Hasta hace algo menos de diez años, las estancias interiores del pazo de Meirás eran el secreto mejor guardado de los herederos de Franco. Nadie más que ellos, y, de refilón, los espectadores del NO-DO, habían podido acceder a la parcela más íntima del dictador y su familia, la relativa al que había sido su lugar de descanso estival desde 1938. Una veda que pudo levantarse, tras infinidad de recursos, en el año 2011, cuando un dictamen judicial tras su declaración como Bien de Interés Cultural obligó a sus propietarios a abrir a la colectividad las puertas de Meirás, y dejar así al descubierto sus secretos ocultos.

Pero un documental filmado por dos profesoras universitarias, Ana María Freire y Margarita Almela, a las que la hija de Franco dio acceso desveló sus secretos. Aquella cinta, que formaba parte de un trabajo sobre Emilia Pardo Bazán para la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, desvelaba la opulencia de las estancias del inmueble, diseñadas por la mano de Carmen Franco. La hija del dictador había recreado la decoración de la época de sus padres después de que un incendio asolase la propiedad en 1978 en circunstancias nunca esclarecidas.

Reducidas son también las estancias abiertas al público, que solo tiene acceso a algunos de los salones, el vestíbulo, la biblioteca y la capilla, única dependencia en la que está permitido sacar fotografías. La torre de la Quimera, donde la condesa de Pardo Bazán tenía su despacho, sigue restringida a miradas ajenas, así como los dormitorios ahora ocupados por la familia y otras habitaciones como cocinas y comedores. En las habitaciones abiertas se puede apreciar, sin embargo, que el valor patrimonial de la estructura trasciende a sus interiores, que guardan elementos históricos y artísticos, como las estatuas de Isaac y Abraham, obra del Mestre Mateo, expuestas en la capilla; los innumerables volúmenes que guarda su biblioteca, o los retratos familiares que decoran la propiedad, algunos salidos de la pluma de artistas de renombre como Álvaro de Sotomayor.

La presencia del dictador, que cruzó por última vez sus umbrales el año de su fallecimiento, sigue impregnando cada estancia del edificio: desde el busto que corona el vestíbulo, decorado con la bandera preconstitucional, hasta el retrato más polémico de Ignacio Zuloaga, que muestra a Franco con la boina requeté y la camisa azul de la Falange.