Hace algún tiempo, la líder del BNG, que pese a su imagen renovadora trabaja en el Parlamento como diputada desde 2004, aseguraba a este periodista que los años 90 no iban a volver para su formación, tratando de repeler las nostalgias nacionalistas de los días de gloria, apelando a la humildad para trabajar desde abajo, confinados en el Parlamento con seis escaños, con el Everest de los 18 conseguidos por Beiras como un recuerdo que no paralizase el día a día.
Ana Pontón se equivocó de plano. Los años del Beiras efervescente no volvieron, pero llegan los de la primera mujer que liderará la oposición gallega, cuyo papel al frente del BNG ha consistido en coser las costuras de una organización fracturada que tras la escisión de Amio en 2012 y que articuló su estrategia en la unidad y en su solvencia.
Despojado de los críticos y rumiando el despecho cuando a algunos de ellos les sonreían las urnas (como a Beiras o a Martiño Noriega), el BNG encontró en Pontón a la líder ideal para guiar los peores momentos de la organización, que durante las debacles electorales llegó a aplicar un ERE a su plantilla y se vio fuera del Congreso de los Diputados por primera vez en más de dos décadas.
Pero la moda rupturista ha pasado y los electores de izquierda deseosos de un cambio, no se sabe si por descarte, prefieren a un BNG unido en torno a la ortodoxia de su mensaje que los líos internos de las alianzas de Podemos, Anova, Esquerda Unida y demás facciones rupturistas e incluso que a un PSdeG gripado.
Como Beiras, Pontón ha conseguido atraer el voto de izquierdas que rechaza al PP y que no es necesariamente nacionalista. Sus estilos no pueden ser más opuestos. El brillante orador que rehúye el trabajo de campo frente a un producto de la cantera nacionalista, que cumple el protocolo frentista: pasó por Galiza Nova, milita en la UPG y llegó al Parlamento de rebote en 2004. Su sonrisa y la de Icía dibujan la ilusión de un BNG rejuvenecido. Regresa al futuro de 1997.