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Crónica Política

La (sana) envidia

La (sana) envidia

Es probable que si alguien, prescindiendo por una vez de la prudencia que advierte de lo peligrosas que son las comparaciones, dijese que siente envidia de Portugal, debería añadir de inmediato la palabra “sana”. Siquiera para evitar malas interpretaciones a la hora de concretar, por ejemplo, que quien la produce –la envidia– es el Gobierno portugués, sobre todo si se compara en algunas de sus decisiones estratégicas con el de España. Y aunque para muestra bastaría un botón, hay un par, y recientes: uno, el tono constructivo de la entrevista entre el señor Feijóo y su vicepresidente y el de la República portuguesa y su primer ministro.

Las crónicas dicen que hablaron de presente y del futuro casi inmediato, como el inicio de las obras del AVE lusitano hasta la antigua frontera de Tui que en la parte española y, para Madrid, está en el limbo. El segundo “botón” aparece en la coincidencia en plantear estrategias comunes a la hora de explotar, por ejemplo, el litio que existe en ambos lados de la raia y que ofrece grandes posibilidades económicas de cara no a 2050, como canta algún trovador monclovita, sino ya en este decenio. Siempre y cuando impere la idea del bien general y no la de la supervivencia política, como en principio aparenta ser prioridad de don Pedro Sánchez.

Conste que en el marco general de lo que se expone conviene especificar que la comparación que de algún modo se establece no comienza y acaba en los talantes, y talentos, expuestos en la cumbre lisboeta: hay una diferencia en la política sanitaria contra el Covid entre los gobiernos de España y Portugal que ya no produce envidia, sino irritación. En el país vecino hay un Gobierno que decidió, aplicó y puso en vías de resolver un problema enorme: aquí, la fase del “mando único” no solo fue un fracaso sideral, sino que causó que el Consejo de Ministros de España delegara su función de cuidar de la salud pública.

Lo hizo bajo el invento de la “cogobernanza”, no bajo dirección única aunque adaptable a las circunstancias, sino en diecisiete, teóricamente coordinada por una Comisión Interterritorial que provocó más confusión que soluciones. Y que ha culminado con la inaudita actuación del Ministerio de Sanidad poco menos que acusando a la Xunta de poner en riesgo la salud de decenas de miles de gallegos que han optado por la segunda dosis de la vacuna de AstraZeneca después de que se le suministrase la primera. Y añadiendo, Darias, que eso no es “voluntario”, aparte de citar “cuatro fallecidos por trombosis” cuando no se ha aportado nunca el número real de muertos por la pandemia. Eso es una indecencia.

En cualquier caso, es uno de los casos más claros de que la nave gubernamental española va a la deriva en todos los océanos: desde el judicial al sanitario pasando por el político y territorial. Y, dicho sea con claridad, al lado de este caótico “surfeo” –por utilizar las palabras del propio don Pedro–, Portugal parece un oasis. Y que nadie se llame a engaño: cuanto queda dicho, que por supuesto es una opinión personal, no significa renuncia alguna a las raíces propias, sino solo trata de explicar el desasosiego de ver dónde estaban unos hace cuarenta años y donde están otros ahora. Y eso, aun en términos relativos, junto al dato de que el presidente lusitano anuncia que recorrerá el Camino Portugués a Santiago este Año Santo mientras el señor Sánchez ni siquiera da muestras de saber que el Jacobeo, y el Xacobeo, existen, también produce envidia. Sana, naturalmente.

¿O no...?

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