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Crónica Política

El fracaso

Uno de los elementos que –casi seguro– va a presidir la semana que hoy comienza es el aluvión de reproches que con más o menos estruendo se cruzarán los partidos que gobiernan las diferentes Administraciones de este Reino. Está visto que hay en este país quienes, a falta de vergüenza, motivo del previsto fracaso de los contactos con el Clúster del Turismo de Galicia –que reclama un plan de supervivencia frente al COVID–, padecen ansia de notoriedad. Y en vez de habilitar y coordinar ese plan discuten sobre quién se llevará el mérito. El fracaso prueba que para resolver aquí cualquier problema se necesita a la divina providencia.

Conste que no es de extrañar un resultado así. Compuesto en su mayoría por políticos de tres al cuarto ese oficio en Galicia –y ya ni se diga en el resto de España–, ponerlos de acuerdo para que, en caso de un éxito, se repartan las medallas es imposible, como lo es que alguno admita al menos en parte el fracaso. Se ha dicho otras veces que esa mediocridad no es genética, sino que tiene su origen en graves déficits de formación y de cultura. A lo que se une una profesionalización tal que el antiguo ars politicae se ha vuelto un modo de vivir, bien y con canonjías. Y cada vez peor.

Resumiendo ad simplicem, siempre desde la opinión personal y salvando las excepciones, tanto más honrosas cuanto escasas, el conjunto revela mentalidad de pigmeos, fortalecida por el esquemaa territorial –y electoral– de este país que tiende a hacer de lo común un valor en desuso. Por eso resulta difícil esperar otra cosa cuando conviven un Estado, diecisiete Autonomías, más de cincuenta Diputaciones –una por provincia– y decenas de miles de municipios. Y todos ellos reclamando a la vez más competencias y los dineros correspondientes. Hay Estados con mapa parecido, pero que funcionan desde la aceptación unánime de dos principios: solidaridad y lealtad.

Aquí aparecen escritos e incluso se repiten en los discursos, pero no pasan a la realidad, ni en lo institucional ni en lo personal. Y se aprecia en todos los foros: un Parlamento que no es ya diverso, sino taifal en el que aparecen partidos estatales, regionales y hasta provinciales, además de los que viven de un Estado que repudian pero sobre cuyo futuro deciden por ambición personal de terceros. Cuesta imaginar el aquelarre cuando algún día se unan a la procesión las áreas metropolitanas, las mancomunidades y hasta las parroquias: con la Ley electoral vigente, interpretada ad hoc, quizá pudieran.

Es por todo ello por lo que fracasan los intentos de buscar soluciones colectivas para los problemas comunes. Porque a la vista de que no hay medallas para cada uno, todos prefieren que nadie se cuelgue alguna. Y los que afrontan hoy –y pagan– las consecuencias de esa miseria mental son sectores como el turismo, el comercio, la industria, la pesca, la agricultura y la ganadería, además de la hostelería. Y eso que la Xunta ha hecho lo que debía y asume, con 75 millones, el desafío de la superviverncia que le reclaman: no es mucho, pero sí lo que hay. Sería estimulante calcular, aún a ojo de buen cubero, cuánto se lograría con coordinación o, mejor todavía, con la desaparición de unas cuantas entidades que viven del cuento.

¿No?

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