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Dos mil menores admiten ser víctimas de un asalto sexual tras consumir sustancias

Casi el 2% de encuestados asegura que se aprovecharon de ellos tras invitarles a alcohol u otras drogas | Expertos asocian los casos a un consumo “compartido y consentido”

Jóvenes de fiesta. Manu Mitru

Un 1,7% de menores contesta afirmativamente en una encuesta a la pregunta “¿En alguna ocasión llegaron a aprovecharse de ti después de darte alcohol u otras drogas?” El porcentaje se podría traducir en que unos dos mil estudiantes de 12 a 17 años de la comunidad declaran haber sufrido algún episodio de asalto sexual durante el ocio nocturno bajo el consumo de sustancias, aunque, como señala el doctor en Psicología Social Antonio Rial Boubeta, que coordinó al equipo de la Universidade de Santiago que realizó las investigaciones, la encuesta no permite saber si ese consumo fue o no consciente porque no se les preguntó expresamente por eso. “Lo que sí sabemos es que tienen un patrón de consumo que da positivo en los tests de abuso de sustancias cuatro veces mayor que el resto y, por tanto, es bastante factible pensar que había un consumo compartido y consentido”, señala.

Este experto reconoce la preocupación por el consumo de sustancias en jóvenes al salir de noche que derivan en casos de abusos sexuales. Advierte al respecto que es un fenómeno del que se desconoce mucho, por lo que es “difícilmente prevenible”, que es justo lo que le interesa a expertos en prevención como él. En ese sentido, apunta que los resultados del trabajo de la USC permiten saber mejor cuánto pasa y cómo pasa, cuál es el perfil de la víctima y en qué contexto se da, lo que ayuda a esa tarea.

En el artículo Menores y agresiones sexuales facilitadas por drogas: entre la sumisión y la vulnerabilidad química, firmado por Rial Boubeta, Nuria García Couceiro, Manuel Isorna y Teresa Braña, que próximamente publicará la revista Adicciones, se recogen los resultados de una encuesta a casi 7.200 estudiantes de secundaria de en torno a medio centenar de centros de Galicia. Aunque los autores advierten de las “limitaciones” de la investigación, señalan que el estudio encuentra tasas “preocupantes” de asalto sexual facilitado por drogas entre los menores gallegos, “llegando a ser alarmantes”, avisan, “dada la franja de edad en la que se empiezan a producir” –cuatro de cada diez son menores de 16 años–. Todo ello, añaden, se ve “agravado” por el bajo nivel de demanda de atención sanitaria y denuncias, lo que limita, lamentan, la capacidad de reacción de los profesionales sociosanitarios.

En concreto, en lo relativo a las agresiones sexuales facilitadas por drogas, hallaron que al 22,8% de los menores encuestados les invitaron alguna vez a consumir drogas para ligar, al 4,2% le dieron alguna sustancia para intentar aprovecharse de ellos, el 2% despertó desorientado y con la sospecha de que le pudieran haber drogado y el 1,7 por ciento manifestó que se habían aprovechado de él en alguna ocasión tras invitarle a alcohol y otras drogas. Pero de estos, dicen, apenas uno de cada cinco pidió atención sanitaria y únicamente un 11% denunció. El 62% de las víctimas son chicas.

El artículo opera con el concepto de DFSA (“agresiones sexuales cometidas cuando la víctima está bajo los efectos de alguna sustancia”). Estas, explican los autores, pueden ser premeditadas, es decir, suponer intoxicar a una víctima a propósito para someterla sexualmente, u oportunistas, si la víctima consume voluntariamente la sustancia antes de ser agredida. En este caso en concreto lo correcto, matizan, sería hablar de vulnerabilidad química y no de sumisión química.

Las víctimas tienen sobreexposición en internet y patrón de riesgo de consumo

Tras analizar el consumo de drogas, los adolescentes que afirmaron que se habían aprovechado de ellos tras ingerir sustancias mostraron una diferencia “notoria y significativa” de consumo de alcohol, tabaco y cannabis con respecto a las no víctimas, con porcentajes “significativamente” mayores de borracheras, botellones y nuevos patrones de consumo, así como tasas más altas de consumo de riesgo. Así, el 70% dio positivo en el test que mide el abuso de alcohol; el 28% en el que analiza el abuso de cannabis y casi dos de cada tres, en el que mide la detección precoz del consumo de riesgo de alcohol y otras sustancias. Rial Boubeta aduce que el que las tasas de atracones, consumo de cannabis o participación en el botellón sean más elevadas entre quienes afirman ser víctimas que entre quienes no lo son “induce a pensar que hay un consumo compartido hasta cierto momento”.

Asimismo, advierte cómo las víctimas presentan una “sobreexposición” e “hipersexualización” en la red. Según el artículo, muestran un amplio repertorio de conductas de riesgo online y uso problemático de internet. Por ejemplo, las que quedaron alguna vez con alguien que conocieron por internet son tres veces más que las no víctimas; quienes sufrieron chantajes para enviar fotos o vídeos de índole sexual, casi cinco veces mayor; y los que fueron chantajeados con difundir esas imágenes, doce veces superior. No se trata, enfatiza el trabajo, de que los datos se interpreten como un motivo de criminalización de las víctimas, sino de dibujar un perfil de vulnerabilidad.

Rial Boubeta reconoce la “importante alarma social”. “La casuística existe y más de lo que pensamos, porque casi no se denuncian los casos”: es “la punta del iceberg”. A su modo de ver, el fenómeno tiene un trasfondo más complejo y hay que analizarlo desde la perspectiva de salud pública, educativa y sociológica para entenderlo y prevenirlo. En relación a la perspectiva sanitaria, comenta, obligaría a afrontar el problema de consumo de alcohol y otras sustancias. En cuanto a la educativa, tendría que ver con la educación sexual y en valores: hay un caldo de cultivo, avisa, de un modelo que asienta una manera de entender las relaciones sexuales “machista”. 

Prevención, “esencial” en un fenómeno “frecuente”

El profesor de la Universidade de Vigo Manuel Isorna, uno de los coautores del artículo Menores y agresiones sexuales facilitadas por drogas: entre la sumisión y la vulnerabilidad química, participa en otro trabajo a seis manos sobre drogas facilitadoras del asalto sexual mediante sumisión y vulnerabilidad química que analiza el fenómeno con carácter general, teniendo en cuenta que durante este verano “aumentaron significativamente” en España los casos de pinchazos denuncias por sumisión química.

El análisis concluye, tras constatar que la sumisión química “es desgraciadamente frecuente en nuestra sociedad y puede afectar a las mujeres y a los hombres en una proporción aproximada de 20 a 1”, que “la prevención y la protección son esenciales”. Al respecto, enumera entre otras, una serie de “precauciones”.

Entre otras sugerencias, anima a no aceptar bebida de desconocidos o de personas en las que no se confíe, a beber en contenedores abiertos solo por quien consume, a no compartir o intercambiar bebidas; a conservar el vaso a la vista y llevarlo con uno siempre, evitando beber de uno que no estuvo siempre vigilado; a rechazar consumiciones de origen desconocido, a no tomar ninguna si tiene un olor o un gusto dudoso o extraño o a rechazar ser acompañado por alguien con el que no se siente uno a gusto. Además, sugieren que, en caso de indisposición, desorientación o embriaguez anormal o excesiva, se informe a alguien de confianza y, de producirse una agresión sexual, buscar de inmediato atención hospitalaria para un examen médico, recibir un tratamiento y que se proceda a la rápida colección de muestras biológicas para buscar la presencia de drogas.

Según el informe, las drogas facilitadoras de asalto sexual que aparecen en mayor medida en los relatos de las víctimas son, además del alcohol –la droga “por excelencia” y no la burundanga– las benzodiazepinas, el GHB y la ketamina. “Son frecuentemente elegidas por el delincuente”, recogen Isorna y sus colaboradores, citando numerosa bibliografía, con la pretensión de provocar en la víctima confusión, amnesia o desinhibición, entre otras. Asimismo, añaden, son fáciles de administrar, solubles en alcohol y otros líquidos y a menudo incoloras, inodoras e insípidas.

De hecho, la Consellería de Sanidade ha impulsado ya con un protocolo unificado de actuación ante casos sospechosos de sumisión química en su sistema sanitario. No obstante, entre las fuerzas y cuerpos de seguridad existe una demanda de formación que es “necesaria”, apunta Rial Boubeta, dado que también son conscientes de que llegan a las comisarías más casuísticas de este tipo y precisan saber cómo afrontarlas.

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