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Crónica Política

La penitencia

Parece un excelente síntoma, visto desde una óptica personal, que la patronal de aquí, organizada como Confederación de Empresarios de Galicia, haya decidido aceptar, en términos católicos, la extremaunción. Que, como saben los alumnos de la catequesis del padre Astete, es la última posibilidad que en esa fe tienen los moribundos para salvar no solo sus almas sino –a veces– sus vidas. Y aunque no resulta obligatorio que en la CEG crean en esas cosas, siempre hay un “por si acaso” en el último instante. Y este parece el caso, porque no hay margen para la vuelta atrás.

(Existen indicios, eso sí, de que esa fe es algo más que un gesto póstumo. Algunos de los que han dominado el cotarro en los últimos tiempos parecen decididos a acogerse a otro sacramento, el de la confesión, para obtener el perdón social a sus “pecados”. Y a cumplir las condiciones: en concreto, aceptar la autoría, expresar la contrición y el propósito de la enmienda para el futuro. Faltan matices, que quizá se contengan en el discurso del previsible nuevo presidente, y por supuesto, cumplir la penitencia que se imponga, que alguna habrá. Salvo sorpresas, claro.)

Sea como fuere, y dejando a un lado –pero sin olvidarla– la doctrina patentada por el señor cura citado, es evidente que la CEG llega a la elección de nueva directiva dispuesta a iniciar el buen camino. Para empezar, mediante la unidad en torno a un presidente –Juan Manuel Vieites– que reúne todas las capacidades necesarias y alguna más para poner orden. En segundo lugar –pero no menos importante– renunciando a los demonios del caciquismo y el egoísmo de antiguos privilegios. Lo que, vistos los precedentes, no puede decirse que sea poca cosa.

Algunos observadores, seguramente los más escépticos por veteranos, prefieren esperar, antes de cantar alabanzas a la nueva CEG, a ver si se consolidan las buenas intenciones. Desde un punto de vista personal, hay un dato que permitiría algún optimismo previo. En concreto dos: uno, que Galicia necesita ya con cierta desesperación una patronal potente e independiente –al igual que precisa sindicatos así–, aunque lo de la independencia sea difícil; el otro, que a la CEG no le queda más remedio, porque está contra la pared y o cambia o muere. Y el dilema motiva.

Eso aparte, y siempre desde una opinión particular, hay otro factor que permite la confianza en que “esta vez, sí”: los empresarios, dentro y fuera de su organización, no van a tener tiempo para perderse en los líos tradicionales, ni en algunos que pudieran inventarse los nostálgicos a última hora. Así que, aunque en ese mundo siempre caben las sorpresas, la agenda de desafíos pendientes hará que no tengan tiempo más que para trabajar, y en común, a fin de evitar un desastre que a todos afectaría. Y no parece necesario pormenorizar las cuestiones, porque si alguien las conoce son ellos, que las padecen. Lo malo es que, si no se arreglan, junto a la patronal lo pagará el resto del paisanaje. De ahí que más les vale a todos que acierten.

¿O no…?

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