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Crónica Política

El (gran) negocio

A la vista de lo que ha trascendido desde Bruselas, la Unión Europea parece haber detectado que en esto de las vacunas contra el coronavirus no es oro todo lo que reluce. Ni la celeridad con que se han investigado, descubierto y puesto en el mercado obedece a la inquietud por la humanidad y el sufrimiento que padecen millones de familiares de enfermos y fallecidos. Desde la UE, que algo de eso sí que entienden, sospechan que el retraso en la entrega de las dosis comprometidas obedece al negocio –o sea, al business, como dicen en algunas películas– más que a las dificultades que alegan “Pfizer” y otras empresas.

Es casi seguro que ahora saldrán, sobre todo aquí, multitud de “expertos” que justificarán o criticarán –en función de sus propios intereses, claro– los retrasos en servir las dosis comprometidas y su efecto colateral. Que se resume en el hecho de que apenas un dos por ciento de europeos, sin contar los británicos, que ya van por libre, haya obtenido el remedio a pesar del mes transcurrido desde que se inició su aplicación. E incluso habrá quien insista en lo del “ya lo decía yo”, fórmula que se emplea después de recitar el Vademecum al completo para presumir de que alguna vez se acierta siquiera por eliminación.

Lo cierto es que ha de existir algo más que sospechas cuando la cúpula de la Unión, e incluso su corte burocrática, han levantado la voz, exigido el cumplimiento de los contratos firmados con los países miembros e incluso amenazado con llevar a las empresas que se demoran en la entrega a los Tribunales. No han hecho mucho más que protestar, pero los incondicionales de la UE insinúan, y alguno hasta asegura, que con eso bastará y los morosos, asustados, cumplirán aunque sea un poco más tarde de lo previsto. Y pese a que lo de los precios finales sea un misterio.

Conste que –“expertos” aparte– pistas no faltaban para intuir que algo había en el ambiente. Porque, aún con todas las cautelas, los especialistas explicaban poco las diferencias tremendas en el coste de las vacunas. Pero casi- nadie quiso entrar en el asunto, quizá por aquello de que sólo el necio confunde el valor con el precio, y el virus y su remedio bien valdría un silencio intencionado para no armar jaleo ni enredar, no fuese a ocurrir algún contratiempo. Pero el caso es que business is business, y a quien Dios se lo dé, san Pedro se lo bendiga.

Mientras, y en vista de que las vacunas van para largo y nadie sabe a qué precio –se pagará con dinero público, o sea, de todos– la Xunta decidía, ayer mismo, endurecer unas medidas que hasta ahora apenas han dado resultado para frenar el virus, en otro intento de cuadrar el círculo de compatibilizar salud y economía. Causa problemas, pero al menos se mueve al igual que casi todos –entre las excepciones están el de Bolsonaro en Brasil y algún otro más cercano– los gobiernos que padecen la pandemia. Y eso es digno de resaltar aunque sólo sea su obligación, aunque se ponga en peligro de extinción a la hostelería, el comercio y todos los sectores no esenciales y, como alguien dijo, pese a que “haya que cambiar nuestro modo de vivir”. Es una lástima, visto así, que los que harán el gran negocio sean los habituales: las farmacéuticas que, por cierto, no parecen haber apostado por los medicamentos para aliviar a millones de infectados por el COVID-19. Es raro.

¿O no?

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