Si cuesta mantener a raya al COVID-19 en los llamados países ricos, la tarea se vuelve una odisea en zonas donde casi la mitad de la población no tiene acceso a agua potable, los Gobiernos no disponen de dinero suficiente para comprar mascarillas o simplemente cuentan con un sistema sanitario muy deficiente que a duras penas tiene personal o material suficiente para atender cualquier problema de salud. Las ONG que llevan años trabajando en estos países de África, Asia o Centroamérica han tenido que redoblar esfuerzos para mejorar las condiciones en las que afrontar la pandemia y se muestran muy críticas con cómo el resto del mundo mira hacia otro lado. “El problema es que parecen invisibles. Como no se habla de su situación, de los contagios, de las muertes, parece que no existen, pero la pandemia también está ahí”, denuncia el delegado en Galicia de Manos Unidas, Francisco Cotelo. Desde Médicos del Mundo, su presidenta, la gallega Nieves Turienzo, va más allá y habla claramente de que los países ricos “pecan absolutamente de egoísmo” no solo al ignorar la situación de los estados pobres durante todos estos meses sino ahora, al acaparar las vacunas que, recuerda, tendrán que llegar también a estos países para que realmente pueda alcanzarse la inmunidad de rebaño a nivel mundial.

La pandemia no entiende de fronteras. Los últimos datos del Ministerio de Sanidad, actualizados el viernes, revelan que en Sudáfrica han rebasado ya el 1,2 millón de contagiados, que Etiopía supera los 129.000, que ya hay más de 100.000 en países como Libia o Nigeria y que en Kenia están a punto de alcanzar esa cifra. En Pakistán y Bangladesh llevan más de medio millón de casos desde marzo, en Bolivia más de 180.000 –con récord de contagios diarios en la última semana– y en Guatemala casi 150.000. Eso, según los datos oficiales, que según las ONG pueden ser solo la punta del iceberg. “Hay zonas con menos recursos para realizar diagnósticos así que el número de casos está infravalorado”, indica Turienzo, quien pone un ejemplo: “Un cosa es Brasil que aunque las zonas más desfavorecidas sean las más afectadas tiene capacidad diagnóstica y otra algunos países de África que tienen poca capacidad para realizar las pruebas”.

Desde las ONG consultadas reconocen que la pandemia solo ha venido a agudizar la difícil situación que ya atraviesan a diario las poblaciones de los países pobres. ¿Cuáles son los principales problemas a los que se han tenido que enfrentar con la llegada del COVID? Todos coinciden en que una de las mayores dificultades está en cumplir con las medidas de seguridad e higiene en zonas donde el agua es un artículo de lujo. “En África subsahariana, por ejemplo, un 63% de la población de zonas urbanas, es decir, unos 258 millones de personas, carecen de acceso a instalaciones para lavarse las manos y ocurre lo mismo entre el 47% de los sudafricanos que viven en ciudades”, alerta la coordinadora de Unicef en Galicia, Irene Marín, quien deja claro que el problema para tener una correcta higiene de manos llega incluso a donde debería ser los más básico: los centros sanitarios. “Un 16% de los hospitales y centros de salud de todo el mundo no tienen instalaciones de lavado de manos”, indica.

Dotarles del material sanitario necesario para la prevención del virus y tratar a los contagiados es otro de los pilares básicos de los programas de entidades como Unicef, Manos Unidas o Médicos del Mundo, pero no fue tarea fácil, especialmente en la primera ola cuando artículos como las mascarillas escaseaban a nivel mundial. “Si era difícil abastecerse en países que estaban dispuestos a pagar lo que sea, peor fue para los Gobiernos que no podían costearlos y además al estar cerradas las fronteras y no haber vuelos, el material no podía llegar y una ONG no puede costearse ella sola un avión. Ese fue el reto más difícil al principio”, sostiene Turienzo.

Con un sistema sanitario muy deficiente de base a los que se suman los problemas de acceso al agua, de alimentación o de no poder seguir las clases a distancia, las ONG llevan meses al pie del cañón con distintos proyectos para echar un cabo a poblaciones desfavorecidas en donde el COVID sólo ha servido para agudizar su ya complicada situación vital. Unicef ha realizado una labor de información y prevención del virus en 140 países, ha proporcionado EPI y equipos médicos o suministros urgentes de higiene y lavado de manos en colegios y centros de salud e implantado programas para que los niños puedan seguir aprendiendo pese a que la escuela esté cerrada. Manos Unidas ha suministrado recursos a poblaciones de la Amazonía de Perús sin recursos, alimentos y mascarillas en Madagascar y Sierra Leona o ha contribuido a revestir pozos en India mientras que voluntarios de Médicos del Mundo han ejercido de rastreadores en Ucrania, han reforzado la asistencia sanitaria en Bolivia o contribuido a crear minicentros de Atención Primaria en Angola, El Congo o Sudán del Sur.

Estos son solo algunos de los países desfavorecidos a los que, según distintas ONG, el mundo rico ha girado la espalda durante once meses, pero desde las entidades denuncian que ahora se realiza una nueva afrenta contra el tercer mundo al vetarle el acceso a las vacunas. “Es un riesgo real que el nacionalismo de la vacuna prive a los países más pobres y con sistemas de salud más débiles de las vacunas y tratamientos contra el COVID. Pero la vida no volverá a la normalidad si solo están protegidos los países con ingresos más altos”, advierte Irene Marín. “Se va a llegar tarde y es un error de salud pública porque las enfermedades viajan y lo hacen porque nos vamos de vacaciones”, añade Turienzo.

Desde las ONG recuerdan además que los países más desfavorecidos tienen otras necesidades más allá de la pandemia que conviene no dejar olvidadas. Proteger a niños y mujeres frente a la violencia o ayudar a migrantes y refugiados continúa en su agenda.