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Crónica Política

Los pescadores

Los pescadores G. S.

De vez en cuando reaparece la sensación de que este antiguo Reino está infravalorando lo que tiene, en gran parte herencia de los antepasados, y olvidando el deber de protegerlo y hacerlo más fuerte. Ha ocurrido con el sector lácteo, incapaz de organizar –por la miopía de unos y el egoísmo electoralista de otros– un grupo propio capaz de competir en Europa. Y está ocurriendo con la pesca, una actividad que sirvió de moneda de cambio para mantener otras y al que, aparte de contar ya con un millar de barcos menos que antes, alguien parece dispuesto a reducirlo aún más en lo personal, ahora a base de olvidarse de las vacunas para los tripulantes.

No se trata de criticar por criticar: solo de recoger las denuncias de las cofradías y de las tripulaciones. Y de reclamar soluciones a un problema que retiene a los marineros a bordo incluso en puerto por la elemental protección del confinamiento frente al virus porque no se le proporcionan otros medios. Lo peor del problema para ellos es, seguramente, la falta de atención de las autoridades propias: ni el Ministerio de Sanidad ni el de Pesca parecen ni preocupados ni ocupados en resolverlos y solo la Xunta, a través de la señora conselleira Quintana, está donde debe estar, buscando las soluciones que ni Bruselas ni Madrid aportan. Por ahora, claro.

Es cierto que la comunidad gallega tiene las competencias que tiene: quizá una reforma del Estatuto lograra lo que ahora mismo no existe, pero ésas son palabras mayores, tal como está la política en estos días. Lo que resulta evidente es que la vía marítima puede ser tan peligrosa como la que más en materia de contagio; y por si alguna duda quedase, ahí está el episodio de la tripulación procedente de la India, en cuarentena en Vigo. Y aunque el Gobierno gallego asegura que la situación está controlada, no impide que proceda insistir en lo que el sector reclama desde hace varios lustros: bastante más atención que hasta ahora hacia su actividad.

Conviene no olvidar que escarnecidos durante años –y no siempre con razón ni siquiera entonces–, los gallegos que faenan en todos los mares soportan todavía una mala imagen que ya no responde a la verdad. a pesar de que el sentido común reclamaba una actitud diferente de quienes han gobernado España todos estos años, no se ha hecho ni lo posible ni lo necesario, cuya compatibilidad es un deber básico de la política. La exigencia europea de llevar cámaras a bordo como “vigilancia”, hace sentirse “criminalizados” a los tripulantes, y no parece que el ministerio haya ejercido siquiera de abogado defensor de sus intereses legítimos.

En ese sentido, parece momento para hacer una profunda reflexión sobre el presente y el futuro de la pesca. Y también de facetas que, como la acuicultura, están reduciendo la presencia gallega en sus capacidades de decisión, y eso es un riesgo serio. Con un horizonte, por cierto, complejo: cada vez es más frecuente la presión para la ubicación de parques eólicos en el mar. No se trata de alertar del fin del mundo pesquero ni considerar una amenaza directa lo que muchos tienen como inevitable futuro: solo de urgir, con el sosiego y la cautela necesarios, un estudio a fondo sobre ventajas e inconvenientes. Pero siempre partiendo de una idea muy clara: la pesca, con las variaciones que imponga el porvenir, significa para Galicia algo “sagrado”. No es solo una parte estratégica de su economía, sino –por ello– el motor que impulsa hacia el bienestar a todo el litoral como mínimo. Y si alguien lo olvida, o lo menosprecia, será reo de lesa patria, aunque a algunos les suene demasiado fuerte. O inusual.

¿No...?

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