Soplos de vida para un rural vaciado

La llegada de sendas familias revive una aldea abandonada en Borraxeiros y duplica la población de Pescoso

Rosa García y Alberto Gómez, con sus hijos, delante de su casa de A Ponte do Muíño.

Rosa García y Alberto Gómez, con sus hijos, delante de su casa de A Ponte do Muíño. / // Bernabé/Ana Agra

Noelia Cortizo | Lalín

La tendencia a la bajada de población en las comarcas es un hecho más que constatado, pero, en ocasiones, se revierte la cifra o incluso llega a duplicarse. Son soplos de vida para un rural que se está vaciando por la pérdida de vecinos. Dos ejemplos son las familias de Rosa Mª García y Alberto Gómez, de A Ponte do Muíño (Borraxeiros, Agolada), y de Giselle Gelos y Carlos Andrada, de Pescoso (Rodeiro).

En el caso de la familia agoladesa, García explica que tomaron la decisión de trasladarse a ese lugar porque fue la oportunidad que se les presentó. "Vivíamos en Lalín y queríamos buscar una casa que se ajustase económicamente a lo que pedíamos, vimos esta y nos llenó el ojo, así que nos aventuramos", explica. Son los únicos vecinos del lugar, algo que no les impresionó y a lo que se han acostumbrado desde hace tres años. Su primer objetivo era buscar una casa por el municipio lalinense, "pero no encontrábamos algo asequible, aunque yo trabajo en Lalín, no me importa desplazarme, además, mi pareja es natural de otra aldea de Agolada entonces ya tiraba un poco para estas tierras", comenta. Su familia está compuesta por dos hijos, de 13 y 3 años de edad. De su llegada al lugar relata que "fue maravillosa, todos los vecinos de los otros lugares se ofrecieron para ayudarnos en cualquier cosa y eso se agradece mucho", explica. Añade que se pusieron a su disposición para recogerle a los pequeños en el servicio de transporte, "no tengo nada malo que decir; esta unión de vecinos es maravillosa".

A pesar de todo lo positivo, relata que nota el abandono que hay en las zonas rurales. Sus hijos son transportados en autobús al colegio, "pero no tienen ni marquesina para poder esperarlo y el mayor, tiene que hacerlo en la carretera general, con el tránsito que tiene, porque desde el transporte no quieren bajar a dejarlo en frente a casa", comenta. Añade que se ha movilizado para cambiar esta situación, porque la considera "injusta, ya que el servicio pasa, muchas veces, por delante de casa para hacer maniobras y no entiendo que trabajo le cuesta dejar al niño aquí", relata. Su vivienda se encuentra en la antigua carretera que transcurre hacia Melide. Por eso, piden que, por lo menos, haya una cabina, "para que mis hijos no lleguen con la ropa mojada al colegio, o que el mayor no tenga que cruzar una carretera general por la que transitan numerosos coches", relata la madre. La vecina de A Ponte do Muíño destaca que esta situación "es una clara muestra de que el rural, a los políticos, solo les importa de palabra, porque en hechos, deberían preocuparse más".

Soplos de vida para un rural vaciado

Soplos de vida para un rural vaciado

La familia de Giselle Gelos y Carlos Andrada junto a algunos vecinos en Pescoso. // Bernabé/Javier Lalín

La familia de Giselle Gelos ha recorrido muchos kilómetros para llegar hasta Rodeiro hace trece años. Son naturales de Uruguay y se trasladaron en busca de una vida mejor. Vieron una oferta de trabajo en Chantada y allí se plantaron, pero compatriotas suyos que residían en Rodeiro los localizaron y "fue el motivo porque el que empezamos a vivir en el casco urbano del municipio". Sin embargo, su idea era vivir en el rural gallego que les había enamorado desde siempre. Por eso, empezaron a buscar y surgió la posibilidad de vivir en Pescoso, lugar de la parroquia con el mismo nombre. El proceso de adaptación fue lento, aunque el idioma podría parecer una primera traba, "no lo fue, porque como estábamos acostumbrados a escuchar el brasileño, no nos costó entenderlo y luego el estilo de vida gallego es maravilloso". Aunque aquí no tienen a su familia natural, para ellos, sus vecinos son lo más semejante a ello. "Nos tratan de una forma increíble, nos ayudan en todo, hacemos reuniones y fiestas muchas veces, cualquier cosa que nos haga falta, ahí están siempre", relata con alegría Gelos. En el lugar donde viven, residen cuatro familias, con la de Giselle Gelos, "somos pocos, pero muy unidos" resalta la vecina rodeirense.

Su familia está compuesta por cinco miembros, ya que tienen tres hijas que residen con ellos. "Por un tiempo, vivió mi hijo mayor también, pero se independizó". La mayor estudia en Ourense y las pequeñas, de 13 y 11 años, están en el CEIP de Rodeiro. "Ya somos más cambotes que uruguayos", destaca. Apunta que cuando llegaron, hace unos cuatro años, solo había dos niños en el lugar, "pero en seguida cogieron mucha confianza con mis hijas y jugaban todos juntos", explica.

Su marido, Carlos Andrada, está jubilado por problemas de salud, pero vivir en la aldea le ha dado la posibilidad de tener siempre trabajo. "Restaura antiguos utensilios del campo; para nosotros, algunos de ellos son llamativos, porque nunca los habíamos visto". Comenta que los vecinos de la parroquia le dejan a él piezas que ya no utilizan y él les da una segunda vida. Todas las piezas que tiene están vinculadas al ámbito gallego. "Después ellos nos ofrecen el tractor o otras herramientas que no tenemos para poder trabajar la tierra, somos como una familia", añade la vecina de Pescoso.

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