Feijóo compite este domingo por igualar sus éxitos electorales en Galicia a los de Manuel Fraga, que gobernó entre 1989 y 2005. Y lo hace con su receta más exitosa: el presidencialismo.

Los ataques de la oposición parecen no haber hecho mella en un Feijóo que capeó con excepcionales resultados la crisis de 2009 y al que los ataques de sus rivales inducen un deja vu. Hoy deslizan que merece una querella criminal por la gestión del brote de Covid-19 en A Mariña. Hace años, le espetaban que sus recortes mataban más que el terrorismo. Hoy vuelven a decirle que esconde las siglas del PP como si no hubiese sucedido con anterioridad mientras parte de sus contrincantes estrenan su enésima marca electoral.

En septiembre, Feijóo cumplirá 59 años. Si logra mayoría absoluta, como vaticinan los sondeos, lo hará como presidente de la Xunta. Si no, como expresidente, pues la opción de que Vox o Cs le sirvan de muleta se antoja una ilusión.

Su victoria no solo consolidaría un poder interno que nunca alcanzó Fraga, siempre rehén de los barones como Cacharro Pardo o Baltar, que le cambiaron listas electorales o amagaron con una revuelta parlamentaria. También daría un balón de oxígeno a Pablo Casado, presidente del PP estatal, aunque intensificaría la sombra del de Os Peares sobre su jefe de filas, como pasó siempre con Rajoy. El cuento de Pedro y el lobo (que viene que viene...) podría cumplir finalmente el guion, pues Casado carece de la trayectoria de Rajoy para resistir tras sumar ya dos derrotas y compite en un escenario más fragmentado, que abulta los varapalos electorales.

Feijóo dice que esta será su última legislatura si gana y descarta Madrid, pero también aseguró en su momento que no gobernaría 16 años seguidos.

Su derrota marcaría un cambio de ciclo. Dimitiría y abriría un abismo en el PP, donde hace cuatro años ya se sintieron movimientos tectónicos ante la opción de que renunciase. Esa transición daría alas a la izquierda para consolidarse, aunque esta desaprovechó la ocasión durante el bipartito.