Oídas las explicaciones –y la información– del presidente Feijóo al Parlamento gallego, proceden varias observaciones. Todas ellas y como siempre desde la opinión personal, incluida alguna aunque parezca de Pero Grullo. Por ejemplo, la de resaltar que la tercera ola de la pandemia y sus resultados son culpa del virus y no de don Alberto Núñez, como algún despistado podría deducir de lo dicho por la oposición en su conjunto. Y, en segundo lugar, que la presencia del jefe del Ejecutivo ante la Cámara ya significa, per se, una actitud diferente a la de otros, que de la retórica vacía han pasado a esconderse en el despacho.

A partir de ahí pueden y deben hacerse todos los análisis que se quieran, y desde las distintas ópticas existentes. Pero sin olvidar, porque esa es una de las claves para examinar la actuación del Gobierno gallego y los del resto de las comunidades autónomas. A las que en teoría se otorgó la “cogobernanza”, pero que en la práctica dependen –todavía– del placet o del veto definitivo del central mediante la declaración del estado de alarma hasta finales de mayo. Un plazo absurdo porque limita de facto capacidades para actuar contra la pandemia.

Dicho lo anterior, es preciso insistir en que, a la luz de la utilización que se hace de aquella decisión tomada por el Gobierno y sus socios parlamentarios más el papanatismo de Ciudadanos, la culpa de la pandemia y del principal de los datos, que son los afectados y los fallecidos, más los efectos económicos, es del virus, pero la responsabilidad de la lucha contra él es de Moncloa como único intérprete del mencionado estado de alarma. Casi todo lo demás, incluidas malas decisiones y titubeos confusos, pueden cargarse en el débito de los “cogobernantes”, pero solo –y todo– eso, y además distribuido de forma desigual.

Conste que cuanto se deja dicho no pretende en modo alguno ignorar el papel, básico, de control que le corresponde a los opositores a la Xunta, ni negar la evidencia estadística de que la llamada tercera ola del COVID sugiere que Galicia ha bajado en la eficacia de su actuación. Sería injusto afirmar que la izquierda, excesos verbales aparte porque son un vicio compartido, no cumplió con su deber, como lo sería ignorar que entre la segunda y la tercera fase de la pandemia hubo puentes festivos y hasta los “acueductos” de Navidad, fin de año y Reyes. Y que eso influyó.

En todo caso, y siempre desde un punto de vista personal, hay algo en lo que conviene insistir por el bien de todos: la sugerencia, que se hace desde la política y algunos sectores científicos, para cargar sobre los hombros de la ciudadanía la mayor parte del peso de lo que está ocurriendo ahora, resulta equivocada por injusta. Es cierto que hay una minoría, acaso creciente, de irresponsables y de sinvergüenzas egoístas, pero la inmensa mayoría de la población gallega ha cumplido con las normas. Incluso a costa, y síntomas hay ya –y no pocos–, de su estabilidad psicológica por tanta confusión y a veces instrucciones contradictorias o difícilmente explicabldes. Alguien, además de las del presidente Feijóo que en principio son medibles y hasta muy poco objetables, debería dar explicaciones de los motivos por los que ahora se esconde y aparenta despreocuparse de lo que ocurre. Acaso para que nadie le recuerde aquello que, en julio –y, seguro que por casualidad, antes de las elecciones vascas y gallegas– proclamó urbi et orbi: “hemos vencido al virus”.

Vaya “éxito”…