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Los ofrecimientos de familias para adoptar a un niño se reducen a la mitad en un año

Apenas 70 hogares tramitaron una solicitud en 2020 | Desde el estallido de la pandemia, solo 6 viajaron a otros países

Con la pandemia, todo fue a menos, salvo el número de infectados y muertos, que es una suma constante. Los procesos de adopción también se vieron perjudicados, sobre todos los internacionales. Pero las consecuencias de la crisis del COVID igualmente redujeron casi a la mitad el número de familias gallegas que se ofrecieron a integrar a un niño en sus casas –aunque, desde hace diez años, las solicitudes y asignaciones vienen cayendo en picado–. Apenas 70 hogares tramitaron una petición al término de 2020, cuando el año pasado fueron casi el doble.

Adoptar es una aventura incierta. Eso dicen quienes lo han hecho. Por lo que acoger en plena pandemia global debe multiplicar ese sentimiento de inseguridad y convierte la adopción en una empresa menos atractiva. Los obstáculos son mayores, desde luego. Así lo ratifican los datos de procesos adoptivos de la Consellería de Política Social, que reflejan un descenso claro en los ofrecimientos que realizan las familias para adoptar. En 2019, hubo un total de 129 propuestas, 89 de ellas en busca de niños o niñas nacionales y los 47 restantes para menores de otros países. Mientras que en lo que va de 2020 fueron 59 menos: 49 para casos españoles y solo 21 para internacionales.

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Obviamente, la pandemia ha ralentizado todos los procesos, un hecho que también puede explicar este bajón. Antes de realizar el ofrecimiento adoptivo las familias deben acudir a una sesión informativa en la delegación territorial que les corresponda y posteriormente a otras tres en Santiago de Compostela. Esas reuniones se suspendieron durante el primer estado de alarma y se retomaron con normalidad tras su levantamiento. Tras ello, las familias oficializan su ofrecimiento y se llevan a cabo valoraciones técnicas para su idoneidad que, en marzo, asimismo, quedaron suspendidas.

En cambio, las propuestas de adopción no muestran una disminución tan significativa. El año pasado fueron 56 (35 nacionales y 21 internacionales) y para el periodo actual son 36 (20 nacionales y 16 internacionales).

Por otro lado, desde mediados de marzo, las integraciones efectivas de adopción internacional están condicionadas por la situación epidemiológica de cada país y su normativa. Y las que se realizan son a través de un “protocolo estricto”, según comentan desde la Xunta. Por eso, desde el estallido de la pandemia, únicamente seis familias gallegas han viajado al exterior para recoger a los niños: tres a Hungría, dos a Vietnam y una a Colombia; estando, por su parte, otras cuatro familias pendientes de que China permita los viajes para el encuentro con sus hijos de adopción.

Nerea Vázquez y su hijo Dominik, adoptado en agosto, en la playa del municipio de Cedeira CEDIDA

“Al principio, por la situación actual, piensas: ¡en qué lío me he metido!”

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Nerea Vázquez y su pareja recogieron a Dominik en Hungría en agosto

El tiempo medio de espera para adoptar a un niño es de ocho años y medio. Nerea Vázquez y su pareja no tuvieron que aguardar tanto, “sobre unos dos años y medio”, pero el hecho de hacer efectivo la acogida de Dominik, en Hungría, en plena pandemia le añadió dosis de incertidumbre. “Nos avisaron el abril, en pleno confinamiento, de que había una posibilidad y el expediente de un niño que estaba esperando. Dijimos que sí. Y, a partir de ahí, lo que se nos dijo es que teníamos que esperar hasta que se permitiera viajar”, manifiesta.

En una situación “normal”, tras recibir el aviso, lo habitual es estar viajando aproximadamente un mes más tarde para efectuar la recogida. Claro que en su caso no fue así. Y hasta el 8 de agosto no hicieron las maletas: “Supimos que íbamos a poder viajar el día después de que el Gobierno anunciase que ya nos podíamos mover entre comunidades”.

“Adaptar a un niño a un nuevo país sin que pueda ver a sus abuelos, sin que pueda ver a mucha gente, es una parte complicada. Da un poco de pena”

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Esos cuatro meses de espera, desde que recibieron el primer aviso hasta que cogieron el vuelo, se resumen en muchos momentos complicados. “La cabeza se te activa, porque adoptar no es una cosa menor, y, cuando sabes que vas a viajar, te entra un poco de ansiedad”, relata Nerea, que también recuerda el “shock inicial”. “Al principio, por el momento en que estamos, piensas: ¡en qué lío me he metido!”, empieza narrando, “teníamos que pasar mucho tiempo en Hungría y no sabíamos cuál era su situación”. “No puedes tomarte las cosas muy a pecho porque, si no, acabas loco”, añade.

Además, adoptar a un niño con mascarillas no es la mejor forma de conocerse. De hecho, la adaptación a su nuevo hogar está siendo “difícil”. “Adaptar a un niño a un nuevo país sin que pueda ver a sus abuelos, sin que pueda ver a mucha gente, es una parte complicada. Da un poco de pena”, confiesa. Aunque, “afortunadamente”, Dominik, que recién acaba de cumplir los 7 años de edad, es “bastante sociable”.

En el colegio, en el curso más atípico, sucede lo mismo. Pero a su caso hay que añadir que en Hungría hasta los 7 años no van a la escuela, sino a un jardín de infancia: “Ya no es solo el cambio, es que él nunca ha tenido clases, con fichas, en otro idioma, y encima la situación de los profes tampoco es cómoda”.

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