Cuando Cornelio Nepote, hace más de dos mil años, "modernizó" la práctica que ya aplicaban los griegos para repartir cargos y favores entre amigos y familiares, no imaginaba hasta qué punto representa una referencia de la política española moderna. Incluso de la actual, a pesar de que muchos -y de todo el arco electoral- prometieron llevar la ejemplaridad a una sociedad que la necesita y la reclama. Pero perdieron la memoria en cuanto tuvieron la ocasión de disfrutar de los beneficios que aporta ser, o haber sido, cargo público de cierto nivel.

Conste que se relativiza eso del "nivel" porque el nepotismo, con sus derivadas -clientelismo, etcétera, que incorporan motivos distintos para extender su práctica- recorre todos los escalafones. El último caso -no el único- es el de la llegada a un Consejo de Administración por la vía digital -el dedo del Gobierno- de dos personajes, exministro uno, José Blanco, y el otro, José Montilla, también y además presidente de la Generalitat catalana; el tercero, un podemita "de cuota". Los tres representan ejemplo de hasta qué punto se puede engañar a la gente al pedir su voto proclamando principios que no se cumplen porque perjudican y/o no se creen.

Dicho en terminología de calle, la sensación de un gran número de habitantes de este antiguo Reino en el sentido de que la política es un "chollo" -o sea, negocio fácil- muy rentable, e incluso que puede ser como el "gordo" de la Lotería, se fundamenta en este tipo de prácticas que algunos de los ahora desvergonzados protagonistas llegaron a condenar validando una tesis conocida como "puertas giratorias". Consiste en que los partidos proveerán necesidades de todo tipo en cuanto lleguen al poder e incluso después, si fuera factible. Una mala práctica de la que se ha responsabilizado casi siempre a la "derecha", y ahora, con la reaparición de los bloques, con mayor griterío.

Naturalmente, cuanto precede responde al punto de vista de quien escribe. Pero hay hechos, medibles y por tanto menos opinables, que aportan peso a lo que se deja dicho. La única "justificación" que podría explicar los tres últimos nombramientos de este Gobierno -y los cientos de otros en estos dos años, como los miles que rubricaron el resto de los que le precedieron- sería la de los servicios al Estado, recompensa que se abona con fondos públicos; o bien un estado de necesidad de los beneficiarios. Y ninguna de las dos hipótesis se cumple en los nuevos consejeros de "Enagas".

Es evidente que, al menos los dos primeros -Montilla y Blanco-tienen sus curricula repletos de actividad política, administrativa y gubernamental. Pero en el caso del primero, su actividad al frente de la Generalitat de Cataluña propició de un modo expreso -y ahí están las hemerotecas- el impulso al crecimiento del problema separatista; cierto que en nombre del PSC más que -entonces- del PSOE y que hubo otros que le sucedieron que lo hicieron peor, pero es difícil que su trayectoria merezca una recompensa "de España"; si acaso del socialismo español. Y, como antes las del PP a los suyos, no se puede disculpar como "servir al Estado".

En cuanto a don José Blanco, y siempre admitiendo otros puntos de vista y sin más referencias que las que entran en el terreno de esos servicios públicos, el agradecimiento del Gobierno actual es más que opinable. Aparte los mareos y diferentes interpretaciones de los Presupuestos Generales, sus méritos no son mayores que los de otros titulares de un poderoso Ministerio y, por lo que respecta a su tierra natal, bastante menos, defraudando la esperanza suscitada por su designación, sobre todo tras el precedente de Magdalena Álvarez, realmente tóxica para el Noroeste peninsular. Pero el activo y hábil lucense no "arregló" el AVE, ni el Corredor Atlántico de Mercancías Ferroviarias, ni los Puertos Exteriores de Ferrol y A Coruña -aunque le tramitó al herculino la condición "europeo" en detrimento del más importante de Vigo- y dejó puntos no resueltos como el de la tragedia de Angrois tras cambios de su entonces gabinete en las condiciones de licitación. Un catálogo incompleto todavía.

¿Lo más grave, política y moralmente hablando? Lo que en otros escenarios se llamaría "traición" a los principios proclamados. Entre ellos el de acabar, o beneficiarse, con los favores de las "puertas giratorias" utilizadas por personajes que pasan de un cargo a otro, u otros, con generosidad retributiva. Ahora, quienes están en lugares o cargos de un escenario común podrán soñar en gobernar conjuntamente; no el Estado, pero sí una compañía importante. A ver si, al menos ahí, PSOE, PP y algún que otro "ex", pueden jugar a gobiernos -mercantiles- de coalición. No sería un precedente, pero vendría bien que lo demostrasen.

¿No?