido aquel sueño.

–Disculpe por haberla hecho recordar, Susana.

–Le di muchas vueltas. Pero llegué a una conclusión: por mucho daño que me haga hablar, más daño me hace callarme.

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