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Foro La Toja y Crónica

La exhibición de sintonía de los "jarrones chinos"

Rajoy y González lograron empequeñecer sus diferencias para mostrar entendimiento y sentido del humor, en la crispación previa al 10-N

González y Rajoy conversan con la pareja del primero, Mar García Vaquero. // M.Muñiz

A paso ligero uno y atendiendo a los medios con gafas de sol, el otro. Ya solo por la forma de acceder al salón de plenos era posible saber que las personalidades de Rajoy y González son, cuanto menos, dispares. Les une el apellido de "presidente" -en su caso con prefijo de "ex"- y se les notan las muchas horas de vuelo en los despachos. Fue esa condición, la de antiguos inquilinos de La Moncloa, la que sin explicitarse ni una sola vez, más se hizo notar en sus intervenciones. Porque Rajoy y González opinan ya sin el corsé de la disciplina de partido ni las necesarias cautelas que conlleva el ejercicio -racional- del poder. Y no solamente estriba ahí su poder de convocatoria. Los expresidentes son el espejo opuesto a los líderes de sus actuales partidos. Mientras uno y otro hacen esfuerzos por empequeñecer sus diferencias ideológicas y llamar a la centralidad, la concordia o la necesidad del pacto, Pedro Sánchez y Pablo Casado continúan - aparentemente cómodos- en la trinchera del partidismo.

La platea ya era en sí un símbolo de esa España plural, pero no extrema. Estaba la derecha (Rajoy), la izquierda (González) y el centro (la "liberal" Miriam González, esposa del ex vicepremier británico, Nick Clegg). Y desde los primeros minutos -"para los cubanos somos todos gallegos, aunque hayamos nacido en Sevilla", rompió el hielo el socialista- comenzó a anticiparse que el buen clima entre ambos, que ni son "tan distintos" ni tan "jarrones chinos" como a González le gusta reivindicar: no es la primera vez que hablan, y se mueven las placas tectónicas de sus formaciones. Precisamente en lo que respecta a sus formaciones ambos saborearon la gloria y los sinsabores de los viejos líderes: unas veces han sido elevados como depositarios de sus esencias, y otras han sido denostados como culpables de sus males en las urnas.

Uno de los momentos de mayor cercanía ocurrió cuando González confesó que con Rajoy hablaba mucho más tiempo del cabría imaginar para muchos. Entre ellos, al menos, la estampa pública nunca se había materializado. Se conocía la fluidez de trato entre Rajoy y Rubalcaba -más aún tras la muerte del exsecretario general del PSOE-, los cameos compartidos entre Aznar y González en otros espacios o la necesidad de llegar a pactos en situaciones extremas, como cuando Rajoy y Zapatero se pusieron de acuerdo "en un cuarto de hora" para incluir los límites de gasto en el artículo 135 de la Constitución. Pero la foto que ayer presenció -y disfrutó- el Foro La Toja, entregado en ovaciones y aplausos a los conferenciantes, era inédita. Otro contrapunto a la política de nuevo cuño.

Aún así, que la nostalgia que ayer invadió a muchos, esa sensación de tempus fugit de que la política (y los políticos) tenían más nivel, impidan ver la otra cara de la moneda. Uno desde la retranca y esos circunloquios tan característicos, y otro desde un verbo a veces afilado, Rajoy y González discrepan. Por ejemplo, en la gran coalición. Rajoy la querría -y de hecho la propuso-, González, no. El popular no es capaz de imaginar un gobierno serio sin una mayoría solvente que lo respalde al menos durante cuatro años; el socialista sí se imagina esa posibilidad, como con Costas en Portugal, llegando a acuerdos en asuntos de Estado.

También hubo alguna discrepancia de fondo en el asunto catalán. González, de forma velada, echó en cara la ausencia de una política que encauzara la tensión con la Generalitat sin necesidad de endilgarle le gestión del conflicto a los jueces. Rajoy, a quien no pocos acusaron de indolente en la crisis soberanista, defendió su acción, o más concretamente, su reacción, al ser el primer presidente de la democracia española que cesó a un govern y convocó elecciones con la activación del 155.

Los presupuestos de Montoro

En el diálogo tampoco faltó la omnipresente figura de Cristóbal Montoro, en la praxis, como autor de los Presupuestos en vigor, todavía amo de llaves de la Hacienda del Estado. "Fui un presidente de derechas que tomé la decisión de subir los impuestos", dijo en un momento Rajoy, en un capote al que González no rehuyó entrar: "Prometiendo Montoro que los iba a bajar". "La mejor dieta de un político es comerse sus propias palabras", contraatacaría el popular, citando a Churchill. Con todo, ni uno ni otro dieron su beneplácito a un "impuestazo" contra las rentas altas. No por injusto, sino por ineficaz para aumentar la recaudación.

González y Rajoy son políticos de otra generación, un hecho que en España se ha convertido en hándicap, no en una ventaja. El exlíder del PSOE, por ejemplo, participó desde la sala de máquinas en la redacción de una Constitución que ahora, desde su propia formación, se quiere modificar. Lejos de alinearse con el perfil más centralista del PSOE de Fernández Vara o Emiliano García Page, González demostró, sin moverse ni un ápice del rechazo al soberanismo, no tener miedo a la "asimetría" en la Carta Magna mientras no se toquen los derechos y obligaciones compartidos. Ese "espacio público compartido" que utiliza una y otra vez para definir el proyecto común del país.

Rajoy, por su parte, se muestra "reactivo" siempre que puede a ofrecer consejos a Pablo Casado. Ayer, otra vez: "Yo no le pido nada a nadie, estoy mayor para eso", bromeó. El político madrileño tiene una relación oscilante con el marianismo: a su llegada lo reivindicó, después lo impugnó en su acercamiento a Aznar, y ahora -al menos- vuelve por la senda de la centralidad tan marca de la casa del pontevedrés.

Entre Casado y Sánchez se jugarán la presidencia del Gobierno el 10-N. Y entrentanto, Rajoy y González miran el tablero desde la barrera, que tampoco es posición fácil. En palabras del expresidente de PSOE, "si usted entiende lo que pasa en España, es que no se lo han contado bien".

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