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Carteros de banda ancha

Vecinos de aldeas de Salvaterra agradecen los nuevos servicios postales en la puerta de casa: “Antes tenía que ir en taxi al centro” | Casi 1.500 pontevedreses pagaron recibos, billetes, enviaron efectivo o paquetes con las PDAs de los carteros rurales

La cartera rural Cristina Ferreira junto a María de la Concepción Domínguez en una tienda de Nogueiró ALBA VILLAR

El barrio de Outeiro en la parroquia de Meder es un pequeño núcleo de casas entre los lindes de Salvaterra de Miño en el que solo viven habitualmente tres vecinos. Entre ellos, Josefa Álvarez González, que abre el gran portón de un cierre de granito con el brazo en cabestrillo. Al otro lado la saluda la cartera rural Cristina Ferreira. “Es como de la familia. Se ocupa de nosotros cada vez que viene a traernos algo. A mí me hizo favores muy grandes: cuando yo estaba mal y ella se dio cuenta, llamó a mi hija”, reconoce agradecida la mujer de 80 años. Es media mañana y la vecina solicita, precisamente desde la puerta de su casa, uno de los pagos de recibos que ofrece en sus nuevos servicios Correos. Una de las casi 1.500 operaciones nuevas realizadas en la provincia de Pontevedra en lo que va de año.

La cartera rural Cristina Ferreira, en una parroquia de Salvaterra. ALBA VILLAR

“¿Utilidad? Me la da siempre, porque desde aquí no hay comunicación para ir a la oficina de Correos al centro. Solo un taxi; no tenemos transporte público para ir a Salvaterra de Miño. Yo nunca conduje y, si la cartera puede ayudarnos más, a mí me favorece”, reflexiona. Desde cerca, su hija Lucía Ballesteros sigue la operación realizada con una PDA. “Vaya, qué rápido”, valora, “aquí a veces no va bien ni la conexión de teléfono”, razona. Ya en petit comité, la vecina aprecia la compañía que Cristina brinda a los mayores. “Estoy aquí por temporadas, porque mi madre no está en situación de pasar mucho tiempo sola. Así que yo voy a trabajar por la mañana y luego vengo al mediodía... Pero Cristina [por la cartera] hace mucha labor social. Siempre habla con ellos cuando pasa, les timbra… Y se ocupa”, resume. Mientras la cartera y las vecinas se despiden en la puerta pasa uno de los furgones que hace las veces de tienda de productos diarios. “Es la pescadera”, explica Cristina. Le sonríe desde detrás del parabrisas, como si fueran compañeras. O cómplices. Quizás, sabiéndose cooperantes necesarias en una realidad compleja que trata de resumirse con dos palabras: Galicia vaciada. Los claxon de furgonetas blancas son lo más parecido a un supermercado que tienen en la parroquia de Uma, la más lejana y separada geográficamente de las otras dieciséis del municipio, fronterizo con cuatro concellos y Portugal.

Ese vericueto de calles y caminos asfaltados de poco tránsito, en medio de bosques bajos, frutales en flor y viñedos, cuyo paisaje solo rompe algún cementerio y muchas propiedades rehabilitadas –con visibles rótulos de alarmas– y previsiblemente vacías, es el territorio por el que se mueve como pez en el agua en su pequeño utilitario la cartera. Para no perderse en la ruta de reparto, conviene seguirla cerca.

Las vecinas Lucía Ballesteros, la cartera rural Cristina Ferreira y Josefa Álvarez, en una parroquia de Salvaterra. / ALBA VILLAR

“Me piden que les lea las cartas”

“Valoro mucho el trato con la gente”, explica la funcionaria de Correos Cristina Ferreira. Estuvo cinco años como eventual y, tras destinos como Madrid y Tomiño, llegó a Salvaterra. Además de repartir cartas, muchas personas –sobre todo mayores– valoran su presencia. “Algunos mayores te piden que les leas cartas, sobre todo las que les remite el ayuntamiento, o te comentan sus dudas o problemas cuando se las llevas... y es una labor bonita”, indica. En las zonas más aisladas, pagar los recibos de la luz –antes tenían que desplazarse a Ponteareas, As Neves o al centro de Salvaterra– es uno de los servicios más valorados. También enviar paquetes.

Los mil carteros y carteras rurales de Galicia ofrecen ya a domicilio servicios que solo se prestaban en las oficinas de Correos con los nuevos dispositivos electrónicos portátiles (PDAs), como gestiones de servicios de luz, gas y telefonía o solicitar envío de dinero. Tomen nota.

La experiencia durante 23 años de servicio de la cartera Cristina Ferreira pone caras a los nombres que encabezan las cartas y resuelve la fórmula de un complejo laberinto de parroquias rurales, a veces poco señalizadas, a media distancia entre Salvaterra de Miño y As Neves y cortadas por una autovía. Ella es de uno de los limítrofes: Salceda de Caselas. Y en su trabajo, que ocupó por una jubilación, asegura sentirse “como en casa”. Su horario comienza en la oficina enclavada frente al concello, donde trabajan otras siete personas, a las 7.30 horas y termina siete horas y media más tarde, con unos setenta kilómetros recorridos de por medio por dos parroquias, Oleiros y Meder. “Hay campañas masivas, como el impuesto de circulación de vehículos que esperamos en el mes de abril y que implican un reparto más masivo”, explica.

Recorre casi setenta kilómetros en reparto, distribuidos en varias parroquias

Entre las primeras paradas de la mañana de Cristina Ferreira se encuentra una céntrica oficina. Tras un par de operaciones, coge el coche para dirigirse a una empresa, a entregar cartas y recoger documentos. Se trata de una empresa de cerámicas.

La siguiente parada es la tienda de ultramarinos del barrio de Nogueiró. Un perrito llamado Zuma –nombre en el que algo han tenido que ver los nietos de la dueña y los dibujos de “La patrulla canina”–, sale a recibir antes que Carmen García. “Hay que tener mucho para vender poco”, explica la tendera ante los estantes repletos de piedras de afilar, pintura, ferretería, servilletas, latas o una nevera con yogures y embutidos, al lado de productos de cosmética como hidratantes labiales. Isabel, que vive al lado de la tienda es una de las vecinas afortunadas. Cristina Ferreira colocó hace unos días un cartel en la puerta con los nuevos servicios y ha dado sus frutos.

La cartera rural Cristina Ferreira, en una parroquia de Salvaterra. ALBA VILLAR

“Este servicio me parece bien. Por favor, que tengan en cuenta a las personas mayores; no nos entendemos con los trámites online” , explica María de la Concepción Domínguez, “porque no los hemos estudiado”. “Yo tengo 77 años y mi marido 85, pero aún conduce”, explica el matrimonio que va al médico en As Neves, a donde sí hay líneas de transporte. Despúes de la gestión con la cartera, se reúne con su marido y con su bisnieta, Sabela, aún bebé. “Por favor, cuenta eso: somos mayores, pero no tontos”, insiste. Y ese eco aún resuena a medida que su silueta se hace pequeña en el retrovisor.

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