A estas alturas, pasado el puente festivo y visto lo visto en su transcurso, pocas dudas pueden quedar ya de que Lerroux, en su juventud y por tanto antes de su estrepitoso deterioro de imagen, tenía razón cuando calificó estos Reinos de España como “un país sin ventura”. Hoy no sólo por la coincidencia de circunstancias adversas, algunas tan terribles como la pandemia que suma decenas de millares de muertos, restricciones impopulares pero obligadas o el temor a la anunciada crisis económica. Hay más: el cainismo de variadas gentes, impulsado por una política rastrera.

Es generalmente cierto eso que dice la historia de que los pueblos, en democracia, tienen lo que quieren y en autocracia lo que se les impone. Pero también que no resulta exacta la conclusión aparente de que el sistema de libertades excluye el error: la gente se puede equivocar en sus elecciones, el fallo lo demuestra el clima posterior a tomarlas y además se añade otro factor de inquietud: que en la práctica no existe más que el transcurrir del tiempo para corregir lo que los hechos demuestran equivocado. Que no siempre son lo que dicen las urnas, sino su interpretación a caro de terceros que deciden en la opacidad.

Ahora mismo, y siempre desde un punto de vista particular, estos Reinos se encuentran atrapados en una espiral de choques entre lo que primero se llamaron sectores, después bloques y son ya frentes, que es una palabra mayor con significados diferentes, alguno aterrador. Y ocurre no solo por la voluntad abierta y belicosa de una parte del Gobierno central con el silencio cómplice de la otra, sino de la inutilidad –no solo aritmética, también estratégica y táctica– de una oposición desvaída y sin ideas envuelta en el círculo cerrado de sus propios complejos.

Ha de ser por eso por lo que algunos interpretan la “desventura” que denunciaba Lerroux como el hecho que ven de que esta es una sociedad sin demócratas, o donde los que dicen serlo carecen del elemento base para su reconocimiento: el respeto a los demás. Algo que se ve todos los días, que no resulta exclusivo de ningún frente y que por enésima vez quedó demostrado en el acto central del Día de la Constitución. Y plasmado en una fotografía en la que los responsables de los dos principales partidos se dan la espalda. Sin duda, “manca finezza”.

El asunto no está como para escribir epístolas morales, ni a Fabio ni mucho menos a Sánchez, Iglesias, Casado o el resto. Cada uno de ellos y los demás aportan algo para el descrédito de su oficio y del sistema, ahondando las diferencias hasta convertirlas en pésima o nula educación institucional: ya ni respetan las normas, la propia Constitución a la que algunos dicen servir y a la que no conceden ni siquiera la cortesía de la presencia o del saludo. Es probable que nunca, desde se pronunciara, fuese tan oportuna la frase romana que, adaptada, podría citarse como “¿quousque tandem abutere patientia nostra…?”. Se dirigía a Catilina, pero vale para todo el oficio político español. Y en Galicia se debería tomar buena nota para ni acabar como otros.

¿No…?